El súper héroe real [310308]
JG
El súper héroe real
“Que cruzó océanos para dar esperanza al mundo”
Fotografías:
Abraham Aránega Alonso Bravo
José Luis (La Opinión de Tenerife) Fran Pallero (Diario de Avisos)
Impresión:
D.L.:
ISBN
JG
El súper héroe real
“Que cruzó océanos para dar esperanza al mundo”
CANARIAS, 2015
He de agradecer a todas y [anonimizat] u otro, en esta increíble historia de superación que, seguro, cambiará la vida de muchas personas. Me he encontrado a lo largo de este incesante viaje de palabras a centenares de personas que me han ayudado a terminar esta obra. Quiero dar las gracias a todos, a aquellos niños que se acercan a menudo a pedir un consejo en los numerosos institutos y centros escolares que visito a menudo, a aquellas madres que han puesto su mano en mi hombro dándome la enhorabuena por haber conseguido algo tan hermoso, a aquellas personas que me animan a [anonimizat]ían cartas de ánimo a mi domicilio; a quienes han creído siempre en mi lucha por un sueño, en especial a los medios de comunicación; a todos los que guardo en mi memoria y que, [anonimizat]án. Igualmente a Diario de Avisos, a Agustín González, a Norberto Chigeb y Carlos Sabina; a La Opinión de Tenerife, a Patricia Ginovés, a El Día, a la revista Amphibia, a Patricia Salazar y a su equipo; a la revista Océanos de Fred Olsen Exprés, a Chus Abad; a Canarien Express, a Tv Canaria, a Dani Álvarez, a Miguel Ángel Daswani Díaz; a [anonimizat], a [anonimizat] a nado de 31 horas; al equipo del programa “En abierto”, que siempre me ayudaron en mi sueño; a Antena 3 y Fran Peraza, a Teidevisión y Cipriano García; a Cande Gómez fantástica periodista y amiga; a Badaico Magdaleno; a Sergio de la Rosa (RNE), a Pedro Rodríguez de Cadena SER; a [anonimizat]; a Manuel Artiles y Mírame Tv; al concejal de La Laguna Javier Abreu; al alcalde Jaime González Cejas y al concejal de Granadilla de Abona Marcos José González Alonso; a Canal 4 Tenerife; a [anonimizat]ástico periodista; a Gregorio Rancel Cano (policía local de Granadilla); a Juan Pedro, Técnico de Seguridad de Planes de Emergencia Sames Canarias; a todo el equipo de Cruz Roja Española; a Chano Díaz García, de Granadilla; a Tv Española en Canarias y en especial al programa de “Cerca de ti”, de Roberto Herrera; a Pedro Martín, médico de Tv Española; al Ayuntamiento de Tacoronte, a su alcalde, Álvaro Dávila, y a Carlos Medina; a todos los medios radiofónicos que se han hecho eco de mi historia; al propio Centro Penitenciario que, a [anonimizat] y ayudado a [anonimizat] a [anonimizat] 2; a los psicólogos y educadores de la prisión, también [anonimizat] más llevadera posible; a mis compañeros, que sí han creído en mi sueño; a [anonimizat]ñero de celda durante mucho tiempo; a [anonimizat] a través de las rejas; a [anonimizat] a seguir adelante, y a los profesores que impartieron las clases en aquel espacio sombrío ayudándome a formarme y educándome para ser el ciudadano que hoy soy; a José [anonimizat], mi fiel amigo en los malos momentos justo antes de entrar en prisión, por escucharme y animarme entonces; al fantástico equipo de fotografía que ha colaborado en este libro con la portada de Alfonso bravo; Abrahám Aránega, con más de la mitad de las mismas; a Fran Pallero, del Diario de Avisos; a José Luis, de la Opinión de Tenerife. Gracias a todas las empresas que han apoyado mis retos en mayor o menor proporción; a Juan Pedro técnico de seguridad y emergencias de la empresa SARGES,. Mi especial agradecimiento al Restaurante“El Churrasco”, en Las Palmas de Gran Canaria, patrocinador de esta fantástica obra; sin ellos no habría sido posible. Gracias Mariam y Mario, de “El Churrasco”, por haber dado forma a un sueño como este. Por haber colaborado también en esta odisea de aprendizaje y de reflexión sobre la vida que me tocó vivir.
Gracias a todos por haber sido partícipes de un sueño y de una obra como esta. Estoy muy feliz de haber terminado al fin mi promesa y de poder trasmitir mi aprendizaje al mundo. Gracias, gracias, gracias de todo corazón.
Dedicado a…
A mi padre Juan A., a mis abuelos, por supuesto también a todas las personas que aparecen en esta obra de una u otra manera; formáis parte de mi vida y estaréis siempre en mi corazón.
Espero algún día llenar páginas enteras con un amor verdadero y transparente. Y que al fin el amor traspase los márgenes de un nuevo libro y sea inmortalizado por siempre. Agradecer a Cris Hernández por haberme enseñado a amar, jamás me arrepentiré de haber compartido a tu lado momentos tan hermosos, esté o no a tu lado siempre serás mi pequeña. Te querré por siempre pequeña.
Cada uno de ustedes ha sido la razón por la cual mantuve la FE en cada línea que escribí.
Por último, va dedicado este libro en especial a todas aquellas personas que están pasando por malos momentos; espero, de todo corazón, que mi lucha sirva para cambiar un poquito el mundo o, al menos el mundo que me rodea. Léanlo, disfrútenlo y transmítanlo; es mi mayor deseo porque, al escribir esta historia os dedico lo más valioso que tengo: “MI VIDA”.
Por último dedico mi vida a la mujer que amo, mi madre,
Inmaculada González.
“EL CUENTO DE MI PADRE TENÍA RAZÓN”
“Siempre se puede escribir más, siempre se puede perdonar a tiempo. Ahora lo sé… Siempre podré construir de nuevo si el revés de la hoja es leído y no es demasiado tarde. Siempre podré vivir plenamente si, al final del camino y al entrar en la noche, mi alma duerme en paz y tranquila al saber que no he hecho daño a nadie”.
PRÓLOGO
Cuando alguien ELIGE escribir un libro, lo habitual es que su autor tenga conocimientos sobre escritura, estrategias de narración, capacidad para crear atmósfera en la historia y posea las habilidades necesarias para la construcción de un buen personaje. Pero, ¿qué ocurre si esto no es así? Cuando el autor es el propio personaje, cuando el ambiente no se crea, sino que se vive, ¿estaríamos hablando de una autobiografía o de un relato? Te invito a no categorizar estas páginas encuadernadas que ahora sostienen tus manos en un género literario. Su novel autor no busca tu fascinación; sólo intentará mostrarte a lo largo de este viaje que él ha elegido aprender. Descubrirás que los obstáculos de su vida eran necesarios para poder convertir en un hecho lo que hasta ahora sabía que era una “buena” idea. Contra todo pronóstico y a pesar de las numerosas trabas y críticas que ha recibido ante la pretensión de escribir un libro, Jonathan García ha optado por construir su historia para reconstruir su vida. Esto sólo es un atisbo de lo que se puede lograr cuando alguien convierte el dolor en acción constructiva.
Viktor Frankl, psiquiatra y neurólogo austríaco, es autor del libro “El hombre en busca del sentido último”, donde ex- pone que lo único que nos hace libres es nuestra capacidad para elegir con qué actitud podemos afrontar cada situación. El famoso autor propuso teorías basadas en el cambio desde la modificación de tus elecciones para sentir la libertad. Jonathan García, un ciudadano de a pie… con apenas 26 años sin una formación profesional específica, ha utilizado la escuela de la vida para aleccionarse y narrarte sus vivencias en su primera obra escrita. El título añade un nuevo marco teórico al planteamiento de Viktor Frankl: “LA LIBERTAD ES PODER ELEGIR”; aquí está el dilema al que nos enfrentamos todos cada día, porque la vida es la certeza más incierta. No luches por buscar certezas; acepta la incertidumbre porque te ayudará a encontrar certezas y será ahí cuando sepas elegir “un poco mejor”.
Elegir es un axioma en sí mismo, ya que siempre elegimos; incluso cuando no lo hacemos, estamos eligiendo no elegir. Pero, ¿sabemos elegir? Siempre entre dos aguas: entre la emoción y la razón, entre lo correcto y lo incorrecto, entre el acierto y el error. Ahí radica la enseñanza que traspasará las páginas de este libro hasta ti, porque hoy has elegido leer esta obra para entender por qué Jonathan García habla de PODER ELEGIR una vida de “elecciones”, infinitos caminos e infinitos aprendizajes. Pero, ¿supo elegir? ¿Se equivocó? ¿Equivocarse es saber elegir? ¿Fueron necesarios todos esos episodios de su vida para, finalmente, elegir cuándo y cómo escribir este libro?
Quizás Jonathan no sea periodista, ni escritor, ni ha recibido clases magistrales de filología hispánica para desarrollar un texto, pero lo que está claro es que tiene sueños y estos trascienden más allá de las cuestiones académicas. Sus emociones en papel no te dejarán indiferente, te harán pensar y entenderás por qué eligió retarse. ¿Quién y qué se esconde detrás de alguien que se atreve a desafiar a la naturaleza y los a límites establecidos? ¿Un héroe?, ¿un aventurero?, ¿un aprendiz?, un niño que vivió deprisa?, ¿un niño que murió rápido?¿Un ser con miedo, con fuerza, con dudas? Su autor te guiará de la mano para relatarte una historia que despertará en ti lo que ahora necesitas saber.
Los libros no caen en las manos de los lectores como fruto del azar; los libros nos hablan y nos dicen cosas distintas en momentos diferentes. ¿Qué te puede enseñar este libro en este momento? Te invitamos a que te adentres en una apasionada travesía de palabras donde cada brazada es un oleaje de emociones que te hará no rendirte en este incesante viaje que hoy eliges emprender y que te hablará aún sin pretenderlo. No olvides que este libro te ha elegido a ti y no es fruto de una casualidad; era necesario. SIÉNTELO.
Anónimo
CAPÍTULO 1
Retales de un pasado
Quizás este libro debería comenzar por un “érase una vez” o quizás como en aquellos cuentos en los que quedaba claro que la historia sería una gran historia, pero ésta sin embargo no, porque cada línea que sostiene este relato es absolutamente real, jamás ha sido sacada de un mero cuento de hadas y princesas en los que el héroe acaba siempre con un: ”y fueron felices y comieron perdices por siempre, siempre jamás”. Esta historia no, no acabara así; la historia de JG debe comenzar por cómo comenzó mi vida….
Desde el momento en el que mi madre me tuvo en su vientre quedó muy claro que JG sería un gran joven. Como todos los seres humanos mi madre dio a luz a un chaval normal y corriente con algunas complicaciones en el parto. Crecí con algunos problemas de asma, podía sentir el zigzagueo de las agujas del reloj clavándose en mi piel, el tiempo pasaba demasiado deprisa y, así, pasé casi gran parte de mis primeros años de niñez. Y es cierto que…
Cuando nacemos, nunca creemos en la intensidad de las vivencias que acontecerán en nuestra vida. Aunque la mía no la puedo calificar de sencilla y feliz, bien es cierto aquello que dicen: todo pasa por algo. Yo creo que es así y, ahí, en la utilidad de tus experiencias, es donde se puede aprobar o repetir lecciones en la universidad de la vida. Y, sí, la vida me ha hecho repetir algunas lecciones.
Ya desde pequeño se vaticinaba que mi vida estaría marcada por el necesario cambio.
En contra de lo que cabría esperar y contra todo pronóstico, no manifesté un excesivo interés por los estudios y guardé, por aquel entonces, este afán de superación que, indudablemente, heredé de papá y mamá, por el que años más tarde resaltaría en mí una faceta hasta ahora oculta en el deporte de la natación y en la propia vida. Cierto es que gran parte de mi vida fui mal evaluado, como suele ocurrir a menudo a la mayoría de los jóvenes, por situaciones hasta hoy meramente incomprendidas; y no me refiero al calificativo de las notas, sino a algo mucho más íntimo y trascendente en mi etapa de juventud.
Quizás de esa época debiera de mencionar las relaciones de amistad. Apenas tuve amigos con los que pasear o jugar a fútbol, como la mayoría de los chicos de mi edad. Culpé a mis padres aquello. Era obvio que una actitud combativa y egocéntrica empezaba a surgir en mí.
Era obvio mi aburrimiento y mi tedio
A pesar de mi poco interés fue fácil destacar en clase. Los maestros siempre me decían que era una persona difícil de derrotar, que existía algo innato en mí ya que, ante cualquier adversidad, era capaz de rebasar mis límites para obtener finalmente buenos resultados. Ya por aquel entonces las letras que colocaba sobre un mero papel en blanco eran distinguidas y casi se podría predecir mi futuro como escritor, dado que tenía cierta afinidad con las letras y la expresión escrita, según los profesores poco legible y demasiado inclinada hacia la derecha, algo inusual en un joven que justificaba todo aquello como una identidad. Siempre creí desde pequeño que hay pocas opciones de elegir, de crear, de tener algo tan íntimo como nuestra propia letra a la hora de expresarnos de forma escrita. Algo que nos pertenece. Siempre defendí que la ortografía era una de ellas, así que mi letra fue distinguida y característica de JG… A día de hoy aún lo sigue siendo.
Siempre preferí escuchar que hablar y esa curiosidad fue, en muchas ocasiones, la que me hizo sacar buenas notas con
relativa facilidad. Recuerdo las tardes en solitario en alguna esquina del patio, casi deseando volver a clase…
Años más tarde descubriría que esa soledad ocultaba un mensaje que solo vi hasta años después…muchos años después…
En algún momento de esa infancia cambié y lo hice de manera tan rápido, que ni siquiera me dio tiempo de darme cuenta.
¿Será cierto eso que dicen, que “cuando eres niño, las cosas pasan volando”?
El desarrollo me produjo grandes cambios físicos, pero también importantes problemas de salud como anemia, escoliosis, e incluso asma, junto con el temido acné. Experimenté a medida que pasaban los meses, una drástica transformación en mi cuerpo.
JG, un chico solitario que no supo muy bien que rumbo tomar, creía que el tiempo indudablemente como para todo daría una razón, un mensaje que hiciera escapar de aquel sombrío lugar del que JG creyó ser su propio esclavo. La soledad que me enfrentaba cada día era sólo comparable a la soledad que padecía mí adorada madre cuando mi padre pasaba gran parte del tiempo, casi de sol a sol, trabajando en la construcción para llevar el pan a casa cada día.
Así recuerdo los primeros años de vida con papá; cómo llegaba a oscuras a menudo cuando dormía y sentía un beso en la frente cada noche, me rezaba al oído para que, de alguna forma, esos ángeles a los que tanto convocaba bajo su fuerte aflicción con la iglesia me protegieran para siempre de todos los males que empapan el mundo en los informativos de televisión y prensa que, de alguna manera, mi madre evitaba para que viviese ignorando lo que ocurría tras la protección que ellos me daban. No cabe duda de que tanto papá como mamá siempre fueron los mejores padres que un hijo pudo haber tenido, como cualquier preciada familia, el tesoro de unión y de humildad, honrada, a pesar de carecer de caprichos y sentir cada invierno cómo goteaba el agua al no tener un techo como cualquier otra familia . Además los reyes no eran especialmente ostentosos, casi siempre regalos absolutamente necesarios para el día a día. Pero mis padres si fueron y serán por siempre los mejores padres del mundo: no pudieron darme más amor del que me dieron. Así pasaron mis primeros 15 años de vida con sus más y sus menos pero así fue…una vida, podría decir hasta entonces sin saber lo que estaba predestinado a ocurrirme:
“solitaria, tranquila y apacible”.
CAPÍTULO 2
El consejo de un padre
Ya puestos hablemos un poco de papá.
El fuerte vínculo de mi padre a la Santa Iglesia no solo fue un tema casi tabú en casa, también fue, por aquel entonces, un tema extremadamente dudoso y complejo; tanto, que casi siempre que hablaba con papá era inevitable que sintiera que invadía mi espacio personal. Mi padre nunca me permitió, ni a mí, ni a nadie, plantearse dudas sobre un tema tan claro como es la religión… O al menos lo era para él.
A pesar de su apariencia seria y radical podría frustrarse o enfadarse, pero jamás lo vi perder el control. Tampoco jamás lo vi señalando a nadie con el dedo; estuviera de acuerdo o no con sus argumentos, jamás le vi juzgar, cosa que admiré siempre de él. No cabe duda, mi padre fue un buen hombre.
Es evidente que mi papá fue para mí una gran referencia de juventud, el hombre que nunca se rendía; jamás le vi poner una rodilla en el suelo; todo un luchador, siempre dispuesto a lograr sus objetivos. Lo sigo admirando aún hoy después de tantos años. De él aprendí valores muy tempranamente. No cabe duda, lo que mejor que he llevado a cabo en mi vida es haber aprendido de él que cultivar la paciencia es una virtud y que, haciéndolo, se convierte en una fortaleza; así supe que con perseverancia no habría muros ni horizontes que me pudieran limitar.
Siempre decía que…
“con esas dos virtudes se podría mover el mundo”.
Está claro que el entorno que nos rodea influye en mayor o menor proporción sobre las decisiones, sobre nuestras vidas y las circunstancias que nos rodean pero, en el caso de mi papá, admito que esos consejos fueron siempre realmente influyentes para mí en todos los aspectos personales de mi corta pero intensa vida.
Recuerdo una de las frases que mi padre solía decirme a menudo:
—Si tienes “FE”, puedes conseguir todo lo que te propongas.
Papá siempre confió en mí pero, por encima de eso, solía colocar sus esperanzas en algo que nunca había visto; eso me sorprendía tanto como en ocasiones me desconcertaba porque, a pesar de que confiaba en mí plenamente, siempre añadía:
“con la ayuda de Dios…”
Tardé un tiempo en comprender la palabra FE. Con mi propia percepción del mundo tenía mi particular punto de vista, pero con apenas perspectiva. La FE no era mucho más para mí que una débil excusa para obtener una falsa ilusión que nos limitaba en casi todos los aspectos de la vida, frenando nuestra libertad y nuestra capacidad de crear cosas extraordinarias, por imposibles que puedan llegar a parecer a simple vista. También nos limitaba a creer en nosotros mismos, poniendo toda su esperanza en manos de algo que no conocemos y que ni siquiera sabemos que existe.
No acepté jamás la idea de ser castigado por errores cometidos. Una vez más el mundo creaba una ilusión:
El cielo, el infierno e incluso el purgatorio.
Pura conjetura sin una base sólida confirmada; no era más que una débil excusa para crear y mantener manipulada a la gente, a la sociedad en general; ocurrió en el pasado y aún hoy, por sorprendentemente que parezca, todavía ocurre.
Siempre tuve mi propio punto de vista al respecto. El bien debe de ser incondicional y debemos de intentar ser correctos, pero no esperando ser recompensados en la otra vida. La idea de poder ser clasificado y evaluado en la otra vida por un Dios podré aceptarla, pero creo firmemente que jamás podré compartirla.
El bien y el mal deben ir unidos porque todo ha de tener un equilibrio, y tanto lo bueno como lo malo está en nosotros y parte también de nosotros, de nuestros corazones, por tanto, la recompensa también ha de llegar desde dentro, desde nuestro interior, al igual que nuestra condena. No cabe duda de que el tomar una u otra elección nos definirá y nos mostrará el camino hacia una vida más o menos satisfactoria.
No hay ningún “verdugo” esperando nuestra hora, ni ningún Dios esperando premiarnos; al menos ese siempre fue mi punto de vista, totalmente aceptable como cualquier otro.
La FE para mí fue siempre una falsa ilusión, sí, desde luego, pero algo totalmente legítimo. Está claro que existen miles de puntos de vista al respecto sobre este tema tan delicado, in- finidad de religiones que predican el bien, pero, en la mayoría de los casos, se recrean en sí mismas para causar la indecisión de afrontar nuestro presente tal y como es: fuera de lo espiri- tual. Además incluso a menudo causa dolor, sangre y muerte, como en los tiempos más sombríos que marcó la Inquisición.
Lo que me preocupa a mí y me resulta muy lamentable es que, a día de hoy, cientos de hombres, mujeres y niños duerman bajo un cartón, al raso, mientras cientos de iglesias cierran sus puertas quedando vacías al caer la noche. Creo que es una cuestión, simplemente, de Humanidad. Pero sería mostrarle demasiado interés a un tema casi absolutamente absurdo para mí; hablo solo y exclusivamente de mi punto de vista ante la incondicional fe de papá a la santa iglesia.
Cuántas preguntas… Siempre existieron para mí demasiados cabos sueltos, demasiados interrogantes ante un misterio poco demostrado, demasiadas contradicciones a menudo re- forzadas por una FE que casi podía matizar que todo era posi- ble si uno creía en ello, pero siempre con la ayuda de Dios.
Para mí ese argumento, por aquel entonces, era franca- mente incompleto, en ocasiones incomprendido y, cómo no, muy estéril.
EL CUENTO DE UN PADRE
Hace ya unos años desde aquella conversación con papá; fue, sin duda, la que me hizo comprender algo más sobre mis interrogantes, o al menos sobre gran parte de ellos, que desde mi humilde aprendizaje consideré absoluta e irremediable- mente relevantes en el rumbo de nuestra historia, de nuestra vida, y de nuestra percepción del mundo de cara al futuro.
Recuerdo una de las conversaciones con papá, estaba sentado frente a una de esas imágenes a las que solía rendirle culto frecuentemente, con flores frescas y velas. Me acerqué y, sin reparo alguno, dije:
—Papi, dime una cosa: tengo algunas dudas con respecto a la Fe.
—Cuéntame, hijo mío… — dijo él. — ¿Qué dudas tienes?
—A ver, papi, tú me has inculcado el valor de la Fe de creer en algo por encima de todo, de hacer el bien, pero no entiendo algunas cosas; por ejemplo, uno de los mandamientos dice “NO MENTIRÁS”,
¿Verdad?
—Sí hijo, es así — contestó.
—Y si es así, ¿por qué la Iglesia es cruel y nos enseña a mentir desde que nacemos? Ustedes me mintieron durante años y años; me decían que vendrían los reyes magos cada año y, que si me portaba mal, me traerían carbón, por el contrario, si me portaba bien, sería recompensado con cuantos regalos hubiese soñado. Ahora veo eso casi como un chantaje o incluso soborno…
Sonreí con gesto de seguridad y esperé. Papá me miró y registré, de forma inmediata, un grado evidente de ternura.
Valoré su silencio absolutamente comprometido y, tras apoyar su mano sobre mi hombro izquierdo, dijo:
—Hijo, tú eras feliz con esa ilusión, ¿verdad?
—Claro que si papá, pero…
—Y no causó daño alguno en ti esa piadosa mentira, ¿verdad hijo? — añadió interrumpiéndome.
—No papá, no causó daño alguno en mí. Pero, aun así, no lo veo correcto. ¿Cómo es posible que alguien crea en algo cuando sus raíces, sus inicios comienzan por una “piadosa mentira”? Estaba claro que con los años me haría mayor y sabría que me engañarían, sabría que eran ustedes los que me compraban los regalos… ¿Por qué no contar la ver- dad? ¿Por qué ocultar algo así? No tiene sentido, papá.
—Hijo mío, es una forma de mantener viva la esperanza de los niños, “la ilusión”— respondió mi padre.
Con esa respuesta hacía más férreo mi punto de vista so- bre la fe. A pesar de todo, seguía sin entender esa conducta tan infantil en un adulto.
Volví a preguntar con esa manía por preguntarlo todo que tenemos los jóvenes. Y le dije:
—Papi, hay otra cosa que no comprendo. Veo llenar los templos sagrados de fortunas incalculables, se derrocha el dinero en ofrendas a un Dios que dejó claro que no necesitaba tal adoración. Ayudar al prójimo recuerdo que fue uno de sus legados; y tú, papá, me has enseñado otro Dios diferente al que veo que adoran miles de personas, un Dios humilde que se quita el pan de la boca para dárselo a quien le hace más falta. Dime, papi, ¿por qué ha cambiado tanto ese Dios y el poder que ejerce sobre la gente?, ¿por qué permite que le adoren así cuando cientos de niños mueren de hambre cada día por no tener nada que llevarse a la boca?, ¿por qué te empeñas en adorar a un Dios que no hace nada al respecto? Si Dios es todopoderoso, ¿qué diablos le importa a él que le adoren o no?
Papá tomó aire mientras dejaba una larga pausa que ahora, con el paso del tiempo, me parece claramente un acto de pie- dad hacia mí. Y dijo:
Verás, hijo mío; te contaré una historia y, con el paso de los años, comprenderás y resolverás tus infinitas dudas. A lo largo de mi vida me he guiado por ella.
Cuenta esta historia que en un pequeño pueblo habitaba un malvado hombre y sus dos hijos. Renegado completamente de uno de ellos, le pegaba y castigaba sin motivo alguno, mientras que al otro le ofrecía su corazón e infinidad de sorpresas y regalos. La situación jamás cambió y, con el paso del tiempo, el hombre se convirtió en un anciano; su cuerpo, antes fornido y escultural, se convirtió en un fiel reflejo de su alma: frágil y solitario. A pesar de ello, consiguió vivir plenamente hasta una avanzada edad. Sus dos hijos ya se habían convertido en apuestos hombres, fuertes y firmes ante la vida, hasta que un buen día, el anciano hizo llamar a sus dos hijos en su lecho de muerte. Para sorpresa suya, acude el más pequeño, el que soportaba el golpe de sus fuertes bofetadas, el que aguantaba las humillaciones y maltratos durante toda su vida. Preguntó dónde estaba su otro hijo, su preferido, pero nunca llegó, y el hijo más pequeño empezó a cuidarlo con mimo sus últimos días de vida, mostrándole afecto y llevándole una taza de té al caer el frío, arropándolo por las noches y haciéndole todo lo que él no hizo durante toda su vida. Una mañana, el anciano murió tras semanas y semanas en aquella cama agonizando y anunciando un adiós inminente. Cuando llegó el otro hijo, sorprendido, dijo que, a pesar de intentar venir a ver a su padre estaba lleno de trabajo, de reuniones y en viajes de un lado para otro. Arrepentido lloró y lloró sin cesar durante horas y observó, a un lado de la cama en la que el padre yacía muerto, una nota.
En ella había escrito sus últimas palabras. Ambos hijos se apresuraron a observar el papel, que tenía una letra tan peque- ña que apenas se podía leer. En ella ponía algo muy escaso:
Simplemente “gracias”.
Entonces, uno de los hijos, el preferido del padre, dijo que se refería a él, porque siempre fue su ojo derecho, el que siempre había recibido su atención. Por el contrario, el otro hijo dijo que no, que había sido por él porque lo había cuidado en sus últimos momentos de vida como nadie lo había hecho.
Tanto fue su desacuerdo que a partir de ese día dejaron de hablarse y de mirarse al cruzarse por la calle…
Y pasaron los años, muchos años, hasta que uno de ellos hizo llamar al otro. También yacía en una cama. Habían pasado casi 40 años desde aquella absurda discusión…
El menor fue inmediatamente a ver qué quería decir su hermano en sus últimas horas de vida. Cuando llegó allí ya era tarde. Lo abrazó y le gritó por qué había esperado tanto, pues estaba deseando abrazarle. Cuando lo aparto de él vio una nota sobre la mesita de noche; era la misma nota que su padre había escrito antes de morir. Esa nota había sido la culpable de no que no se hablaran durante 40 años. Observó atentamente aquella nota y descubrió que el papel tenía un doble revés. Con esmero, consiguió desplegar cada esquina pegada por el paso del tiempo. El mensaje esta vez era claro:
“Gracias a los dos por darme la felicidad”.
El hermano mayor se arrodilló y miró al cielo diciendo:
— Tanto tiempo enfadado para nada, por una idea, por una cuestión de orgullo. Ahora he aprendido algo — dijo a Dios implorando perdón. — He aprendido que solo tenía que esperar, que debí pedir perdón, leer un poco más y ahora he perdido a mi padre y a mi hermano…
Tomó, entonces, un lápiz que tenía en su bolsillo y escribió:
“Siempre se puede escribir más, siempre se puede perdonar a tiempo. Ahora lo sé… Siempre podré construir de nuevo si el revés de la hoja es leído y no es demasiado tarde. Siempre podré vivir plenamente si, al final del camino y al entrar en la noche, mi alma duerme en paz y tranquila al saber que no he hecho daño a nadie”.
Fue esta historia la conversación que, durante gran parte de mi juventud, me sirvió como fuente de aprendizaje respecto a mi prematuro punto de vista sobre la vida y la madurez, sobre el perdón, la fe y la compasión hacia el prójimo qué duda cabe que tenía mucho que aprender después de esos puntos de vistas tan personales y por supuestos tan poco reforzados por una personalidad aun endeble que no me hacía entender que algo podía controlar las estrellas y el universo con tan solo energía.
Esta etapa de mi vida que viene a continuación la recuerdo como de las etapas más hermosas de mi juventud, quizás una etapa de aprendizaje en la que las experiencias vividas se resumen a las primeras y a las últimas, todas las demás quedan olvidadas, renegadas hacia un futuro incierto, pero si indudablemente, fue importante para mí. Aquella historia de amor aún queda en mi retina.
“Mi primer amor verdadero”
CAPÍTULO 3
Un amor de juventud
La conocí pocos días antes de cumplir la mayoría de edad, la tarde de un 26 de septiembre aparentemente como cualquier otro pero, desde el instante en la que la vi, me enamoré perdidamente de ella y también de su nombre: Muriel; significa en hebreo “tan brillante como el mar”. Cierta similitud encontraría años más tarde en ese nombre y, por supuesto, también en mi vida.
Su cabello era rubio, muy bajita y algo más joven que yo. Nos llevábamos unos 3 años de edad de diferencia, por lo que ella, por entonces, tendría tan solo 15 años. Era vegetariana, tanto su familia como ella, y también de orígenes humildes, al igual que yo. Tenía 7 hermanos y era adorable el tono familiar y cercano que mostraba al hablar de todos ellos. Irradiaban tanto amor… Siempre afirmé, como ya dije, que me enamoré de Muriel desde el primer instante en la que la vi. Oí decir una vez que algunas personas están predestinadas a conocerse; desde luego Muriel y yo fuimos dos de esas personas. No cabe duda de que ella y yo debíamos de compartir una bonita historia de amor juntos.
La esperé cada día en la puerta de su instituto, algunas veces con flores y otros presentes, y siempre, con renovado interés, le brindaba mi mejor sonrisa. Era lógico; tan solo era un joven enamorado en busca del amor verdadero. Sentía que, a través de sus bonitos ojos azules, podía ver el mundo entero; que, cuando nuestras miradas se entrecruzaban, este se detenía y no fue difícil que ella se diera cuenta de todo aquello que empezaba a inundar mi corazón y a hacer brillar mis oscuros ojos negros de una forma especial.
Con el paso de los meses
Logre ser una más en la familia
Siempre fue muy evidente que Muriel ejercía una fuerte influencia sobre mí. Compartimos tantos buenos momentos que nuestra historia se prolongó durante siete maravillosos años en los que aprendí, reí y lloré con ella. Me enamoré indudable y perdidamente casi sin quererlo. Fue algo inevitable; era tan hermosa… Muriel siempre será mi primer amor verdadero, la mu- jer que conquistó mi corazón, mi amor de adolescencia.
Dejé de estudiar poco después de conocerla. Quería, como cualquier otro chico de mi edad, alcanzar cualquiera de
mis objetivos. Pude conseguir un humilde trabajo en la construcción al poco de conocerla. Podría decir que habían pasado unos 3 meses por aquel entonces y no tardé mucho en descubrir una faceta totalmente nueva para mí: era increíblemente ahorrador y consecuente con el dinero.
Tardé muy poco en plantearme un proyecto.
Quería el carné de conducir y un coche para sorprender a mi familia y, por supuesto, a mi adorada novia. Así que, con persistencia y, céntimo a céntimo, adquirí mi primer vehículo. Poco después aprobé el carné. Fue todo muy deprisa. Tan deprisa, que era obvio que la vida debía de frenarme.
Mi vida parecía estar orientada hacia una prematura dedicación a mi novia y, egoístamente, también a mí. Parecía que la vida me sonreía en todos los aspectos, pero pronto me vi superado por una realidad que iba mucho más allá de lo que había imaginado jamás.
Los hechos ocurrieron hace algo más de ocho años. Por aquel entonces tan solo tenía dieciocho años. Creía que, con mi humilde trabajo de construcción, una relación aparentemente estable y un reciente y ansiado permiso de conducir, no necesitaría más. Me comportaba de una manera tan arrogante…
¡Qué ingenua e ignorante puede ser la actitud de un ado- lescente para llegar a pensar que puede sentirse dueño del mundo, cuando sabemos que el mundo no tiene dueños!
“El tiempo es muy lento para los que esperan, Muy rápido para los que temen,
Muy largo para los que sufren Muy corto para los que gozan,
Pero para quienes aman…el tiempo es eternidad”.
WILLIAM SHAKESPEARE
CAPÍTULO 4
Y la vida me cambió a mí
na noche de mayo íbamos mi primo y yo paseando con mi recién estrenado coche; reíamos, charlábamos y escuchábamos música. Era una noche como
cualquier otra, pero nada hacía predecir lo que ocurriría.
La inmadurez que podía otorgarme esos dieciocho años se desvaneció cuando no pude frenar a tiempo. Ocurrió todo tan deprisa… ¿Conocéis esas veces en las que el cuerpo y la mente se obnubilan, el corazón se entrecorta, la sangre se enfría y el silencio provoca tal salto en el tiempo que no sabes si existes, eres o estás?
“Pues eso fue lo que sentí”.
Mi vida se hizo añicos como se hizo añicos el cristal de mi viejo coche. Muy desorientado paré inmediatamente a un lado de la calzada; sentí entonces un breve pero profundo silencio que fue roto por los gritos de mi primo
—¡no vayas; quédate en el coche!—. Aún no sé de dónde saqué el valor para ir ha- cia lo que fuera que había impactado contra mi vehículo.
Me bajé fugazmente del coche; presentía que algo iba a cambiar mi forma de ver la realidad. Las sensaciones hablaban antes que la capacidad para ver de mis ojos. No encontraba qué era aquello que había interrumpido mi aparente tranquilidad. ¿Un animal?, ¿algún objeto?, ¿quizás… algo, alguien?
Y ahí fue cuando descubrí que un mal golpe de suerte modificaría el rumbo de mi destino.
Ante mí, yacía el cuerpo de un persona…
Me resigné a pensar que había fallecido y, durante veinte agonizantes minutos, luché para salvar su vida. Mientras, gritaba:
¡¡¡Una ambulancia!!!—.
¡¡¡Que alguien llame a una ambulancia!!!—.
¡¡¡Que alguien llame a una ambulancia!!!—.
Mi grito desesperante provocaba un eco que sólo evocaba aquella vieja compañera: la soledad, que me había acompañado en mi infancia y volvía a vislumbrarse en aquel espacio sombrío, una carretera con forma de espejo donde sólo se reflejaba mi impotencia.
Nunca olvidaré cómo tuvieron que despegarme de él, al igual que aquella frase que dijo el médico al examinarlo: —lo siento; ha muerto—.
A partir de esa noche, el dolor me acompañó cada día. En cada aliento que exhalé, en cada latido de mi corazón, sólo existía tristeza.
En mi ciega y egocéntrica adolescencia tuve que toparme con la muerte para poder reflexionar y evaluar sobre mi caótica vida. Estaba dormido y aquello se definía como un paradójico, angustioso y anhelado despertar.
Nunca imaginé vivir una experiencia tan dolorosa como esa. Lo cierto es que siempre afirmaba que mi vida era como una gran película de Hollywood pero, desde luego, no la he vivido jamás con la misma emoción que un espectador.
Fue una gran tragedia que me hizo pasar semanas aislado en mi habitación, intentando sintetizar toda aquella angustia. Los recuerdos que, a diferencia de él, nunca abandonaron este mundo, me torturaban. Y esa imagen se quedó ahí, como un inquilino en mi memoria, creando surcos y huellas en mí que desgarrarían mi corazón para siempre.
Desde esa noche siempre reflejé cierta amargura en los ojos.
No me sentí culpable pero sí es cierto que sentí una profunda pena.
Durante ese año mi vida fue un infierno. Me levantaba cada noche en los brazos de Muriel llorando, envuelto en fuertes pesadillas, sudores y alaridos.
Nunca comprendí por qué me había ocurrido algo así has- ta años más tarde. ¿Había sido un ciudadano ejemplar?… Para nada.
Las circunstancias de mi vida me empujaban una y otra vez como un péndulo, en un zigzag sin parar, hacia una dirección poco alentadora. Los acontecimientos que habían impregnado cada minuto de mi vida desde aquella noche me resultaron tan injustos como surrealistas.
Con el paso de los meses empecé a mostrar cierta rotundidad en las cosas sencillas. Resultó, sin lugar a dudas, una odisea descubrir algunos factores de mi personalidad que a raíz de aquello se transformaron drásticamente.
Está claro que mi vida cambió y, lo hizo tan deprisa, que apenas pude disfrutar de mi juventud, de una etapa juvenil como cualquier otro chico de mi edad. Mi vida, desde enton- ces, estaba mermada por un absoluto fracaso.
Fue sorprendente ver el apoyo que recibí de algunas personas y, cómo no, también la hipocresía de muchos otras, que sentían, más que preocupación, mera curiosidad por saber qué había ocurrido aquella noche.
El amor que sentía por Muriel hacía que nuestra relación soportara mi apatía, mi tristeza y mis repentinos cambios de humor. Las discusiones sobre el trágico accidente se prolonga- ron durante meses, e incluso años.
Mi agotamiento mental y mi cansancio pusieron en entre- dicho mi cordura y mi claridad.
— ¿Me estaré volviendo loco?—, me preguntaba una y otra vez.
Llegué a perder mi Fe; llegué a creer que no podría equilibrar aquella balanza que me hostigaba cada día como si de un verdugo se tratara.
Dejé de creer… Dejé de existir… Dejé de ser…
Recuerdo que me preguntaba en muchas ocasiones cómo podía cambiar el rumbo de mi vida, si el camino que estaba recorriendo me llevaría a alguna parte. Me sentí perdido, sin un rumbo, sin un camino.
¿Valdría la pena pasar por todo aquello? Soportar toda aquella angustia que me oprimía el pecho con un deseo irrefrenable de gritar en una habitación vacía, solo gritar, ese desahogo que en muchas ocasiones buscamos en muchos aspectos de nuestras vidas sin saber muy bien para qué pero que, curiosamente, resulta necesario…
Esa fue una de las muchas preguntas para las que ni la fe de papá ni el amor y la esperanza de mamá lograrían conseguir una respuesta concreta que sirviera para aliviar todo aquello que intrincaba mi cordura, me aterraba y me hostigaba.
Me costaba cada vez más reflexionar sobre los pros y los contras. El pesimismo se apoderó de mí como se apodera una tormenta de cada rayo de luz del sol ante su increíble poder; llegó incluso a no importarme la repercusión que tendría en mi vida. Dejé de valorar cada decisión que tomaba, me planteé cada día, aislado en mi habitación, terminar con todo aquello, tirar la toalla…
Sería, sin ninguna duda, el fuerte y poderoso tic-tac del tiempo el que me enseñaría a “observar”, a “aprender”, pero, sobre todo, me enseñaría a “esperar”. Porque, sin duda, algo que aprendí fue a descubrir que todo gira en torno a un tiempo que no podemos controlar, como no podemos controlar el agua que cae en una tormenta cuando descarga su furia inexorablemente. Silencio… Truenos… Gotas en forma de lágrimas caían por mi mejilla cada día, en cada surco que iba creando el paso de los meses por esa situación, que provocaba una prematura vejez no solo por fuera sino también por dentro. El niño sonriente que un día fui cayó deslizado por el abismo que había creado en mi interior. Oculto, permaneció allí.
CAPÍTULO 5
El comienzo de una pesadilla
Tras el accidente cambié bruscamente. No sé en qué momento exactamente lo hice, pero lo cierto es que así fue. Seguí sintiéndome incomprendido. Unos dicen que estaba confuso y aterrado; otros dicen que desde aquella noche no mostré en mucho tiempo un atisbo de ilusión; pero todos estaban de acuerdo en que cambié y que aquel golpe de infortunio me había afectado mucho.
Cargué ese lastre durante un tiempo excesivamente largo; casi fue como un luto para mí aquel comportamiento, una muestra innegable de respeto. Fue una responsabilidad demasiado pesada para mis dieciocho años de edad. Me castigaba yo mismo cada día más.
Si bien fue cierto que la relación con mi hermano nunca fue buena y que mi rivalidad por el amor de mi madre fue siempre un motivo de fuertes discusiones y celos, ese accidente potenció, sin lugar a dudas, el enfrentamiento entre ambos. Una combinación de muchos factores iba haciendo que aquella tristeza fuera tomando otra forma desde el fuerte e imaginario posicionamiento de mis padres hacia mi hermano y mi equivocada creencia de que, por haber tenido ese accidente, ya les había fallado como hijo.
Me hizo sentir solo rodeado de gente.
Me sentía abandonado. No cabe duda de que la aparente fragilidad que mostraba mi hermano en ocasiones también era
un motivo para que mis carencias afectivas en ese momento se vieran peligrosamente reforzadas por una imaginaria falta de atención de mis padres.
Hablar de mi hermano es prácticamente hablar de un extraño. Jamás ejerció el papel que le otorga esa etiqueta; un des-conocido más como cualquiera que podría cruzarse uno por la calle a diario. Lo cierto es que mi hermano era totalmente opuesto a mí; hablaba demasiado, como queriendo mostrar siempre una atención permanente de las personas que escu- chaban, cosa que, en ocasiones, irritaba bastante y cansaba.
Supongo que era un chico como cualquier otro al que le gustaba salir de fiesta con sus amigos, los cuales tampoco le ayudaron a que creara una personalidad fuerte. Era tan ende- ble como su apariencia física: muy delgado, con piercing y pelo largo. Recuerdo que su forma de actuar cambiaba tanto como su forma de vestir: primero soy así, semanas después así y, poco después, de otra manera. Me impactó mucho ver esos cambios en su vestimenta, pero también en su forma de ser y de actuar delante de la gente. En público se comportaba de una manera y, en privado, de otra totalmente opuesta. Al menos esa siempre fue mi manera de verlo lo poco que llegue a conocerlo.
Mi hermano y yo éramos rivales continuos, de eso no hay ninguna duda, e incluso llegó un punto en que la relación era tan insostenible que, si uno salía a comer, el otro esperaba en su habitación a que terminara para, así, no tener que encon- trarnos por la casa.
Tuvimos infinidad de discusiones y peleas. A medida que pasaban los meses cada vez eran más graves.
Fue ese el momento en el que, un mal día, lesioné a mi hermano con un arma blanca de tal forma que tuvo que ser hospitalizado. Me encontraba al borde de la locura aquella mañana de enero. Llevaba días sin dormir fruto de la depresión ocasionada por aquel infortunio golpe de mala suerte en aquel accidente de tráfico y mi hermano, como de costumbre, tenía la música muy alta. Bajé las escaleras y le amenacé con un arma blanca para que disminuyera el volumen. Entre sus provocaciones y un exceso evidente de
testosterona de ambos, la disputa era cada vez más fuerte. En un momento determinado de esa discusión le ocasioné una herida en su muslo izquierdo; una herida que no tardó mucho en curar ni fue excesivamente grave, pero ese acto sí lo fue y me castigaría la justicia por ello. Siempre me arrepentí de ello, pero en ese momento el estrés de mi vida me estaba convirtiendo en otra persona, sin ninguna duda reaccione muy mal. En consecuencia empecé a es- perar esa carta, la ansiada carta que me condenaría aún más por ese error y pondría fin a mi libertad.
Jamás fui un chico violento pero las circunstancias no eran las idóneas, ni las más deseables, y no trato de justificarme. Simplemente, sé que una situación me empujó a otra y que, de no haber sufrido ese accidente, jamás hubiera lesionado de esa manera a mi hermano. Aún hoy me sorprende ese acto…
Mi hermano y yo tardamos dos años en comprendernos. Para cuando lo conseguimos, casi nos hicimos inseparables desde la distancia. Me ayudó en todo cuanto pudo por evitar mi ingreso en prisión, pero todo fue en vano: la justicia no fue tan compasiva como él a pesar de rogar en llanto vivo el día del juicio pidiéndole a la jueza una oportunidad…aun así fui condenado a 3 años y 6 meses de cárcel por un delito de lesiones.
El triunfo del verdadero hombre
surge de las cenizas del error.
PABLO NERUDA
CAPÍTULO 6
Cinco largos años de espera
Hoy escribo este capítulo de mi vida con estas letras de color negro tras la reja de mi celda y veo esa actitud inaceptable que durante tanto tiempo consideré un castigo añadido. Sin embargo, lo que me ha enseñado el paso del tiempo es que ha acabado siendo mi mayor fortaleza, una especie de fortuna que no aprecié hasta mucho después.
Durante cinco años esperé esa carta, que parecía no llegar jamás, con un temor que me hizo reprimir cada segundo de angustia como un dragón enjaulado en un castillo, sin salir de la mazmorra. En mi propia casa ya pagaba una condena.
No hice nada para cambiar mi destino; tan solo esperé.
Desde luego que todo aquello fue tan dolorosamente per-sonal, tan íntimo, que opté por aislarme en mi mundo interior. Fue una opción que creí que me ayudaría a ser más fuerte ante la soledad que estaba a punto de encontrar tras los altos muros de la prisión.
Tardé muchos años en admitir mi egoísmo ante el innegable hecho de que había varias personas sufriendo una situación similar a la mía. Era como si solo pudiera ver el lado opuesto de una pared que siempre daba hacia el mismo lugar. Como primera consecuencia de todo aquello olvidé mi escala de valores personales y éticos, no solo por el hecho de no en-
contrar un camino o un rumbo que me hiciera dar el salto ha- cia una mejor vida, sino que me fundí en un mar de infideli- dades y mentiras, ocultando el pasado que me atormentaba bajo llave dentro de mi corazón, mi secreto mejor guardado. Olvidé lo verdaderamente importante y volví a ser el joven arrogante que tiempo atrás fui.
Tantas lágrimas derramadas
y no había aprendido absolutamente nada
en todo ese tiempo
Al cabo de los meses empezó a notarse en mi aspecto el desgaste por toda aquella tensión generada durante años de es- pera. Era innegable que empezaba a hacer mella en mi rostro.
Mi aspecto reseñaba cambios importantes, signos evidentes de cansancio. Recuerdo que, cuando me miraba en el espejo, casi no me reconocía: el pulido cristal mostraba con claridad los estragos que esta angustia había causado en mi aspecto exterior.
El cincel de la vida había esculpido en mi rostro surcos tan profundos que habían dibujado un rictus de tristeza. Mis ojos, antaño refulgentes, habían perdido el brillo que siempre tu- vieron, como el de un adolescente enamorado de su primer amor; ese brillo tardó mucho en volver.
Muchos dicen que jamás volvió a brillar mi iris de la misma manera; solo el tiempo lo diría.
Predeciblemente la relación con mi pareja, Muriel, se de- rrumbaba como un castillo de naipes. Al no poder soportar el peso, los cimientos que sostenían la base de nuestra historia de amor dejaron de ser tan sólidos y, con el poder que ejerce el tiempo sobre las cosas, dejó de ser mi pareja para ser una in- condicional amiga, aunque siempre creí que jamás dejó de amarme. Yo ya no sentía nada más que un irremediable deseo de protegerla, cuidarla y estar a su lado, pero como un fiel amigo.
Recuerdo muy vagamente la relación con mis padres por aquel entonces. No recuerdo abrazos de afecto, ni besos, ni tan siquiera alguna palabra de protección o ánimo. Fue como un lastre más para mi vida que, al igual que mi pasado, me cansaba mucho.
Mi actitud combativa seguía siendo una ingenua enemiga que me impedía ver las cosas desde otra perspectiva. Quería verlo todo tan de cerca que, con el tiempo, supe y aprendí que en la mayoría de los casos, si te acercas mucho, pierdes la perspectiva, la noción de lo que observas. Sin embargo, el mirar de lejos, te da la necesaria paciencia. Estaba, por tanto, equivocado y lo peor es que creía que tenía la razón en todo aquello que atrofiaba mi cordura.
Todo aquel desgaste era producido, obviamente, por mí mismo. En el fondo era evidente que, si abría un poco los ojos, podía percibir por las noches a mi madre llorando, preo-cupada al ver y sentir, al igual que yo, que mi tiempo, tarde o temprano, se acabaría. Recuerdo navidades enteras sin cele-
brar absolutamente nada, simplemente observando tras la ventana pasar el tiempo.
Y así fue como esperé el sol de cada mañana al igual que cada tarde esperé el ocaso: cada vez con menos esperanza de que algo pudiera cambiar.
Sí, como era predecible, “mi tiempo se acababa” y yo seguía solo tras mi ventana, como había ocurrido tiempo atrás abandonando mi conmovedora infancia.
CAPÍTULO 6
La llamada que cambió mi vida
ra una tarde de abril. Me senté a orillas del mar. Confuso, un cosquilleo recorría ese día mis venas como un fuerte presagio de lo que estaba a punto de
sucederme, una sensación extraña de saber que algo no iba bien. La prisión me aterraba, como el hecho de estar sólo en aquella carretera tiempo atrás, en aquella noche oscura en la que un fortuito golpe de mala suerte cambió mi vida para siempre. El inmenso mar me hacía mirar tan lejos como la vista me permitía. Recuerdo con asombro cómo descendía el sol esa tarde, muy lentamente… Se puso increíblemente hermoso, tan grande e intenso como el reflejo que extendía hacia el azul del océano, que entonces parecía del mismísi- mo color del infierno: rojo. Miré en línea recta, sin desviar mi atención, sin moverme; solo yo, el mar y los latidos de mi corazón.
Pum…pum…pum…
Esos silencios le quedan a uno marcados para siempre.
Jamás olvidaré ese último instante de paz.
De pronto, todo se rompió.
Mi orgullo giraba en torno a ese tono de teléfono que parecía no sonar jamás y, cuando lo hizo, lo supe inmediatamente.
Al fin recibía esa llamada que esperé con temor cinco largos años y, una vez más, lo afrontaba solo junto a mi fiel compa- ñera: la soledad, que estaba ahí, a mi lado, para reprimir mi tristeza.
La conversación con mi abogado fue algo así: descolgué el teléfono temblando y dije tras coger aire profundamente:
¡¡¡3 años y medio, ¿verdad?!!!
Jonathan, espera, esto aún no ha terminado. Tranquilo —dijo mi abogado.
Dime, 3 años y medio, ¿verdad? ¡Dímelo! —insistí agobiado.
Sí, Jonathan. Lo siento. 3 años y medio.
Ni siquiera dejé que siguiera hablando. Colgué inmediatamente el teléfono y empecé a llorar.
Siempre supe que esa llamada marcaría un antes y un después en mi vida; siempre tuve una idea muy precisa de lo que estaba a punto de sucederme. Bajo la fuerte sensa- ción de abandono que generaba la situación, no solo me habían vuelto a evaluar mal, como me ocurrió en mi infancia, sino que a todo aquello tenía que sumarle el dolor de contarlo a mi madre, a mi padre y a mis seres queridos y soportar la tristeza de verlos hundidos en la derrota de haber perdido la libertad.
A pesar de que ya lo sabía no pude evitar la sorpresa y mucho menos la tristeza, el llanto, el desasosiego y, cómo no, el deshonor de contarlo y de vivirlo.
Volví a sentarme sumido en el silencio de las olas tras colgar el teléfono. Todo lo que pensaba o pudiese decir en ese momento era una clara aceptación de ese destino que me había atormentado durante años. Miré al mar otra vez y dije algo, casi sin pensarlo, que quedó guardado en mi memoria para siempre; salió de lo más profundo del corazón como pre- diciendo, igual que un brujo, algo extraordinario que estaba a punto de hacer cambiar todo para siempre.
Arrodillado en aquella tormenta de sal de aquella singular playa en la que las gaviotas hacían murmurar el frágil tacto de la brisa que emitía el océano, entonces rogué con todo mi corazón a los cielos, a Dios, o a quien fuera que podría estar en aquel lugar al que mi padre aseguraba que con fe podría ayudarme eso me enseño tiempo atrás haci que me aferre a ello y le pedí al cielo con tanta fuerza que me ayudase a salir de esa situación que me diera esperanza para soportar el golpeo de las olas que esta vez habían empapado mi vida de una serie de infortunios de los que no sabría si sería tan fuerte para afrontarlos.
Con el alma en mí corazón pude sentir como las cuerdas bocales temblaban en aquel llanto a los cielos como una melodía aterradora fruto del dolor que causaba esa angustia en mi interior:
Tan solo tenía aire en mis pulmones y un horizonte para alcanzar. Con lágrimas en los ojos. Grité con todas mis fuerzas:
¡¡¡Dios mío¡¡¡¿estás ahí? ayúdame¡¡¡ayúdame Dios mío ayúdame a compensar cada lágrima de mi madre, cada llaga de mi padre, que no se ha cansado de luchar por darme lo mejor…y te juro desde este instante que lo compensare todo… …ayúdame a ser fuerte y te juro desde este instante que si me das fuerzas ayudare a cambiar el mundo, ayúdame dios mío ayúdame por favor ayúdame¡¡¡.
Mientras lloraba algo asombroso ocurrió en ese preciso instante, levante la mirada el mar se había congelado, detenido en el tiempo como una maldición fruto de alguna brujería y las gaviotas que volaban sobre mí con aquel canto celestial quedaron inmóviles en su vuelo incluso los crujido zigzagueante de los cangrejos agrupados sobre la esbelta roca quedaron congelados, todo se había paralizado y durante unos minutos sacudí la cabeza no creyendo que realmente estuviera ocurriendo algo así, mire el reloj las agujas estaban clavadas en una hora las tres y cuarto, ni el segundero tampoco giraba todo estaba detenido en el tiempo… mi pulso se aceleraba…como se aceleraba al caer las gotas de sudor de mi frente, de pronto un rugido ensordecedor estremeció el cielo, abriendo las nubes como una aterradora tormenta mostrando un rayo fugaz de luz que me ilumino y me hizo apartar la vista del cielo provocando una ceguera momentánea jamás había visto una luz tan potente, cuando volví tras unos segundos a retomar la visión todo había vuelto a la normalidad …fue algo tan extraño…pensé si aquello había sido fruto de mi locura por esa noticia tan desagradable que acababan de darme ,desorientado y confuso simplemente volví a casa y no le conté lo sucedido a nadie. Me tomarían por loco. ¿Sería real eso que me había ocurrido?.
Jamás en mi vida tuve respuesta a ello.
CAPÍTULO 8
Un camino hacia la redención
Viví cada día desde entonces con un nudo en la garganta guardar el secreto de mi ingreso en prisión estaba siendo sumamente complicado para mí. Estuviese donde estuviese me invadía una ola de recuerdos. A menudo se me nublaba la vista y sentía
caer las lágrimas como un goteo constante ante aquella des- agradable noticia. Pero, sobre todo, sentía un gran e irrefrenable deseo de salir de ese lugar, de escapar de aquella atmosfera de energía negativa.
Tuve infinidad de ocasiones para contárselo a mis padres. Muchos que conocen la fuerte afinidad hacia mi madre dicen que mi madre es, sin lugar a dudas, mi talón de Aquiles, mi gran debilidad, la mujer que más amo en el mundo. Admito que estuve a punto de contárselo a mamá cuando cocinaba o cuando se acercaba a mí para darme un beso de buenas noches, pero siempre que miraba a sus ojos me sentía el hombre más vulnerable del mundo. Terminaba por decirle que todo se arreglaría y le daba un abrazo siendo partícipe, guardián de su alma durante unos segundos. Fue tan bonito darme cuenta de que meses más tarde añoraría mucho esos abrazos tras los fríos muros de hormigón de la cárcel… Pero, por algún motivo, no lo hice; nunca lo conté, guardé ese secreto muy dentro de mí. Cómo protege uno… Su más preciado tesoro… Creí que no podía renunciar a quien era: un joven que había perdido tanto tiempo esperando esa carta, que había sido cobarde al no contar nada…
Me avergoncé tanto que sentí de alguna forma inmediata la necesidad de compensar todo aquello de alguna manera.
Mi secreto se convirtió en una obsesión para mí
Al día siguiente de haber recibido la desagradable noticia de saber que en tan solo 90 días debía ingresar en la cárcel seguía sin tener el valor suficiente para confesarle a papá y mamá lo que había ocurrido. Recuerdo que estaba en mi habitación sentado en una esquina de la cama y, mi padre salía del baño y yo al oírlo quise entrar para prepararme una buena ducha relajarme y desconectar durante unos minutos de toda aquella angustia interior a la que estaba tan expuesto que seguía inundando mis saturadas venas de nervios constantes y un sinfín de descontrol insano en mí, preparé las toallas, entré al baño, me desvestí mientras me miraba al espejo pude distinguir claramente el paso de los problemas en mi rostro, mostraba tanto cansancio ,ojeras ,signos de delgadez y una gran tristeza en la mirada, cogí la esponja y jabón me detuve unos segundos a observar el manantial de agua que corría frenéticamente hacia el desagüe desde el grifo, pensé que mi vida estaba dejando de ser merecida que debía dejarme llevar por la corriente dejar de luchar con todo “rendirme”, admito que en ese momento pensé en “suicidarme”, una y otra vez pensé en ello en esos días que creí que no sería tan fuerte para avanzar, me preguntaba a mí mismo ¿una soga serviría para partirme el cuello hasta que los pulmones se empaparan en sangre y así provocar un colapso hasta morir?…¿un cuchillo para cortar esas venas que sostenían mi ahora débil y delicado cuerpo hasta morir? Pensé también en las pastillas que guardaba mi madre en el cajón de su mesita de noche, tomar el bote entero supuse que sería quizás la mejor de las muertes…confieso hoy que no lo llegue en ese momento por una simple pregunta ¿dolerá? me preguntaba y otra vez si dolría si el hecho de quitarme la vida me causaría dolor…eso me frenaba a hacerlo, “tan solo eso”…dicen que abandonar este mundo de esa manera es de cobardes creo firmemente que no, hay que tener mucho valor para hacer algo así…hay que ser muy fuerte para creer que no hay nada por lo que respirar ,admito hoy aquí con estas letras que empapan estos versos que sostienen tus manos que…me falto valor, solo eso valor para hacerlo, porque ganas me sobraban, el miedo al dolor fue lo único que me retuvo. Creo que lo que ocurrió minutos después fue algo desde ese instante a lo que no tuve explicación alguna…algo que me salvo la vida de caer por un desagüe como el agua a la que miraba en aquella ducha…nada más entrar en contacto con el agua sentí un ardor que recorría cada centímetro de mi cuerpo hasta llegar a dolerme como si me estuvieran quemando vivo en una hoguera, como si la piel fuera a levantarse no pude evitar gritar muy alto…pensé inmediatamente ,está demasiado caliente la pondré más fría inmediatamente
Pero no, el agua a pesar de estar fría seguía ardiéndome y cada vez más y más…casi me hervía la sangre cuando tocaba mi piel por muy fría estuviera.
Asustado Llame a mi padre y le dije:
-¿papa puedes venir un momento, me está ocurriendo algo extraño papa y estoy muy asustado?
-Claro hijo mío que ocurre? ¿Dijo mi padre sorprendido y preocupado a la vez.
-Padre me está pasando algo extraño…cada vez que toco el agua me arde la piel.
Mi padre sonrió
– ¿hijo ponla más fría será que la has puesto muy caliente?.
-No padre no puedo tocar el agua me quema me quema mucho a pesar de haberla puesto fría sigue quemándome.
-Cómo va a ser hijo mío, haber venga entra en la ducha te ayudare como cuando eras pequeño ¿recuerdas cuando te bañaba y jugábamos en la ducha con aquellos juguetes? Dios mío parece que fue ayer cuando me salpicabas una y otra vez con tus travesuras ha pasado tanto tiempo de aquello mi pequeño. Volveré a cuidar de ti como hice cuando eras un bebé no te preocupes hijo has sufrido mucho estos últimos años estas asustado pero no te preocupes estoy aquí hijo mío, venga entra en la ducha yo te ayudare…
Mi padre empezó a mojarme los pies seguía ardiéndome a pesar que el agua estaba en temperatura baja empecé a gritar de nuevo… Entonces… ocurrió algo asombroso…algo extraordinariamente aterrador para mí.
Observe como se iba formando una segunda piel oscura y cada vez que mi padre acercaba el agua más y más se desvelaba “era un traje de neopreno de natación “estaba creando un traje de natación sobre mi piel que me ardía muchísimo…era como una mutación.
Mi padre asustado y alavés asombrado me dijo mientras me abrazaba:
-Hijo dime ¿has hecho algo? ¿Has Tomado algo que pueda generar tal cosa?
-No padre, sólo ayer le hice una promesa a Dios padre porque sabía que ya iba a entrar en la cárcel papi mi tiempo se acaba y no tenía el valor para contárselo a mama y a ti, no tenía escapatoria papi le rogué a Dios que me diera fuerzas para salir adelante y que si lo hacía os lo compensaría todo.
-¿Has hecho eso hijo? Dijo mi padre.
Sabes que vamos a hacer no le diremos nada a mamá de esto vale hijo escucha lo que te voy a decir vale.
Algunas personas nacen y vienen al mundo para una determinada misión, Dios te está enseñando la tuya “tú eres ya el elegido hijo mío” tienes que cumplir tu palabra a Dios de lo que has prometido tienes que hacerlo hijo mío.
-Pero padre como voy a hacerlo padre mírame no soy más que un simple chico con asma, débil ,y ahora en nada también un simple preso padre no puedo con tanta responsabilidad como voy a cambiar el mundo cuando mi vida esta tan evocada al fracaso dime padre como¡¡¡
Dije llorando entre sus brazos
-Lo haremos juntos hijo mío yo te ayudare recuerda será nuestro secreto vale yo estaré a tu lado hasta el final del camino que Dios ha elegido para ti ahora somos un equipo.
Vale padre así lo hare, hare lo que me pidas papá.
.
… Fue esta conversación con papá la que cambiaría mi modo de ver las ideas que creí firmemente sólidas y convincentes. Comprendí, gracias a papá, que nada dura eternamente, que lo bueno y la victoria ante las cosas suelen ser cuestiones efímeras eso me enseño papá minutos después de haber pensado poner fin a mi angustiosa vida, que no hace falta conseguir grandes logros para vivir en paz, simplemente basta con pedir perdón a tiempo, simplemente eso, así que no esperé ni un minuto más y me planteé que deuda con Dios también serviría para que mis padres pudieran comprobar mi arrepentimiento.
Desde ese instante sentí que mi objetivo era, por primera vez, algo posible, algo real, y que, ocurriese lo que ocurriese, me daría la garantía y la seguridad de sentirme bien conmigo mismo, fuese cual fuese el resultado; que siempre habría un revés en la hoja en la que escribía y que, de una u otra forma, en algún momento, alguien me perdonaría. Suplicaba que no me ocurriera como en el cuento de mi padre y no fuera demasiado tarde. Como ocurrió en el cuento que me conto mi padre en mis años de juventud.
Fue, no cabe duda, esta historia la que puso en marcha mi deuda, mi sueño, de unir los océanos a nado, y, a partir de ahí, cambié la orientación de mi vida. Empecé a creer que lo que había prometido a Dios tenía que crearlo en la realidad, que Dios me había otorgado un Don, las herramientas necesarias para cumplir con el trato por imposible que pareciera. Podía pedir perdón de una forma hermosa y aprendí que el tiempo se iría y que, en algún momento, alguien me daría la opción de ser perdonado como al joven del cuento. Ese rayo de luz que recibí en aquella playa hizo que mis ideales cambiaran completamente y fuese yo uno de los que rogaba a los cielos y como de un padre a hijo creyera en todo lo que mi padre me había inculcado desde temprana edad. Antes de que ocurriera todo eso que empezó a sucederme ese milagro que me habían otorgado los cielos dándome una oportunidad
Por primera vez tenía la rotundidad de saber que ese era el camino que debía tomar si quería ser feliz. El pacto que había hecho con Dios iba cada vez más allá; era mucho más que un sentimiento. Sentí, casi inmediatamente, cómo había descubierto una parte asombrosamente importante de afrontar las cosas, como le ocurrió al anciano del cuento. Me preguntaba si tendría que esperar tanto como él para aprender la lección de todo lo que me estaba sucediendo. Desde ese instante la fe empezó a ser para mí una forma de admitir que nuestra energía constituye, quizás, la parte más asombrosa de nuestro ser y que esa energía es la que nos incita a ver la dimensión más hermosa de las cosas, mucho más allá incluso de lo que podamos llegar a de- sear, o de los resultados a corto o largo plazo; más fuerte que los sentimientos que emiten nuestros corazones. La fe ahora, desde mi punto de vista, es la definición exacta de que no existen límites, que se puede volar tan alto como uno crea y como uno quiera y que no importa las veces que lo intentemos y fracasemos porque, si tenemos FE, volveremos a intentarlo una y otra y otra vez. Ese es el reto: ser felices intentando llegar con esperanza a donde un día apuntó nuestro sueño.
¡¡¡AHÍ RESIDÍA, SIN LUGAR A DUDAS, UNA LIBERTAD QUE JAMÁS ME FUE ARREBATADA!!!
Por eso titule mi obra anterior:
“La libertad de poder elegir”.
Comprendí, gracias a papá, que hay que creer en algo por encima de todas las cosas, e irremediablemente esta creencia nos dará una perspectiva distinta, nos dará un motivo por el que luchar cada día. Papá me enseño que ese traje seria mi identidad cada día y que a medida que fuera cruzando los océanos se iría formando en mi pecho unas iníciales JG eran las iníciales de mi nombre Jonathan García una identidad de la que jamás podrá negar por que como mi padre bien dijo siempre recordaras el lugar en el que un día comenzó tu sueño, mi padre me hizo creer sin duda en los milagros, independientemente de que Dios me hiciera participe de un Don hasta ahora oculto en el deporte de la natación.
“Cuando comprendí ese DON, fui capaz de luchar por algo realmente extraordinario
Empecé a ver el mundo de otra forma; no estaba dispuesto a irme de esa manera, oyendo el llanto de mi madre y viendo la decepción y la amargura de mi padre en sus ojos que por primera vez en mucho tiempo recuperaban la esperanza y el brillo tras lo sucedido.
Mi ingreso en prisión era inminente; un inminente adiós que, según mi abogado, duraría 90 días como mucho.
¿Cómo irme sin causar daño?
¿Cómo compensarlo todo en tan poco tiempo?
¿Cómo hacerlo?
Habría alguna respuesta a todo aquello
¿Por qué un traje de neopreno?
Jamás había nadado. Tenía asma y escasamente 90 días para cumplir mi deuda, aquella promesa que les hice a Dios y a mi madre. ¿Sería posible dejar atrás los interrogantes, los miedos, las limitaciones y, además, las consecuencias de llevarlo a cabo con tan solo un mero traje de natación?
“Nunca rompas el silencio si no es para mejorarlo”.
LUDIG VAN BEETHOVEN
CAPÍTULO 9
Contra todo pronóstico
Considero que fue en ese momento cuando acepté que todo lo que estaba a punto de ocurrirme, ocurriría de veras, y me resigné a creer que el final de mi historia iba a ser escrito por un juez, dando un golpe a una mesa con un simple mazo de madera y sentenciando: ¡¡¡culpable!!!
He aquí la etapa de aprendizaje de mi vida, en la que des- cubrí la que considero la faceta que mejor me define y que, hasta ese instante, guardé bajo llave como aquel secreto en el fondo de mi alma que solo mi padre y yo sabíamos. Fue…
La entrega.
Pocos días después de recibir la noticia me sentí curiosa- mente aliviado. Fui dejando atrás parte del lastre que había arrastrado durante años. Era un alivio casi instantáneo que me dejaba dormir por las noches a pesar de la angustia y de la pena. Estaba en calma.
Dicen que forma parte de la madurez dejar atrás las cosas que hemos tenido y que, para bien o para mal, ya no están. El caso es que no dejé de darle vueltas y vueltas a un recuerdo antes de partir a la prisión, algo digno y hermoso para mi madre y mi padre, pero esa decisión no solo suponía un proyecto muy complejo, sino que debía de asumir que llevarlo a cabo cambiaría el rumbo de nuestras vidas para siempre.
¿Estaría dispuesto a pagar tal precio?
Dado que Dios me había dotado de un traje de natación Pensé que la mejor manera de hacerlo sería nadando así que mire un buen día al cielo respire hondo y dije:
“Uniré siete islas a nado”
Me planteé el proyecto con determinación. Esta vez em- pecé a valorar y a equilibrar esos pros y contras que decían una y otra vez que no podría hacer algo que empezaba a ser un sueño para mí y, sin embargo, era tan sumamente complejo. Sabía que tenía que mantenerme firme muchas veces recordando la actitud de mi padre, incluso en numerosas ocasiones imitándolo, mostrando una faceta destacada en él, ya que debía de asumir que, todo lo que diría, todo lo que haría desde ese instante, tendría, como todo, enormes consecuencias en mi vida. Así descubrí otra faceta oculta en mí:
La responsabilidad.
Aún no sé exactamente cómo, ni en qué lugar, ni en qué momento ocurrió, pero lo cierto es que lo hizo: aparentemente mi destino estaba ya escrito, pero me negué a ser derrotado por el duro golpe que la vida estaba a punto de darme. Me resigné, pero no me conformé y luché.
Ahora, mientras escribo este capítulo de mi vida en este libro, observo demasiadas oportunidades perdidas, tantos sueños derrumbados por falta de iniciativa en esos cinco años esperando esa carta, esperando vivir, esperando algo que, de antemano, sabía que llegaría, esperando a ser libre…
Viví, irónicamente, enjaulado en libertad.
Ahora que los años han pasado, dejando atrás recuerdos que, por dolorosos que hayan sido, forman parte de mi historia, de una vida excepcional y maravillosa, me han preguntado cientos de veces si me fue difícil enfrentarme a mi verdad. Desde luego que lo fue; era tan solo un crío cuando afronté ese destino con la actitud adecuada. Pude soportar el sufrimiento y, gracias a ello, descubrí también una nueva cualidad en mí, quizás la más compleja y asombrosa de resaltar en los momentos difíciles:
El valor.
Indudablemente “valor” es una palabra propia de un buen personaje de cómic de ficción, de un súper héroe o, incluso, de alguna buena película de Steven Spielberg, pero lo cierto es que descubrí que el valor es algo necesario y fundamental. Hay que tener valor no solo para avanzar, sino también para rendirse, para afrontar las consecuencias y, por disparatadas que sean, defender una idea. El valor es algo que creo que, a pesar de mi edad, ha formado una parte fundamental para avanzar en aquellos momentos en los que nadie apostaba un solo céntimo por mí. Hay que tener valor, sobre todo para saber quién uno es, decirlo sin agachar la cabeza y afrontar quien se ha sido con personalidad.
No fue, ni tampoco es ahora, nada fácil decir de dónde he venido y, aun así, luchar por un sueño. Sé muy bien que, para muchos ya nada me quitará jamás la etiqueta de recluso. Decir “aquí estoy, mi nombre es Jonathan García y quiero cumplir mi sueño cueste lo que cueste” es algo que he defendido con valor hasta el último atisbo de fuerzas que he tenido durante gran parte de mi vida.
Me pregunto cuántas personas me han señalado con el dedo a lo largo de esta etapa de aprendizaje, juzgándome una y otra vez, haciendo comentarios dañinos que llegaron a revelar el lado más tierno de mi alma; pero, al fin, he sabido caminar con mis pies, volviendo a ser ese niño que antaño fui, refulgente de energía. He vuelto a ver el cielo, levantando la cabeza cuando no hacía más que esconderla entre mis hombros. Hay que tener valor para hacerlo. Quizás, con mis brazadas, he podido romper ese silencio que la celda dejó en mi corazón. El valor ha sido algo que se apoderó de mí cuando creí que ya nada tenía que ofrecer. Valor para afrontar las cosas y valor para hacerlas cambiar.
Así que me armé de ese valor, levante la cabeza y afronté mi destino. Pero, para ello, necesitaba construir una nueva personalidad. Quizás aquel traje de natación que me doto Dios me ayudaría a ello.
“Aprendí con el tiempo que aquellas personas que más se sacrifican son también las que menos obtienen a cambio”.
CAPÍTULO 10
La Gomera-Tenerife
(45 kms en 11 horas 30 minutos)
Y así fue cómo, a pesar de saber que mi tiempo se acababa me levante cada mañana empapado en una ilusión en un objetivo en una deuda constate de saber que tenía un prometido no solo con mi madre si no también con el mundo y con Dios, sabía perfectamente que siendo quien era, y de una familia muy humilde costaría mucho avanzar y conseguir mis metas supuse enseguida que Dios me había dotado de ese traje para ello lo podría utilizar también como un escudo para los ofensas y burlas de las personas que jamás apostaron por un joven con gran poder interior que Dios le había dado. Con el paso de los días se convirtió en la obsesión en la deuda que inundaba mis sueños por las noches, espantando así a los demonios que me visitaban en las pesadillas y que me atormentaban y castigaban casi continuamente. Pude pintar sobre el lienzo de mi vida una nueva capa de ilusión, tapando aquellos tachones y aquellas roturas que había plasmado en él demasiado tiempo.
Esta deuda con Dios me acompañó, desde ese instante, en lo que considero los mejores momentos de mi vida.
La huella que habían dejado en mí el llanto y la tristeza de mi madre se instaló en mi corazón y me hizo empezar a entre- nar Natación a contrarreloj.
Como si de un guerrero medieval se tratara, o más bien como un súper héroe digno de un buen personaje de comic, yo con mi traje, luchaba cada día por calmar el llanto y el pesar que causaría mi ingreso en prisión a las personas que más amaba. Recuerdo aún hoy esos duros entrenamientos, en los que apenas podía ni respirar, en los que el asma gritaba una y otra vez que parase; entrenamientos en los que casi no me quedaban fuerzas para levantarme; las llagas del roce de mi traje empapaban en sangre mi piel goteando y formando charcos al salir a descansar. Era un castigo; eso solía decir antes de entrenar a mucha gente que preguntaba por qué soportaba algo así. Para mí la respuesta era un clara y lo es ahora: siempre he dicho que no puede existir una mejor vida que una vida entregada a aquellas personas que uno ama con el corazón.
Recuerdo que, en ocasiones, me detenía en medio del océano y rompía a llorar. “Mi tiempo se acababa”, pensaba, y me había propuesto un desafío extremadamente complejo y tan solo tenía un traje de neopreno para conseguirlo
.
¿Sería posible algo tan sumamente difícil?
En uno de esos duros entrenamientos me ocurrió algo que cambió mi vida: por segunda vez imploré ayuda a los cielos. Recuerdo que estaba agotado, exhausto en alta mar y solo, me detuve en medio del inmenso océano. Sin duda era un día es- pecial. Reflexioné sobre lo extraordinario de cómo cambia la percepción del tiempo cuando sabemos que escasea. Entonces alcé la mirada al cielo y grité:
Ya me has dado un traje de neopreno ahora¡¡¡Dame el tiempo suficiente para lograrlo!!! ¡¡¡Solo te pido eso: dame tiempo!!!
TIC-TAC TIC-TAC TIC-TAC
Las monótonas agujas del reloj seguían haciendo mella en mi alma. Casi podía sentirlas clavándose en mi piel. Era angustioso.
Desde ese instante fue como si hiciera un pacto conmigo mismo al implorar compasión. Si mi padre estaba en lo cierto, así lo harían ya me habían dado un traje de natación con unas iníciales JG empezaban a darme una identidad que creí perdida, aquel rayo de luz que parecía estar orientado hacia mi salvación para obtener el perdón de la sociedad y de mi familia, para alavés de alguna manera sin saber cómo también cambiar el mundo ¿podría ayudarme esa energía que irradiaba más allá de las estrellas y me ayudaría a ser lo suficientemente fuerte para poder hacer sonreír a mi familia antes de partir?
Durante esos duros entrenamientos mi personalidad empezó a mostrar nuevos matices como la nobleza y el arrepentimiento. No solo este proyecto estaba constituyendo en mí la posibilidad, por pequeña que fuera, de hacer realidad un sueño, sino que, poco a poco, daría forma al hombre que hoy soy.
Tuve que renunciar a tantas cosas… Incluso hubo un mo- mento en que antepuse la felicidad de mi familia a la mía, harto de ser cuestionado y analizado por cada paso que daba, por todo tipo de personas que, en muchas ocasiones, apenas conocía. Acabé por quedarme muy solo, con la única compañía de mis padres y el mar. Ellos terminaron siendo mis únicos amigos fieles e incondicionales en cualquier decisión que tomara. Pero, a pesar de todo, algo desde dentro me empujaba a seguir en esa dirección, como si se hubiese enquistado en mí esa idea y no pudiera quitármela de encima. Era muy fuerte mi sentimiento; mi motivación era digna de un medallista de oro olímpico.
Algo mágico había ocurrido en mí tan fuertemente que mis temores hacia lo que todos pronosticaron un fracaso se- guro, desaparecieron, como ocurrió en mi niñez. Una actitud combativa y luchadora empezaba a surgir en mí y no estaba dispuesto a rendirme.
MIS ÚLTIMOS INSTANTES ANTES DEL GRAN DESAFÍO
Me siento todavía hoy muy feliz de haber defendido mi sueño con espada y escudo, asumiendo todos los posibles cos- tes, con entereza y tenacidad. A partir de este reto encontré mi verdadero yo, encontré la paz interior, encontré el perdón. Además me mostraría tal y como soy, sin renunciar jamás a mis sueños, sin renunciar jamás a mí mismo. Casi podía mi- rarme ya en el espejo sin sentir vergüenza. Esas iniciales JG eran mucho más de lo que pude imaginar jamás, se estaban convirtiendo en una excusa para desvelar a un ser humano extraordinariamente único.
La convicción con la que defendí mi objetivo era inapro- piada para mi edad; me podía llevar a hacer un acto de locura y, por consiguiente, a unas consecuencias desastrosas. Pero era mucho más fuerte mi deseo que todos los impedimentos que me encontré para llevar a cabo mi sueño y mi promesa.
Recuerdo el reto de La Gomera-Tenerife con tanta ilusión como nostalgia.
Dicen los sabios que todo en esta vida tiene un coste. Des- de luego, todo lo tiene. En ocasiones llegué a pensar que el coste de unir estas islas podría ser la muerte, un precio demasiado alto, quizás, para muchos. Para mi totalmente aceptable.
En este capítulo de mi historia debo admitir que, mientras escribo estas letras, aislado en mi celda, encerrado en este sombrío lugar, considero ser increíblemente afortunado de haber vivido un instante tan hermoso como este, a pesar de las circunstancias que han rodeado y envuelto mi vida.
Minutos antes de lanzarme podía sentir en los ojos de mi madre la preocupación y, al mismo tiempo, el orgullo.
Sí, mis últimos instantes antes de nadar la travesía Gome- ra-Tenerife fueron inolvidables, como lo fueron las palabras de mi padre:
— Hijo mío, pocas personas hoy en día sostienen una idea como tú lo has hecho, con tanta fuerza. Por eso, recuerda siempre lo que te voy a decir: cuando quieras algo muy difícil recuerda lo mucho que te has agarrado a este sueño y no lo sueltes sin luchar. Recuerda que dios te ha dado un traje de neopreno ese traje te ayudara a cruzar esa enorme distancia. Ahora ve… Te esperan 45 km, no lo sueltes. Recuerda siempre que tienes un traje y súper poderes que te harán cruzar esta gigantesca distancia mira tus iniciales y recuerda quien eres…
“Cree en ello y lo conseguirás”.
La orilla de aquella playa bien podía predecir que algo ex- traordinario ocurriría antes de que el poderoso sol brindara el más hermoso amanecer en aquella costa de la isla de la Gome- ra. Estaba claro que, sin médico, sin comida —incluso el traje que llevaba no me protegía del frío; estaba roto, ni siquiera te- nía dinero para comprar uno nuevo—, estaría totalmente en mis manos hacer realidad mi sueño ya no dependía de Dios se había convertido quizás ese traje en una excusa para obtener el perdón de mi familia. Estaba claro dependía
Únicamente de JG.
Cuando el sol aún dormía y resonaba aquel golpe de las olas como un constante goteo, me levanté de madrugada en-vuelto con una determinación y seguridad que aún hoy me asombra. No temía al fracaso, porque había valido la pena ha- ber llegado hasta ese instante, ese emocionante instante; y abracé a mi familia. Colocándome el traje mi padre, observé cómo le temblaba el pulso. Mi madre estaba asombrada de que hubiera llegado el momento y yo allí, encaramado en mi sueño como un testarudo hijo.
Justo antes de salir rumbo a la costa del apartamento en el que habíamos descansado la noche anterior ocurrió algo que me sirvió. Tuvo mucho que ver con que lograra mi éxito tam- bién. Sentía en mis manos que mi pulso dejaba ya de ser débil. Mi corazón empezaba a latir frenéticamente. Entonces sentí cómo una energía divina llenaba de optimismo cada centímetro de mi cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Solo tuve que abrir un poco los ojos para darme cuenta, para observar que, allí donde había creado mi sueño, era un lugar mucho más amplio que mi fuerza de voluntad y mis ganas de hacerlo posible. Aprendí inmediatamente que lo había cons- truido como si hubiera dado forma a mi propia piel, algo que llevaba muy dentro. Renunciar a este sueño hubiera significa- do renunciar a mí mismo, a mis ideales, a mi fortaleza, a mi familia y, por supuesto, habría significado, de una u otra for- ma, una condena añadida.
ESPERANZA
Eran cerca de las 5 de la mañana. Bajaba las escaleras con mi traje de neopreno, las iniciales de mi pecho JG brillaban de forma hermosa todo ya prácticamente listo para comenzar la aventura. Observé, a un lado de la puerta, a un vagabundo que dormía. Me llamó la atención ver cómo se arropaba con cartones, su cara, su barba, sus ojos… Cuando despertó, en un acto de rebeldía por el ruido que habíamos ocasionado, pude verle en la mirada su tristeza, pero se quedó allí, con sus cartones, descansando a un lado. Sentí mucha lástima… Segundos después, al abrir las puertas, una sorpresa me esperaba: mucha gente había oído hablar de un joven, de ese joven que quería cruzar en el mes de junio de una isla a otra. Se habían levantado muy temprano para despedirme. Entre la multitud, un niño se acercó a mí con un pequeño lápiz y una libreta pidiéndome un autógrafo. Sorprendido le dije:
— Más que una autógrafo te pondré una fortaleza.
Escribí pues:
¡¡¡Cree en lo extraordinario y abrirás las puertas del cielo!!!
Cuando le devolví la libreta, el viejo y pequeño lápiz cayó al suelo, rodó, rodó, rodó y rodó hasta llegar, casualmente, a los pies del vagabundo. Esquivé a una y a otra persona, me quité parte del traje de natación para poder alcanzar el lápiz y, cuando al fin llegué hasta él, el vagabundo rompió su silencio diciendo:
Todo lo que has hecho por un vulgar lápiz, pequeño y viejo,
¿no hubiera sido más fácil buscar otro? Un simple lápiz… — afirmó.
Me detuve un segundo, observé y añadí:
Quizás tengas razón y no sea más que un simple lápiz, pero hoy… Hoy veo las cosas con perspectiva gracias a la vida que he tenido; veo que, aunque sea pequeño y común, ese lápiz sigue siendo el instrumento de escritura más eficaz de la historia.
Me agaché, cogí su mano y continué:
Hoy cruzaré los mares para cumplir mi deuda y la promesa que le hice a mis progenitores y lo hare con la ayuda de Dios porque él me ha dado el Don de la Voluntad.. Te daré un buen consejo: mira siempre con perspectiva; no dejes de hacerlo. La mayoría de la gente deduce que, tras ver la piel, es predecible saber que hay debajo y no es así. A veces hay mucho más. Tras ese viejo y pequeño lápiz puedes escribir una historia; tras ese pequeño lápiz puedes decirle a una persona que la amas, lo mucho que la necesitas; puedes pedir perdón a quien has hecho daño; puedes dar esperanza y, sobre todo, tras ese viejo lápiz, puedes aprender algo realmente útil…
¿Y qué es? — preguntó sorprendido el vagabundo.
Puedes aprender, que tarde o temprano, si lo usas, si escribes lo suficiente, también se acaba, porque nada es para siempre.
Le supliqué al niño que me regalase ese lápiz… Y lo hizo. Aún lo conservo. A medida que avance este texto comprenderéis por qué lo guardé.
Recuerdo perfectamente la forma en la que me despedí se- gundos antes de tirarme al océano, en aquella oscuridad. Di el primer paso hacia la arena, como un presagio de que quizás fueran de los últimos que diera en tierra firme. La gente empezaba a murmurar a mis espaldas empezaban a tratarme unos como un loco pero otros como un ejemplo a seguir de superación un ser héroe real de la actualidad pensé si esto no es un milagro que diablos lo es?. Quise quedarme solo un minuto a unos metros, el mar y yo. Me arrodillé, cogí un poco de arena, cerré los ojos y empezaron a invadirme recuerdos de cuando tuve el accidente, de aquellas tardes que pasé llorando, abrazado a mi almohada, de la pelea con mi hermano, incluso de cosas insignificantes como aquellas tardes en ese patio de la escuela solo, totalmente solo, esperando ser escuchado por alguien. Todo me empujaba a ese lugar, a ese instante; todo era como un rumbo perfecto que me había llevado a ese momento por alguna razón que aun desconocía. Mi mente y mi cuerpo solo tenían una iniciativa, solo una idea, y eso me haría luchar por mi sueño como jamás pensé hacerlo por nada del mundo.
A las 6 de la mañana, en aquella playa, daba ya por hecho que el camino más largo ya lo había logrado recorrer.
Me puse de nuevo en pie, me di la vuelta y allí estaban to- dos. Miré a mis padres, me acerqué a ellos y, al oído, les dije con una seguridad pasmosa:
¡¡¡Nos vemos en Tenerife!!!
Y, sin más, me lance a nadar.
Oía a la multitud gritar a los cuatro vientos…
¡¡¡SIGUE ADELANTE!!!
Cuando empecé a avanzar no tardé demasiado en sentir estragos en mi aparente fortaleza física. El temible frío y una indescriptible corriente seguida de grandes olas me hicieron plantear que era imposible franquear esa lengua de mar que nadie, a día de hoy, había cruzado en el mes de Junio, cuando más fuertes son las corrientes marinas. Fueron muchos los que me lo habían advertido. Pero yo tenía un traje de súper héroe que dios me dio para cruzar esa abismal distancia sería el primer ser humano en lograr una odisea de este calibre era algo que me hacía plantear una y otra vez la dificultad de la misma.
Casi inmediatamente, me agoté.
Entonces, ocurrió un milagro.
Cerré los ojos. Me puse a cantar para sacar a mi mente del castigo al que estaba siendo sometido. Mis pensamientos te- nían que ir a otro lugar si quería superar esa corriente. Pensé en todo lo que había esperado ese momento, en las palabras de mi padre, en el llanto de mi madre; pensé en la cárcel, en los agotadores entrenamientos, pensé en el pacto que hice a los cielos pidiendo ayuda y tiempo “tenía que avanzar”,…
De pronto supe que, fuera lo que fuera lo que estaba arriba, en las estrellas, había cumplido con su parte del trato y ahora dependía de mí terminar con una derrota o una victoria.
Mi vida siempre fue eso: una lucha a contracorriente. Pero avancé, como avanzó el sol y las estrellas sobre mí. Todo me había llevado a esa corriente y tenía que luchar mucho si quería vencerla. Identifiqué esa lucha como un símil de mi vida. No podía rendirme, tenía que seguir, como seguí cada día cuando parecía que todo estaba perdido. En algún momento alguien me dijo días más tarde que me oyó gritar:
¡Puedo hacerlo!
Esa era la confianza de la que mi padre hablaba. Avanzaba mientras la corriente y las olas golpeaban mi rostro una y otra vez, pero yo seguía cantando, continuaba adelante, en busca de un sueño, dispuesto a romper todos los pronósticos que me decían que no lo lograría jamás, que era imposible.
Cuando quise darme cuenta ya había pasado la barrera de los 20 kilómetros; había llegado casi a la mitad de mi sueño y ese muro aparentemente infranqueable había sido vencido.
Por alguna razón paré unos segundos y, en aquel silencio, a 45 kilómetros de distancia, sentí la necesidad de mirar al cielo y dar las gracias, como le ocurrió al viejo anciano del cuento. Me sentí igual que él: la vida me había premiado.
En la intimidad de mi corazón escuché:
“Este tiempo de más nunca fue un castigo añadido como creí durante años; ha sido un verdadero regalo. Lástima que tardara tanto en darme cuenta de ello”.
No podía más que dar gracias a la vida y a Dios por haberme dado “la posibilidad de una despedida digna”. por haber cumplido con su parte del trato pero ahora muy a mi pesar me tocaba cumplir con el mía tenía que seguir cruzando los mares terminar mi promesa y servir y ayudar con brazadas al mundo entero ese era el pacto que hice en aquella orilla impregnado de llanto y sal.
Sigo manteniendo aún hoy, en mi solitaria celda, en la que cumplo condena y en la que escribo este libro, que no existe mayor fortaleza que la ayuda que uno puede darse a sí mismo.
Aprendí desde ese momento y trasladé el siguiente mensaje al mundo en miles de lugares desde entonces.
“NO EXISTE UN MAYOR PODER QUE EL DE LA VOLUNTAD”
Creo firmemente que la confianza en uno mismo nos da siempre una perspectiva diferente de las cosas, como le ocurre a un artista antes de plasmar su obra: nadie ve nada, pero él ve algo hermoso, algo que le da la capacidad de crear, de cambiar, de creer… En ocasiones, esa perspectiva es privilegiada, pero no por ello incomprendida por muchos pero, afortunadamente, también admirada otros. Ahí radica el equilibrio, el perfecto equilibrio que hay en todo lo que nos rodea.
Aprendí que, cuanto más me cueste conseguir un sueño, más hermoso será lograrlo; aprendí, con este reto, lo fuerte que puedo llegar a ser sin depender jamás de terceras perso- nas; aprendí el amor propio; aprendí mucho en esas 11 horas que fueron interpretadas en mi alma como un último aliento de paz, como una súplica hacia el temor de la posibilidad de pagar el precio de un grave error. Pero me mantuve firme y soporté los golpes de las olas, el frío y el hambre; soporté también las llagas de una batalla que, de alguna forma, simbolizaba mi vida, y lo hice con lágrimas en los ojos.
“Lo últimos 10 kilómetros los nadé llorando”.
Habían pasado 11 horas y no me había rendido. Es in- creíble recordar esos momentos tan valiosos; había soñado tanto con ellos, que al fin me encontraba a solo unos metros de hacerlo realidad. Recuerdo esos últimos instantes, cómo le-
vanté la mirada por encima de las olas y oí a lo lejos los gritos de ánimos de mi familia que me esperaba.
— ¡Sigue adelante tú puedes!
ESTABA TAN DÉBIL…
Las lágrimas empapaban mis ojos, desbordados de felicidad tras haber llorado tanto de tristeza. Al fin lo hacían por el sentimiento inverso, aunque enseguida, otra vez llegó a mi mente la prisión. Era el demonio que me perseguía en los pocos buenos momentos que tuve antes de partir, intentando siempre estropearlo todo… Pero no estaba dispuesto a consentirlo.
Confieso haber mentido a la prensa al decir que esas lágri- mas eran fruto del sufrimiento ante una odisea tan dura y compleja. Creo que hoy mi historia queda clara, como queda también claro el motivo de mi llanto.
“Eran lágrimas de despedida”.
En unos días me iría a prisión y mi mamá lo desconocía. Volvía a aparecer ese demonio en los últimos metros de mi sueño, aterrándome, confundiéndome… ¿Sería capaz de contar algo así?
Cuando al fin llegué, había dejado atrás no sólo esos 45 agonizantes kilómetros, no solo aquella isla, que vaticinaba que aquello aún no era el final del camino, sino que sentí que había dejado atrás mucho más: todo mi pasado, o gran parte de él, mis miedos… Al fin encontré ese motivo por el que lu- char del que hablaba mi padre; al fin equilibré un poco más aquella balanza de mi vida que, a mi pesar, tenía demasiado en desventaja. Estaba encontrando, por fin, ese equilibrio y era algo tan hermoso darme cuenta de ello, que sentía dolor den- tro de mí ante lo efímero del mismo.
Obtuve mi recompensa tras 11 horas y 30 minutos. Mis piernas temblaban, como temblaban mis manos al borde de la hipotermia. Mis fuerzas flaqueaban, apenas podía gritar la victoria; ni siquiera podía quitarme el gorro. El tendón de uno de mis muslos se partió nada más tocar tierra; mi madre y mi padre corrieron a abrazarme. Apenas podía ponerme en pie. Confieso que ese crujido no fue por oír el tendón partirse, fue mi corazón al oír a mi madre llorar y decirme:
¡¡¡ Gracias, hijo. Lo hiciste !!
La balanza, esta vez, estaba a mi favor. Había conseguido lo imposible.
Al mirarla, la vi tan feliz, que no fui capaz de confesarle mi secreto, pensé que no debía estropear algo tan hermoso. De una u otra forma era cuestión de días que todo se supiera
“Solo mi padre y yo sabíamos todo, absolutamente toda la verdad”.
Así que, simplemente, no le dije nada a mamá.
A lo largo de mi vida he aprendido lo importante que es saber diferenciar cada instante, cada sensación; ser capaz, solo con ver a una persona que amas, cuál es su estado, sin dejar si- quiera salir una sola palabra de sus labios que pueda conjurar un sentimiento o una emoción. En muchas ocasiones una simple mirada lo dice todo; lástima que mamá no se diera cuenta de ello hasta días más tarde pero, mi secreto, ese de- monio que andaba siempre persiguiéndome, cada vez estaba más presente, a pesar de que me resignaba a creer que, tarde o temprano, tendría que contarlo, que me alcanzaría ese temor del que tanto huía.
Hoy no tengo ninguna duda. Oculte la verdad porque, al mirar a los ojos de mi madre, sentí inmediatamente que, haber llegado a cumplir mi deuda, no solo fue un bonito recuerdo para ellos, sino que les dio esperanza; un clavo ardiendo al que ella se aferraba fuertemente para seguir adelante día tras día, semana tras semana, y que acabó siendo un refugio también para mí ya que, meses más tarde, este se convertiría en mi mente en un lugar al que viajaría cuando todo fuera mal en prisión.
Cuando creyera que, por algún motivo, todo estaba perdido.
El reto Gomera-Tenerife fue, sin duda, muy especial para to- dos nosotros, no solo por las enormes dificultades que me encontré por el camino, sino también por los lastres que arrastré para crear la imagen de mis sueños; esa imagen que había soñado durante semanas era algo que, tras ese instante, me engancharía a ese castigo vivido como redención para lograr la ansiada y buscada felicidad en mi vida, creyendo que con ese traje de neopreno y cumpliendo mi deuda y la promesa que le hice a mamá seria al fin un hombre digno de conservar la felicidad en mi rostro. Algo se movía en mi interior; una vocecita gritaba una y otra vez a esos demonios que me perseguían; era solo cuestión de tiempo deshacerme de ellos si seguía nadando con fuerza, si seguía con mis retos en el mar.
Aún hoy me sigue asombrando cómo continúa mi historia. No solo ha sido la historia de mi vida, real como cada lágrima de derramé al escribirla, cada sonrisa que regalé al recordarla… Absolutamente nada podía hacer creer que utilizaría cada lastre, cada impedimento, cada interrogante, cada miedo, como parte de mi historia; algo necesario, algo estrictamente necesario, herramientas sin las cuales no habría logrado mis sueños. Tanto me hostigaron, preocuparon y maltrataron esos demonios internos que aprendí a crecer y a vivir con ellos. Día a día me perseguían…y que ahora con un traje de neopreno cruzando los mares luchaba contra ellos pero también los utilizaba para avanzar como utilice cada comentario dañino de aquellas personas que jamás dieron un solo minuto de su vida en felicitarme por haber logrado cosas tan hermosas con el sudor y la sangre de mis venas.
Crecí como deportista, de eso no cabe duda, pero, indudablemente, también como hijo y como persona.
“Tu tiempo es limitado,
de modo que no lo malgastes´
viviendo la vida de alguien distinto
Ten el coraje para hacer lo que te dice tu intuición.”
STEVE JOBS
CAPÍTULO 12
Lanzarote-Fuerteventura de noche 17 kilómetros
en la oscuridad
Aún conservaba las llagas de mi último desafío, mues- tras de una batalla vencida. Pasaron muy pocos días tras culminar con éxito el reto Gomera-Tenerife y mi vida volvió a la rutina. Me sentaba día tras día en el mismo lugar frente a mi ventana, esperando el hermoso amanecer. Fue en vano conjurar en secreto todos mis errores una y otra vez. Sabía perfectamente el futuro que me esperaba; era tan poco alentador como el hecho de saber que, tras ese hermoso amanecer, el sol se ocultaría de nuevo cada día.
Mi destino pronto se sellaría. Incluso antes de aquella llamada padecí el silencio de la intuición y esa fragilidad que emitía en cualquier respuesta era cada vez más parecida a un inminente “adiós”. Llegué a cuestionarme seriamente si valdría la pena soportar todo aquello; me preguntaba una y otra vez si mis errores algún día serían perdonados para siempre. Ver esos amaneceres me hizo pensar mucho. Está claro que mi padre tenía razón: nada dura para siempre, nada es eterno, pero sentía que ese instante era “solo mío” y, con esa idea, con ese empuje por avanzar, quise cruzar el canal que se- para Lanzarote-Fuerteventura, ser el primer ser humano en unir estas dos islas a nado en la oscuridad absoluta de la noche. Una oscuridad que simbolizaría lo solo que me sentí cada
día a lo largo de mi corta pero intensa vida.
Por aquel entonces mi optimismo había desaparecido completamente. En unos días me iría a la cárcel y cada noche me despertaba con fuertes pesadillas. Los miedos hacia una situación totalmente desconocida contaminaban cada día más mi confianza, mi control de la situación y mi fortaleza física. Ese desgaste se ponía de manifiesto en evidentes de delgadez y de pesimismo que ocultaban todo rasgo de felicidad. Llegué a creer en varias ocasiones que se me había olvidado sonreír. También aquella angustia interior generaba una fuerte e incontrolable tensión en mi conducta.
Admito que tuve muchas dudas sobre si realmente podría conseguir mi nueva hazaña: unir Lanzarote con Fuerteventura de noche. Era un desafío tan arriesgado que tuve muchos interrogantes acerca de si podía lograrlo o no y, sobre todo, si lo haría sano y salvo. No me sentía capaz de conseguirlo; el fracaso me aterraba esta vez y no dejaba de pensar en la decepción que causaría eso en mí familia y el daño que haría a mi futuro.
Pero ahí seguía yo, guardando bajo llave aquel secreto dentro de mí, como si en lo más profundo de mí ser no qui- siera admitirlo aunque debía de irme. Supongo que hasta el último momento esperaba un milagro que lo cambiara todo y me hiciera libre.
Pero el milagro jamás llegó.
Pronto debía de enfrentarme a los demonios que tanto me siguieron desde mi infancia y me estaba resultando sumamente difícil admitir mi destino.
La proximidad de la prisión había causado en mí una idea tan traumática como incierta. Los prejuicios de la sociedad, como a la inmensa mayoría, habían establecido en mí ideas de lo que era la prisión, con comentarios, películas… Y, poco a poco, fueron absorbidas por mi memoria toda aquella información negativa, creando un temor aun mayor a la cárcel. Me asustaba tanto, me aterraba tanto el hecho de ir a prisión…
Un nuevo mundo se abriría ante mí; lo desconocía y no podía hacer nada para cambiar mi destino, o al menos eso creí yo por aquel entonces.
Reconozco que esos instantes antes de empezar a nadar fueron extremadamente intensos y complicados. Ese secreto me oprimía el pecho, casi me impedía ya respirar y sabía perfectamente que, por más que lo ocultase, ese desafío significa- ría el final de mi reloj de arena.
Observaba cuando con mucho cuidado miraba tras los botones de la camisa como esas iniciales JG que formaba mi traje se empezaban a borrar estaría perdiendo de nuevo esa identidad JG estaba desapareciendo y me preguntaba si podría recuperarla de nuevo, si podría volver a marcar con fuerza esas iniciales parecía que Dios empezaba a rendirse al no ser capaz de cumplir con mi palabra, así que a medida que pasaban los días y mi tiempo se acababa,salí de esa habitación y a pesar de que me ardía el agua cada vez que tocaba el líquido elemento tenía que seguir remarcando esas letras y empecé a observar que la única manera que tenía de hacerlo era nadando que solo con el contacto con el agua podría recuperar esas iniciales JG era mi identidad por la que años atrás mi madre me cuido en su vientre, por la que años atrás mi padre me enseñó a dar esos primeros pasos justo al salir de la cuna y no podía renunciar a ello…cada día al llegar de entrenar costaba más ir al agua sabiendo en que escasos días todo lo perdería…el agua seguía quemándome, “NUNCA DEJO DE HACERLO”. Como el primer día asumí que cada vez que tocara el agua era para sufrir ese era el precio que debía pagar para cumplir con mi acuerdo a dios pero también tenía que mantener mi honor fuera como fuera hasta el último minuto de mi vida y así lo hice cada día durante más de 12 horas diarias de entrenamiento…
3 horas, 32 minutos a nado en la oscuridad.
Instantes antes de lanzarme al oscuro océano, mis manos temblaban como un presagio de que no debía de nadar esa noche. Las condiciones climatológicas eran cada vez más du- ras; empeoraban cada hora y hacían rugir el mar de una forma cada vez más intensa. Las enormes olas golpeaban la costa muy fuertemente. Por primera vez temí por mi vida; por primera vez en un reto sentí miedo, pero lo que indiscutiblemente más me aterraba era creer que mi sueño podía no ser posible.
Escuché los golpes de las olas durante casi dos horas mientras decidía qué hacer: me lanzo; no me lanzo… Volvían las dudas, las limitaciones del pasado regresaron, al igual que llegaba a mí el aroma del mar, ese olor tan particular a sal y a frescor.
Respiré hondo, miré al cielo y grité:
¡¡¡JUNTOS ESCRIBIREMOS UNA INCREIBLE HISTORIA!!!
Y me lancé al mar envuelto en la más absoluta y aterradora oscuridad, en busca de un nuevo sueño. Frente a mí, 17 kilómetros, todo un abismo, una verdadera odisea. La euforia inicial se desvanecía poco a poco mientras avanzaba. Recordé que, tras mis pasos, había perecido tanta gente en un loco intento por huir de la pobreza y la esclavitud de África… Mientras nadaba recordaba cómo se atrevían a cruzar una distancia aún mayor en busca de una oportunidad, arriesgando la vida en busca de un mejor futuro.
Ese canal, para muchos, fue el camino hacia “la tierra pro- metida”, pero lo cierto es que para otros, también muchos, fue su propia tumba. Cientos de muertes se habían cobrado las aguas del Atlántico; en ese azul oscuro en el que yo, aquella noche, nadaba, podía sentir su angustia, su pena, incluso su alma.
Pero yo seguía avanzando, poco a poco, metro a metro, bajo la atenta mirada de mis abuelos que, en ausencia de mis padres, decidieron acompañarme en el barco de apoyo, un precioso velero al que no afectaba el tamaño de las olas. Ese fuerte oleaje chocaba contra mí una vez tras otra; sentí, nada más echarme al agua, esa sensación de que algo iba mal. Fue un reto tan complicado… Perdí la concentración y también la fe, y fue entonces cuando dije por primera vez en mi vida algo que recordaré siempre:
¡¡¡No puedo más!!!, ¡¡¡me rindo!!!
A quien pretendo engañar solo soy un chico con mucha ilusión pero no soy un súper héroe dios mío no puedo no puedo más…esta mision que me has encomendado es demasiado difícil ayúdame.
Recordaré siempre este instante como el momento en el que creí que ya no había un motivo para dar una sola brazada más, como el punto en el que el golpeo de las olas me hacía retroceder, como en otros aspectos de mi vida, y, ya agotado, decía al destino basta, abandono, tú ganas he perdido el acuerdo no soy lo suficientemente fuerte lo siento lo siento mucho
Apenas había llegado a recorrer la mitad del trayecto cuan- do dominé mis limitaciones y usé su energía como el viento reinante; mi abuela me animaba, embargada esa noche por una fuerte esperanza. No tengo ninguna duda de que ella, con sus ánimos, representó un importante impulso para continuar; ella fue la que filtró un rayo de luz a través de toda aquella oscuridad esa noche de agosto.
Decidí seguir avanzando, muy a mi pesar, porque ya había abandonado, pero los ánimos de mi abuela me ayudaban a continuar poco a poco. Buscaba constantemente oír su voz, buscaba…
Un motivo.
Un motivo para no abandonar. Seguí nadando, brazada tras brazada. El agua seguía ardiéndome y las medusas me picaron en varias ocasiones, el mareo producido por la oscuridad se agravaba por el veneno de ese animal que llegó a lastimarme en 4 ocasiones el rostro; era como si todo se preparara para mi inminente fracaso, todo estaba en contra y dispuesto para ello, como si esa fuera la parte que más simbolizara mi vida. Esos 17 kilómetros en la noche fueron una prueba de resistencia mental y física para mí. Por ese motivo debía de enfrentarme una vez más a mis miedos, quizás así encontraría una respuesta a todo lo que me ha- bía ocurrido. Poco a poco observé que todo lo que me había empujado a seguir adelante dejó de ser una elección para ser claramente una falta de opciones, ya que debía de buscar res- puestas. Quizás, en aquel castigo, en aquella oscuridad, en- contraría algunas de ellas.
Era lo que tenía que hacer, pese a las consecuencias que podría tener seguir adelante. Pensé que, al fin y al cabo, todas las decisiones tienen sus efectos pero, a pesar de que los peli- gros esa noche afligían y aterraban mi mente y el control de la situación, yo continuaba nadando bajo los gritos de ánimos de mi adorada abuela.
La naturaleza que me rodeaba mostraba una y otra vez su indiscutible poder. El mar lanzaba violentas olas, el viento soplaba con fuerza; se predecía un temporal, una gran tormenta acechaba sobre nosotros. Recuerdo el ruido ensordecedor de los truenos y el resplandor de los rayos…
Hacían que mi corazón se desbocara. Intenté buscar el lado positivo a aquella tormenta. Algunos dicen que era mi alma embravecida y enfada- da con el mundo esa noche de agosto, pero lo cierto es que, de haber sido así, aquella tormenta jamás habría cesado.
Ya estaba cerca; apenas me quedaban ya 5 kilómetros. El frío intenso hacía que sintiese que la sangre poco a poco se me congelaba; tenía los labios ensangrentados por la falta de hidratación, que me impedía casi moverlos; mis brazos y piernas empezaban a entumecerse, pero ahora que estaba tan cerca, no podía rendirme.
Había llegado tan lejos en aquellas condiciones que, a aquellas alturas, el camino casi había terminado, o eso al me- nos creí yo. De haber abandonado en ese instante, todo lo que había hecho no hubiera servido de nada, pensé. Casi lo había logrado y eso empezó a reforzar mi optimismo.
En ese momento me detuve en medio de aquella tormenta en un acto desesperado por encontrar la motivación suficiente para conseguir terminar el trayecto.
Grité:
¡¡¡Dame una respuesta, maldito seas!!! ¡¡¡Necesito un motivo!!!
¡¡¡¿Por qué me ha pasado esto a mí?!!! ¡¡¡NO ES JUSTO!!! ¡¡¡NO ES JUSTO…ayúdame.¡¡¡
Pasados unos minutos y al no recibir respuesta alguna, volví a gritar:
¡¡¡De acuerdo, las buscaré yo mismo. No te necesito, embustero, traidor; me has abandonado!!! ¡¡¡Solo quería vivir plenamente… como el anciano del cuento que me contó mi padre!!!
Llorando seguía preguntándome: ¿es esto lo que quieres?, maldita sea. Nadaré hasta morir para cumplir mi parte del trato y poder descansar en paz si es lo que quieres…
Como una droga sentí que algo hacía hervir la sangre por mis saturadas venas, colmadas de testosterona y adrenalina. Algo dentro de mí corría por torrente sanguíneo hasta sentirlo. Golpeando mi corazón. Era, indudablemente, un enorme e irrefrenable enfado.
Dicen que fue entonces cuando empecé a nadar como nunca antes lo había hecho; tan deprisa como si quisiera dejar- me la vida en ello. Iba tan rápido que se podía sentir mi enfa- do hacia Dios desde cualquier punto de mi cuerpo; gritaba gastando en cada brazada mi último aliento, intentando, como intente en mi vida, recuperar el tiempo perdido. Durante años no había hecho sino lamentarme, sin un rumbo, sin un camino; sentía siempre perderme en el mismo lugar buscando la mejor opción y acababa siempre por quedarme esperando.
Tras tantos y tantos años, así, esperando, ahora tenía un rumbo: esos 5 kilómetros finales; era lo único que no me hacía sentir perdido y, por algún divino motivo, no estaba dispuesto a abandonar. Debía de despertar de mi sueño en cualquier momento, pero ese instante era mío, solo mío, y lucharía hasta el final por él.
¡¡¡Solo queda un kilómetro!!! — gritó mi abuela desde el barco de apoyo, casi descorchando ya el champán, cerca de las 2 de la madrugada.
¡¡¡TIBURÓN!!!
Sentí entonces, en la inmensidad del mar, que algo se movía. ¿Era un tronco, un animal? Y , si era eso, ¿qué animal sería?
¡¡¡TIBURÓN!!! — gritaron todos desde el velero, alumbran- do con sus linternas al agua.
Lo vi perfectamente; vi sus ojos oscuros, como lo era el fondo el mar esa noche. Era una enorme bestia; infundía un increíble terror en quienes lo observaban desde el barco y, por consiguiente, también en mí. Estuvo tan cerca, que pude sentir el empuje de su cuerpo, cómo su aleta dorsal rasgaba como un cuchillo en la mantequilla la superficie del mar; el todopoderoso rey de los mares, temido y respetado.
Intenté sobreponerme creyendo que no ocurriría nada. Si ese animal me mordía, difícilmente sobreviviría, así que seguí nadando. Aún no sé cómo saqué el valor suficiente para ello; pero lo hice ante el asombro de todos que, con el corazón en un puño, pudieron más tarde celebrar con champán el sabor de la victoria.
Una vez más mi sueño se hacía realidad.
Y descubrí A JG en las brazadas que di, suplicando a los cielos la compasión suficiente para llegar, tan solo, al final del camino. No pedí perdón; quizás en este reto descubrí que, lo que siempre pedí a los cielos, era el tiempo necesario para una bonita despedida. Cuando llegaba a cada costa, en cada reto, era como volver a nacer, como un nuevo bautizo, como una nueva oportunidad. No podía hacer ya nada para cambiar los errores del pasado, que me continuaban
atormentando por las noches con esos demonios que transformaban continuamente mi vida en una rebuscada pesadilla, pero creé un nuevo presente y, ante mí, un nuevo futuro se abriría desde esa noche para bien o para mal…
Esa era mi libertad.
DECIDÍ… Y LO LOGRÉ.
CAPÍTULO 13
Y mi reloj de arena se acabó
Y, como si de un cuento se tratara, quedaron atrás esas noches en libertad en las que dormía abrazado, sintiendo el sutil olor del carmín de mi amada. Atrás quedaron
esos hermosos amaneceres en los que podía observar el sol fundirse lentamente en el ocaso.
Había llegado el momento de lidiar con todos mis errores y desde luego que lo hice. Al fin traspasé la delgada línea que nos separa del gran privilegio de la libertad.
En ese preciso momento es cuando percibo la crudeza: perdí demasiado tiempo esperando esa llamada que cambió mi vida; me olvidé de vivir a pesar de que el reloj de la vida nunca se detuvo para mí.
Siempre estuve dispuesto a pagar mi error, pero existían mil opciones de hacerlo; la cárcel era la peor elección para un ciudadano como yo; no solo era totalmente contraproducente para mí, sino también para todo mi entorno, mi familia.
La mañana que confesé mi secreto fue, en realidad, una mañana como cualquier otra. Uno suele predecir erróneamente que un día como ese deberá de ser distinto, que deberá de ser especial; lo cierto es que no fue así sino absolutamente normal. El sol salió por el mismo lugar que siempre, solo que, cuando me levanté, supe enseguida, al abrir los ojos, que había llegado el momento y que ya no volvería a ver amanecer de nuevo en muchísimo tiempo.
Desayuné con mis padres…
Me duché…
Y luego… me encerré en mi cuarto pensando en cómo les diría que ese era mi último día en libertad. Saqué una pequeña mochila y empecé a colocar: los calcetines más rotos que te- nía, una foto de mis padres, otra de CRIS, el amor de mi vida, y de mi primer amor MURIEL, algo de ropa —la que estaba en peor estado— y aquel pequeño lápiz con identidad emocional que había grabado en el recuerdo y me hacía saber que aquel agonizante principio tenía un final. Entonces salí al salón con determinación.
Mi madre enseguida vio la maleta.
¿Qué es esa mochila? — pregunto.
Tengo que irme; se acabó mi tiempo. No quiero llanto, ¿vale? He guardado mi secreto hasta el último día. Se acabó mami; tengo que ir a la cárcel. Ha llegado el momento.
Mis padres no pudieron evitar las lágrimas, ni yo tampoco. Casi inmediatamente me subí al coche. Iba viendo el paisa-
je, intentando memorizar todo lo posible: los olores, las imágenes… Quería retener durante más tiempo en mi memoria todo aquello. Sabía perfectamente que pronto la soledad ocuparía gran parte de mi mente y esos recuerdos serían cruciales para salir adelante. Asomé la cabeza por la ventanilla del vehículo y le dije a mi padre que fuera aún más despacio. Miré el reloj; casi las agujas se clavaban en mi piel; dolía sentir el tiempo pasar… Dios mío, recuerdo con tanta crudeza ese instante… Era como si mi alma quisiera salir y volar, volar muy lejos.
Cogí mi teléfono. Me despedí de Cris, tenía que despedir- me de la persona que más había querido en toda mi vida. Re- cuerdo ese último mensaje a través del teléfono:
Querida Cris:
Tras este mensaje pasará un tiempo hasta que volvamos a abrazarnos. Le he pedido a Dios que te cuide todo este tiempo. Echaré mucho de menos esas sonrisas que hacían predecir cada mañana a tu lado un día espléndido; echaré de menos ver el gesto de sorpresa al entregarte una flor. Quiero que sepas que he vivido la historia de amor más hermosa que jamás he podido soñar pero, ha sido tan efímero… Buscaré entre la soledad cada tarde tu mano para no sentirme tan solo en la prisión; esos recuerdos me harán sentirme libre y afortunado de haberte conocido. Cada día a tu lado ha sido maravilloso; lástima no tener más tiempo para ti. Conocerás a muchos hombres, pero jamás olvidarás nuestra historia, lo sé, porque sabes que ha sido auténtica, que hemos estado a solo un paso de crear algo sólido. Hoy se me escapa de entre los dedos mi niña, la niña que he amado con todo mi corazón. Me voy enamorado y sin haberme atrevido jamás a decírtelo al mirarte a tus preciosos ojos negros. Mi querida Cris, te daré un buen consejo: princesa, valora cada segundo que tienes, porque el tiempo no se detiene jamás para nadie. Vive tu vida haciendo lo que te gusta y lo que te haga feliz, entregándote a aquellas personas que amas sin pedir nada a cambio. Debo irme ya, al fin ha llegado el momento. Mi reloj de arena se ha acabado. Te confieso que estaba ya agotado de tanto esperar. Apenas podré despedirme de ti más que con un simple mensaje. Mi alma volaría ahora hasta el lugar donde estés ahora mismo para quedarme a tu lado para siempre; pero no podrá ser esta vez, debo irme y me voy, pero tengo que darte las gracias por haber estado en mis últimos momentos de libertad a tu lado, por haberme colmado de amor y de ilusión cada día. Gracias por compartir conmigo 26 maravillosos días.
Te contaré algo antes de irme: hace algún tiempo conocí a un viejo anciano que, tras sentarse a mi lado, me dijo:
— Algún día encontrarás algo en tu vida que te empujará a cambiar…
El anciano no se equivocó.
Anoche, entre mis sábanas, un ángel de la guarda cayó del cielo y me dio un buen consejo:
— Vive tu vida haciendo lo que te gusta y lo que te haga feliz.
Hoy todo tiene sentido.
Ahora, años más tarde, esos ojos refulgentes que antaño inspiraban inseguridad, sé que algún día mostrarán un camino. Tras cumplir parte de mi deuda en prisión, viviré eternamente el pesar de una pérdida tan dolorosamente personal tras no poder frenar a tiempo. Hoy un ángel me ha enseñado, un sabio anciano me ha mostrado compasión cuando creí que todo estaba perdido y ahora, gracias a todo lo que he vivido, sé que, tras la prisión, podré mirar el manto de estrellas fundirse en el ocaso, que no viviré mirando al suelo, que podré hacer el amor hasta caer exhausto, que podré gritar a los cuatro vientos sin que nadie me diga “basta”.
Algún día me sentiré un hombre libre, dispuesto a cualquier cosa,
en busca de un recuerdo, de un sueño… En busca de un ángel de la guarda que jamás debió de salir de entre mis sábanas.
Pd: No te preocupes por mí, estaré bien; me aferraré a todo lo que me recuerde a ti. Me quedará el consuelo siempre de que, al menos, fui feliz una vez.
“Vive cada instante con una sonrisa”.
Te amaré cada día de mi vida.
Para un ángel de la guarda llamado Cris.
Esta fue la última conversación escrita antes de entrar en pri- sión. Cris fue una mujer que me cambió, que me convirtió en un buen hombre, lleno de sentimientos y de valores; una mujer que, a día de hoy, amo como el primer día aunque no esté a mi lado. Fue, sin duda, la mujer más especial de mi vida, por el gra- do de amor que teníamos, por la forma en la que compartíamos todo,… Viví enamorado de ella desde el día en el que la conocí hasta el día de hoy, que mi corazón sigue siendo suyo.
“Te esperaré”, me dijo una y otra vez. Lo cierto es que, predecir algo así tenía poco sentido. Lo hizo durante un tiempo, solo durante un tiempo. Luego todo cambió.
CRIS FUE UNA HISTORIA INESPERADA
La conocí una mañana de septiembre. Era enfermera y, al verla, no dudé en pedirle ayuda para el asesoramiento médico que necesitaba por mis desafíos en el mar. Estaba en su hora de descanso fumando un cigarro a las puertas de su trabajo, como suele ser habitual en ella.
Era una chica rubia y alta, con una sonrisa preciosa, algo mayor que yo. Admito que en ningún momento me acerqué a ella con la intención de conquistarla, a pesar de verla increí- blemente hermosa desde el primer instante en la que la vi, pero dicen que algunas personas están predestinadas a conocerse. Desde luego Cris fue una de esas personas. No cabe duda de que debíamos de compartir una bonita historia de amor.
Lo cierto es que la conversación no fue demasiado larga, pero lo suficiente como para conseguir su teléfono, en un primer momento para ayudarme con mi desafío.
Empezamos a hablar cada vez más; nos llamábamos y que- dábamos para tomar algo. Me enamoré de ella; fue algo inevitable. Era tan hermosa… Aún lo sigue siendo, y en todos los sentidos.
Conocerla tan solo unos días antes de mi ingreso en prisión me hizo cuestionarme muchas cosas. Tuve que frenar mi corazón para no enamorarme o al menos creí que podía hacer- lo. Ella me juró que me esperaría, que, a través de los muros, me escribiría. Y lo cierto es que lo hizo. Cris siempre será mi ángel de la guarda, la mujer que conquistó mi corazón desde el día en el que oí su nombre.
Me enamoré perdidamente de ella.
Nuestra relación siempre fue tan apasionada como extrema en todos los aspectos. Lloramos mucho el uno por el otro, pero también reímos. De una u otra manera siempre podía contar con ella. Nuestro amor nunca se enfrió.
EL VALOR DEL TIEMPO
A menudo cuestionamos el tiempo como si fuera un artilugio medible pero, si miramos y observamos con atención, el tiempo es aquello que nos garantiza el mejor instante y, ese, es el presente. Nunca encontrarás un mejor momento para hacer algo que el ahora, este momento; es el único que puedes tener garantizado. Pero la gente, habitualmente, vive pensando en el mañana, qué hará dentro de una semana, un mes e incluso años, cuando es absurdo garantizar nada soñar con posibilidades, en muchas ocasiones también posibles problemas que nos preocupan incluso antes de saber siquiera que existirán, no tiene sentido. Es curioso cómo nos limitan esas predicciones tan poco fundamentadas.
Siempre he dicho una frase que refleja lo que intento explicar…
“Si el mundo gira constantemente,
¿cómo no lo hará mi vida?”
Todo está en constante cambio. ¿Cómo puedo predecir, si quiera, lo que ocurrirá dentro de cinco minutos? Puedes intentar enfocar con perspectiva un punto, visualizarlo e in- tentar alcanzarlo pero, has de desearlo tan fuertemente desde la imaginación que debes orientar tu vida hacia algo que aún no ha ocurrido y, aun no sabiendo el resultado final, debes de creer en que lo alcanzarás y lo harás real, que existirá.
Si enfocas bien verás que se puede alcanzar cualquier meta, cualquier sueño, solo debes de saber, de sentir que ese lugar es el mejor para ti y asumir todos los costes que ese camino exige.
A solo unos pasos de la delgada línea que separa a un hombre de un esclavo, tenía tanto miedo…
Quise mirarme por última vez frente al espejo; mi rostro mostraba una profunda tristeza reflejándome la terrible ver- dad: mi soledad.
Una soledad que me acompañó desde que era un simple niño, en aquellas tardes en solitario, esperando poder jugar con alguien, inventándome amigos imaginarios para no sentir- me solo, completamente solo. Creo ahora, muchos años más tarde, que esa soledad que sufrí cuando tan solo era un chico y me acompañó gran parte de mi vida, fue la responsable de que la balanza de la vida fuera equilibrada; creo que, de no haber sido por esa soledad, jamás hubiera creado esta historia. Así que hoy digo sonriendo que fue una soledad inmensamente necesaria y ahora estoy muy feliz de que haya sido así, porque no cambiaría nada a pesar de todo lo que he vivido; ni una sola palabra de este libro.
UNA CÁRCEL DE CRISTAL
¿Qué se puede sentir cuando lo has perdido todo y comprobar que la peor de las imágenes creadas en tu imaginación se hará realidad? El miedo se dibujaba en mi rostro, había desaparecido mi traje de neopreno desde el segundo que traspasé la línea de la libertad en ese lugar no existían los súper héroes era un recluso más; mejor dicho, el miedo desdibujaba mi rostro. Durante la entrada en aquel tenue y frío lugar resonaba el silencio de mis recuerdos y el ruido de una mentalidad errónea; al final todos podríamos entrar en prisión; cualquiera puede ser dominado por una emoción que, tras un acto de impulsivo, puede hacerle pagar un alto coste.
La prisión era como una fortaleza y yo me sentía como un guerrero prisionero que tenía que abandonar aquel lugar lo
más rápido posible en busca de su princesa: la libertad. Tras un muro, otro; tras una puerta otra, un espacio con ausencia de color. La vista limitaba la amplitud que podía tener aquel patio. La imaginación se sentía atrapada por los muros, los horarios, las normas, las comidas, tan repetitivas como el día a día.
Mi atención se dirigió hacia el singular andar de aquellas personas, hasta entonces desconocidas, en un patio de unas estrechas dimensiones: apenas 40 metros cuadrados definían mis límites físicos.
Lo que no sabía era que yo sería próximamente una de esas personas que caminaría matando los minutos sin comprender que los límites no podían existir.
Los ojos de aquellos compañeros emitían gritos de silencio; se olía el miedo, el rencor, los deseos de venganza, la nostalgia, la esperanza, el desasosiego, una encrucijada de vidas con un pasado oculto y un futuro incierto que describían a aquel espacio como un lugar inseguro que presagiaba que el término amistad y familia quedaría relegado fuera de aquellos muros. En ese momento aprendí que…
Los recuerdos no se valoran, hasta que pasa el tiempo
Recordar la prisión es mirar a mi alrededor, es recordar tardes enteras dando vueltas y vueltas sin un rumbo, sin llegar a ninguna parte. Sentir que mi corazón se rompía después de ver destrozada a mi familia tras el cristal pulido cada sábado, por la insulsa monotonía cotidiana, semana tras semana, una y otra y otra vez.
Una de las cosas que más me sorprendió de la prisión fue ver esas caras de los internos como si no les importara nada de esa triste realidad que compartíamos de una forma absurda y poco fructífera. Muchos hacían de la prisión su hogar, que
creían infinitamente mejor que el que tenían tras los poderosos y fríos muros de hormigón. En gran medida, la crisis eco- nómica en la que el país llevaba inmersa unos años fue quizás la que había provocado y alimentado ideas como esa. Aún así, jamás estuvieron justificadas, ni mucho menos aceptadas, al menos para mí.
La cárcel se había convertido para muchos en su estilo de vida, como una concepción idéntica de cada minuto anterior vivido. Tras los muros, la verdad que oculta el sistema es bien distinta. También debo admitir que la gran mayoría de los in- ternos acepta pagar ese error del pasado a cambio de un presente oscuro y un futuro poco alentador porque creen que esa es la mejor manera de sobrellevar esa situación. Yo fui de los pocos que jamás acepté eso; luché por resignarme a ser uno más en ese lugar, prisionero de mis sueños, prisionero de mi libertad.
La mayoría de los internos intenta huir u olvidar el motivo por el cual acabaron en prisión. Me he negado siempre a creer que se puede lograr avanzar eludiendo un error ocurrido en el pasado, una decisión tomada que nos ha llevado a esa situación. Pero está claro que la vida también es fortuna y como, en cualquier juego, a veces hay que perder para ganar. Nunca admití esa condición porque solo fui feliz cuando afronté el pasado desde mi presente.
Yo viví ese consejo que hoy escribo en estas líneas de una forma muy personal, lo viví en mi propia piel. Desde mi humilde punto de vista, pienso que, en la mayoría de los casos, las circunstancias que padecemos o disfrutamos las atraemos nosotros mismos porque, si deseamos algo muy intensamente y empezamos a luchar por conseguirlo, logramos tener perspectiva y observamos que esa fantasía, poco a poco, se hace real, la creamos, cómplices únicos de nuestro propio destino.
¿Quién no se ha equivocado alguna vez? ¿A quién no se le ha caído alguna vez una taza de té en algún momento de su vida?…
La vida también es fortuna.
Aprendí que autocompadecernos no sirve de nada; hay que saber ponerse en pie cuando uno cae; cuando todos los pronósticos digan que no puedes lograr algo, es ahí donde irradia tu personalidad y tu mayor fortaleza…
Porque cambiar tu vida depende exclusivamente de ti.
13 MESES EN PRISIÓN EN BUSCA DE UN SUEÑO
Han pasado ya mucho tiempo desde que traspasé el umbral de la libertad; los márgenes que había creado la sociedad para separar a la gente buena de la gente mala eran tan finos
como la idea de ser separados por un modulo u otro en pri- sión. Yo estuve en el módulo 6; demasiadas lunas vi pasar en ese estrecho lugar con tantos sentimientos retenidos; apenas podía recordar el frenético ritmo de la vida que podía haber tenido antes de estar en la prisión. Tras esos muros todo se movía mucho más despacio, pero incluso allí no podía conformarme con ser un interno más; tenía que encontrar algo positivo en todo aquello; al fin y al cabo, todas las experiencias de la vida lo tienen, por dolorosas que sean. Una buena mañana me levanté e intenté, con todas mis fuerzas, ver la botella me- dio llena; empecé a observar el cielo, dejé de mirar al suelo y levanté la mirada. Recuerdo ese instante; podría catalogarlo como un bautizo, una nueva vida; ese instante cambió mi perspectiva. Menos mal que opté por ese camino.
Y así fue como, cada mañana, me levantaba empapado en algo necesario para el mundo, descubrí que seguir nadando que JG era algo necesario para el mundo, que podía transformarlo todo con brazadas, y dar esperanza al mundo en cada metro de agua incluso a través de los altos muros de hormigón de la cárcel. Luché por una merecida oportunidad; intenté destacar también en los estudios, aprobando exámenes con inmejorables notas y títulos profesionales de los que hoy me siento enormemente orgulloso.
Pero mi sueño iba mucho más allá: una nueva odisea a nado. Tenía indudablemente un don que me había otorgado Dios para nadar con aquel traje de neopreno…
Entonces, cuando miraba los altos muros que limitaban mi espacio, fui observando que, a pesar de estar en ese lugar aislado del resto del mundo, tenía la opción de elegir esa libertad que siempre tuve, una libertad que, en realidad, nunca se me privó, ni siquiera estando allí dentro en la cárcel.
Podía mirar los muros y aislarme, tenía esa elección, todos los internos la teníamos; pero también podía elegir y decidir ver ese obstáculo como una fuerte barrera que tenía que franquear, como había ocurrido en el pasado, en mi primer reto.
No estaba dispuesto a esperar; esta vez no.
Durante 13 largos e interminables meses me alimenté de recuerdos del pasado para hacerme cada día más fuerte y hacer brillar las iniciales que habían desaparecido de aquel traje que dios me dio cuando era un hombre libre. En todo ese tiempo no permití recibir una sola visita excepto de mis padres y mis abuelos. Con el paso del tiempo, esos amigos que creí eternamente leales, desaparecieron, como también cesaron las cartas de todas aquellas mujeres que prometieron amor eterno; solo una mujer, Cris, siempre estuvo ahí, al otro lado de los muros, animándome con versos cada semana, impregnándome de amor y cercanía a través de una simple carta; tinta y papel. Era todo un escape leer aquellas palabras. Re- cuerdo cómo abrazaba aquellas cartas y me las acercaba para olerlas; era curioso cómo podía diferenciar la energía positiva en el ambiente solo con una simple carta. Así fue Cris, una mujer que trasformó mi vida en un lugar mejor. Me seguía preguntado al ver la indiferencia de todos aquellos incondicionales amigos, puesto que tan solo estaba, ¿por qué era tan poco apreciado yo por el mundo? No sé cuántas veces me hice una y otra vez esa pregunta en la intimidad de mi celda, en aquella monótona habitación que reflejaba, sin lugar a dudas, el vacío que se había creado en mi alma en una estancia angosta y vacía.
Fue muy decepcionante para mí confirmar lo que en el fondo sabía que ocurriría, incluso antes de entrar en prisión. Ahora no podía basar mi futuro y mi felicidad en la amistad o los amores, tan poco leales. Estaba bastante claro que todo eso lo había perdido, pero ahora tenía un sueño, un motivo para levantarme cada día ilusionado, un nuevo motivo por el que luchar.
En cualquier otra etapa de mi vida anterior a esta, me hubiese sentido confuso y perdido, me hubiera preguntado mil veces:
¿Qué quiero hacer con mi vida?
Pero esta vez no. Aprendí del pasado; aprendí que, si que- ría avanzar, tendría que aceptar una vez más los costes que me supondría llevar a cabo mi sueño y dependía solo y exclusiva- mente de mí. Empezaba a sentir como el hecho de llevar ese traje ante la gente me limitaba mucho a la hora de tener una vida como cualquier otra persona, y eso empezaba a agotarme mentalmente porque sentía que era una responsabilidad muy alta Y, como siempre, dijo papá:
¡¡¡Puedes hacerlo!!!
CAPÍTULO 13
El increíble poder de los pensamientos
Recreé un día tras otro en el frío suelo de mi celda los instantes que guardé en mi memoria de entrenamientos en el océano, recordando esos momentos
tan hermosos y especiales que viví dejando a un lado el tiempo agrio en la monótona prisión. Corrí dando vueltas al patio durante interminables horas en el duro asfalto sin parar, hasta que mis llagas empapaban mis pies en sangre. Cuidadosamente, por las noches, me las curaba y, al día siguiente, volvía a repetirlo. Era un súper héroe enjaulado en una cárcel de cristal.
Entrené con tanta intensidad que en ocasiones no podía ponerme en pie. Ya hiciera frío o calor, yo seguía entrenando en ausencia de piscina. Recreaba en el suelo los movimientos de natación para que mis hombros cogieran el estilo anterior sin agarrotarse demasiado. Visualicé mi sueño en aquel lugar tan intensamente, que casi podía sentir el aroma tan particular a sal que desprende el océano.
Concentrarme era mi mayor reto, a menudo siendo el motivo de burlas de mis propios compañeros, que no tardaron en enterarse que estaba dispuesto a nadar tras 13 meses sin hacerlo en mi primer permiso penitenciario.
Solo mi fiel e incondicional compañero de celda apostó siempre por mí y admito que su apoyo fue fundamental en momentos difíciles como esos.
Aun así, mi deseo era más fuerte que mi pena. Quería na- dar 24 kilómetros, incluso una distancia aún mayor que la que nadé entre Lanzarote y Fuerteventura cuando era libre, y no sólo eso, sino que, esta vez, quería hacerlo con los pies encadenados, era una forma de expresar cómo me sentía.
Esperé durante meses una oportunidad para obtener 3 días de permiso.
14 meses más tarde, llegó.
Obtuve, al fin, el privilegio de 3 días de permiso penitenciario por buena conducta y así poder hacer realidad mi sueño, al igual que ocurrió en el pasado, por un tiempo, una vez más, limitado. Pero era libre para elegir. Me concedieron esos tres días por un comportamiento impecable, por conseguir infinidad de cualificaciones profesionales que reflejaban una actitud inmejorable de interno. Había soñado con ese instante muchísimo tiempo y, aunque solo fueran 3 días, el poder oler, comer, tocar de nuevo cosas que creí olvidadas, era algo que ansiaba muchísimo. Sobretodo deseaba ver a Cris: besarla, tocarla y abrazarla con todas mis fuerzas. Me preguntaba si me daría tiempo hacer todo lo que había pasado por mi cabeza, porque sabía que se me haría muy corto y que pasaría extremadamente deprisa.
Minutos antes de traspasar el lumbral de mi celda, pude distinguir con claridad que algo flotaba en el ambiente. Debía de despedirme de mi fiel compañero de celda, aunque mi partida era efímera; volvería en tres días, así que decidí no alargar esa tristeza y dejar en el aire un “hasta pronto”. Ya habría tiempo de despedirnos.
Mis pasos fueron tan firmes como determinantes desde que di el primero fuera de la prisión.
Nada más salir, no tardé mucho en observar detenidamente a la multitud; el silencio, los coches, el estrés que se hacía ver en los rostros de las personas y el olor a libertad. Fue curioso, pero es algo que todos los que hemos estado un periodo
de tiempo en la cárcel valoramos: los olores fuera de los mu- ros son diferentes y podríamos diferenciar incluso el olor a libertad; el sabor de cada cosa es como si fuera probado por pri- mera vez y las ilusiones brotan de nuevo; pero a mi alrededor la gente mostraba preocupación, y eso lo note casi inmediata- mente.
¿Qué les pasaba?
Me pregunté una y otra vez; creí que, en 14 meses, todo habría cambiado y lo cierto es que no lo hizo en absoluto: todo seguía igual, e incluso peor; la sociedad había creado un bucle de apatía y nerviosismo.
Cierto es que la altura de los muros me impedía ir más allá pero, como bien he dicho, nunca me impidió avanzar en otros aspectos, ni me limitaba siquiera en mis proyectos a me- nos que yo aceptara que así fuera. No era más que eso: un simple muro que me aislaba de las demás personas, eso es todo, un simple muro de hormigón que me diferenciaba de la sociedad y que limitaba mi vista y mi capacidad de poder ca- minar en línea recta, pero solamente un muro muy alto. Y ese muro, irónicamente, me diferenció, afortunadamente, de la gente del otro lado, de la gente normal, y pensé: “¡menos mal que no soy como ellos! ¡A mí este muro no me impediría ja- más seguir caminando; aunque sea dando vueltas y vueltas, no me frenaría jamás!
Así fue, nunca me frenó.
Asombrado, observé a toda esa multitud; estaba confusa, como si, tristemente, fueran ellos los que tenían limitaciones, como si hubieran creado aquel mismo muro en sus vidas limitándolas. En cambio, yo parecía ver, desde mi condición de interno, que todo era posible.
Al igual que me ocurrió a mi durante años, esa multitud se perdía todo un océano de oportunidades.
Vi cómo la nueva perspectiva de mi vida había provocado un cambio. Observaba a muchísima gente esclavizada por una surrealista libertad, personas que añoraban una vida idéntica a la vida del vecino,… El materialismo sobrepasa los ideales y los sueños que se reducen a tener o no tener; yo creo que la vida es mucho más que un juego de ganar o perder pero, des- afortunadamente, la inmensa mayoría no opina así. Cuando salí de prisión no me hizo falta sino unas horas para darme cuenta. Comparé y elegí que esa no era la vida que quería. Desde entonces dije: si la vida me lo da es porque es para mí, pero no gastaré lo más valioso que tengo, “mi tiempo”, en tener las cosas que todo el mundo quiere tener.
Me sorprendía tanto… Y, bueno, en realidad, a día de hoy, aún me sorprende cómo la gente pasa la mitad de su vida tra- bajando como un esclavo simplemente para tener aquello que cree que le hará feliz y cuando, al fin consiguen aquello por lo que tanto lucharon, suelen optar por elegir otra cosa total- mente opuesta, o simplemente querer más…
Y así, el tren de la vida pasa ante los ojos esperando y deseando un confort y una felicidad que, en muchas ocasiones, nunca llega.
Desear algo realmente es, sin duda necesitarlo de veras, no porque se imite un patrón generalizado, provocado por una sociedad derrochadora, consumista y sin iniciativa para crear ideales diferentes.
Con 26 años mi ideal, desde ese instante, fue bien distinto. Puede que no tenga un buen coche y es muy probable que ja- más tenga una gran casa o dinero en un banco, pero tengo muy claro que no lo necesito porque, como bien he dicho, si real- mente lo deseo, sé que lo crearé, puedo crearlo. A pesar de tan solo tener unos centavos en los agrietados bolsillos de mi panta- lón, no cambiaría los recuerdos que tengo de mis retos ni tam- poco absolutamente nada de mi vida ni por un millón de euros. El valor del dinero se lo da la gente, y eso cada vez degrada más a esta sociedad y al mundo en general pero, ¿dónde quedó el valor de los sueños?
Creo que hemos perdido la fe en nosotros mismos, en la capacidad de poder crear cosas extraordinarias sin depender de otros, se nos ha ido la confianza. Es lamentable que hayamos elaborado en ocasiones leyes que nos limita la posibilidad de hacer cosas extraordinarias, que nos retienen o nos condicionan la capacidad de conseguir nuestros sueños. Limitaciones, prohibiciones, obligaciones… Así estamos en una sociedad totalmente manipulable y orientada al fracaso emocional.
Me sentía enormemente afortunado.
El muro de la prisión ahora lo veo como una débil excusa que muchos colocan en sus vidas para autojustificarse y así jamás intentarlo. Una y otra vez los límites de la sociedad se veían reflejados en unos muros imaginarios desde los cuales se con- templaba una verdadera cárcel de cristal, transparente y frágil; el fiel imagen de un hombre aislado fuera de los agrietados muros de hormigón.
la aceptación de la sociedad
La gente de a pie me veía aun sin mojarme con el traje por la calle al cruzar me decían oye tu eres JG el joven que está cruzando las islas eres el súper héroe que ayuda a mi hijo en las charlas eres un ejemplo de superación.
-yo? no soy un joven normal y corriente .
Un niño entonces se acercó a su padre y le oí decir papá por que ese chico va por la calle con un traje de neopreno?
El padre del chico se acercó y me dijo ¿oye por qué llevas un traje de natación por la calle?
Le dije ¿yo?
Si tú?
Pues caballero no llevo ningún traje de natación solo aparece cuando entro en contacto con el agua pero ahora estoy seco.
Pues todos te vemos con ese traje ¿verdad? Hijo mío?
El hijo respondió sí papa tiene un traje de natación con JG en el pecho
Se equivoca señor le digo que solo es cuando nado ahora es mi vida fuera del mar ahora no tengo nada…
Al dar media vuelta encontré un cristal frente a una vitrina de un bar que hacia esquina en esa calle y me mire en el
Vez¡¡¡dije no tengo ningún traje soy un hombre normal y corriente¡¡¡
Si tú lo dices dijeron ellos y se fueron con cara de sorprendidos
Me quede mirándome en ese espejo durante unos minutos estaba vestido como cualquier chico con camiseta y pantalón o al menos eso creía yo…
EL CONSEJO DE UNA MADRE
Ya era libre durante 3 días. Curiosamente lo recuerdo muy vagamente; solo momentos muy concretos, y los recuerdos así:
Primer día
Nada más salir de las puertas de la cárcel, llamé a Cris. Corrí a los brazos de mi amada casi inmediatamente, añorándola y deseándola la primera noche de libertad como si fuera el primer día en que la tocaba. No olvidaré la pasión con la que hicimos el amor aquel día, cómo desgarraba mi ropa, me mordía y gritaba lo mucho que me amaba; cómo me cuidaba y me decía que era lo mejor de su vida… Casi pude sentir su alma enreda- da en la mía. Fue una noche inolvidable para ambos.
Recuerdo que, de madrugada, tomamos chocolate viendo un precioso amanecer cerca de la costa. El viento hacía llegar su aroma, un aroma que, en su evidente diferencia, se podía sentir dulce por estar con mi querida Cris. Podía sentir, incluso, como su corazón latía fuertemente en mi pecho cuando la abrazaba.
Me preguntó en varias ocasiones qué tal lo llevaba allí, cómo era el día a día en la cárcel. Yo intentaba dejar ese tema para las cartas; era nuestro momento. Solo estábamos ella y yo en un bonito amanecer, frente al mar.
Y así pasaron las horas volando del primer día en libertad, tras 14 meses y muchas lunas sin abrazar a mi querida Cris.
Segundo día
En ese tiempo hablé, sobre todo con mi familia, de la prisión, de cómo era todo aquello, siempre dándole poca importancia aunque la hubiera, como la escasa comida, o el comportamiento de algunos reclusos hacia mí… También comí y reí muchísimo, desde luego, pero siempre mirando el tiempo, el reloj que pasaba esta vez demasiado deprisa. Los sabores, al igual que los olores, se apreciaban muchísimo más, parecía que el paladar había retomado vida de nuevo. No recordaré nunca una comida tan exquisita, era algo que me fascinaba, todo parecía novedoso y muy intenso. Era una sensación agra- dable. A menudo la gente no valora eso; cuando te privan de ello, de toda posibilidad de placer y luego lo sientes de nuevo, es algo mágico. Fue algo extraño porque tampoco parecía ha- ber pasado ni avanzado nada en 14 meses. Sin embargo, todos estaban asombrados escuchando mi experiencia.
¿Sería curiosidad?, ¿preocupación? La verdadera cuestión era que tanto, para bien como para mal, en ese instante yo era el protagonista y el responsable de que todos invirtieran lo más valioso que tenían en sus vidas en mí y eso era su escaso tiempo.
Tercer día
Llegó, al fin el tercer día; iba a realizar el gran reto a nado. Me levanté muy tempranamente con mis padres me preguntaba si al tocar el agua volvería a formarse el traje sobre mi piel como lo había echo siempre o si dios me había quitado y renegado ese don por haber estado en prisión quizás ya mi mision no era la de nadar…pensé que quizás le había fallado.
Mi madre y mi padre madrugaron, al igual que mis abue- los y algunos medios de comunicación; todos esperaban mi salida al agua. Eran alrededor de las 6 de la madrugada, aún de noche, cuando salimos de casa en nuestro vehículo. Se respiraba una sensación de paz y de buena energía. Todos contentos y felices de que estuviera tan cerca de ellos. Había pasado
mucho tiempo sin que me pudieran ver tras un cristal y ha- blando con un telefonillo; esta vez estaba ahí, a su lado.
No lo dudé al llegar al lugar de partida. Cogí mi bolso. Mi padre detuvo el vehículo, mis abuelos abrieron la puerta y yo salí sonriendo. Nada más poner el pie en el suelo, dije:
— ¡¡¡Vamos a ello. El mar hoy será mi libertad!!!
Nada más tocar el agua el traje empezó a formarse sobre mi piel Dios seguía confiando por algún buen motivo en mí.
Interpreté inmediatamente entonces que, si todos teníamos derecho a una segunda oportunidad, esa era, indudablemente, la mía. Recuerdo que, justo antes de lanzarme a mi reto, me tomé unos minutos en la oscuridad de la noche para reorganizar y visualizar mi desafío en aquel desbordante silencio donde una mano se apoyaba en mi hombro y lo agarraba fuertemente. Era mi madre, mi ángel protector que siempre estuvo ahí, apoyándome cuando rompía a llorar a través del cristal de la cárcel, gritándome “hijo, arriba; sé fuerte y aguanta”.
Recuerdo que se sentó a mi lado tras comprobar que esta- ba bien y entonces dijo:
— Hijo, te contaré una historia que me narró tu abuela cuando era joven. No quiero que digas nada, solo que la escuches y que visualices tú reto, lo que estás a punto de hacer, y que recuerdes siempre estas palabras que te voy a contar:
En una inclinada colina un viejo pero sabio anciano caminaba. En su camino se encontró con una pequeña paloma herida. No dudó por un instante en acercarse a ella, lo suficiente como para cogerla en sus manos. Con mucho cuidado la arropó entre sus ropas, acercándola a su pecho para darle calor. La llevó a su casa y la cuidó durante semanas en su hogar creyendo que sus cuidados salvarían a la paloma herida.
Pasaron casi tres semanas y la paloma, a pesar de que pudo curarse gracias a la atención del anciano, tenía el canto de una paloma triste y solitaria.
Aún contando con la protección del hogar del anciano, este empezaba a comprender, al contemplar a los ojos del ave, que su mirada también era triste y que su canto revelador hacía estremecer su alma.
Por su sabiduría, llegó a la conclusión de que podría cuidarla y protegerla cada día más pero, si la paloma no era libre, jamás volvería a ser feliz y, por consiguiente, moriría de tristeza.
Al sabio anciano le atormentaba tanto esa situación que, durante semanas y semanas, pensó qué podría hacer para resolver la delicada situación.
Así que pidió consejo a un especialista en aves; quería saber sobre las posibilidades que tendría de sobrevivir si decidiera soltarla tras tanto tiempo en cautividad.
El especialista fue tajante:
— Una entre un millón: si la sueltas, por tanto, si la sueltas muy probablemente morirá.
El anciano reflexionó sobre el diagnóstico del especialista. Aquella situación continuaba turbando su habitual estado de calma, tanto que rompía su sueño por las noches…
Durante ocho días y siete largas noches no hizo más que pensar en ello: una solución, una alternativa… Debía de haber algo que aún se le escapaba de entre los dedos.
Al octavo día y nada más salir el primer rayo de luz, el anciano encontró la solución, así que fue hasta la jaula, abrió cuidadosamente su reja, cogió la paloma y la soltó diciendo…
Sé libré… Elige tu propio destino.
Su frágil vista no le impidió ver cómo voló y voló cada vez más le- jos. Al fin su canto era el de una paloma feliz; al fin volvía a ser libre.
El caso es que, meses más tarde, volvieron a encontrarse el anciano y el especialista en aves y este le dijo:
Oye, ¿qué fue al final de aquella paloma herida?
La solté — respondió el viejo apoyando el bastón a su lado.
Pero no entiendo nada. ¿Por qué lo hiciste? Aún sabiendo que solo tendría una posibilidad entre un millón, ¿por qué lo has hecho?
La has condenado a muerte — dijo el especialista muy seguro de sus palabras.
El sabio respondió:
Cuando llegues a la sabiduría a la que yo llegué durante esas 8 noches y 7 días pensando, comprenderás que, en ocasiones, “una entre un millón es suficiente”.
Nunca se supo nada de la paloma, si vivió o no, pero de lo que el anciano siempre estuvo completamente seguro es que su esperanza fue lo más valioso, lo que le hizo resistir cada día, aquello mantuvo con vida cada día a ambos.
Días más tarde, el anciano murió siendo libre, al fin, de su propio silencio interno, como el canto de aquella paloma. Al fin ambos fueron libres.
Hijo mío, con esto quiero decirte que vueles como esa paloma, tan alto como tú puedas, porque, como bien dice el cuento, una entre un millón es suficiente para lograr hacer cambiar el mundo. Lucha y no dejes de creer jamás en ti; eres grande hijo. A lo largo de tu vida seguirás encontrándote personas que dirán que no eres capaz, o que simple- mente es imposible luchar por aquellas cosas extraordinarias, por ello, quiero que recuerdes esta historia y que no pares jamás sin lograr esa oportunidad que tanto anhelas. ¿Me lo prometes? — dijo mi madre.
Me puse en pie, sentí una lágrima brotar de mis ojos y deslizarse lentamente por mi mejilla.
— Jamás he tirado la toalla, madre y no lo haré hoy. Te prometo que no me rendiré, no en este momento, no ahora madre. ¿Sabes?, cuando era niño y me arropabas por las noches, creía que nunca crece- ría, que siempre serías el guardián de mi alma antes de dormirme; casi puedo sentir el tiempo pasar de lo deprisa que ambos hemos ganado en edad pero, ¿sabes, madre?, he tenido una vida que no cambiaría por nada, unos padres que podría catalogarlos como un verdadero regalo del cielo y, sí, ya sé que sería fácil decir que mi vida no ha sido sencilla, que ha sido injusta en ocasiones, pero mírame: no soy un simple preso, madre; soy un hombre en busca de un sueño, un hombre que ha crecido envuelto en un ideal hasta hace bien poco oculto DIOS ME HA DADO UN DON MADRE. Creo, madre, que has creado a un ser humano ejemplar contra todos los pronósticos que decían que no conseguiría absolutamente nada en la vida. Hoy soy un hombre feliz y no miraré el reloj mirando cómo el tiempo se me acaba, como he hecho durante años antes de entrar en prisión, deseando que no se agotara y, una vez dentro, deseando que transcurriera lo más deprisa posible. Hoy mi reloj, mi tiempo, se empañará, porque hoy miraré el sol, el horizonte lejano que nunca alcanzaré; miraré los pequeños deta- lles como si fuera el último día de un condenado a muerte, porque ya no me importa que pueda terminarse el tiempo si soy feliz en este momento. Gracias, madre, por arroparme cada día, por cuidarme y demostrarme que no existe un amor más grande que el tuyo.
¡¡¡Te quiero, mami!!!
Sentí como suspiro de alivio y, con un gesto natural, me abrazó y me dijo al oído:
— Gracias, hijo. Me siento orgullosa de ti. Ahora ve a por ello; “EL OCEANO te está esperando”.
“Cuando hagas algo noble y nadie se dé cuenta, no estés triste. El amanecer es
un espectáculo hermoso y, sin embargo, la mayor parte de la audiencia
duerme todavía”.
JOHN LENNON
EL AUDITORIO-CANDELARIA, ENCADENADO
Frente a mí una página en blanco. ¿Cómo describir mediante palabras un día tan especial y hermoso para mí? Siento al escribir que me invade una fuerte sensación de paz y de armonía, algo que roza lo divino, sobre todo porque aún hoy no
sé cómo logré este desafío; sin duda alguna, las palabras de mi madre ayudaron mucho.
Este reto fue mucho más para mí y mi familia y lo cierto es que ha sido el mejor regalo que la vida me ha dado. Siempre he dicho que en este mundo de consumo constante, lleno de actitudes tan egocéntricas, hay muy pocas cosas que no se puedan comprar y, desde luego, un buen recuerdo es una de ellas. Al fin encontré ese necesario equilibrio.
Paz para la guerra, perdón para el culpable, amor para el odio…
A pocas horas de regresar a mi celda de nuevo, me sentía enormemente optimista.
Debo confesar que esta parte de mi historia es mi preferida, aunque no por ello son menos importantes las demás, ya que cada situación me llevó, irremediablemente, hacia ese instante. Esa fue mi elección; esa fue mi libertad. Hoy escribo este capítulo de mi vida frente a mi fiel compañero de celda, enormemente satisfecho del camino que he tomado.
Algunas personas dicen que, justo antes de morir, uno ve pasar toda su vida en un segundo; pues, curiosamente, eso me ocurrió a mí.
Al cerrar los ojos y coger aquellas cadenas que portaría en mis pies sentí, justo antes de ponérmelas, cómo pude recordar mi primer beso de amor con Muriel, mi primer “te quiero” auténtico con Cris; recordé ese instante en el que no pude fre- nar a tiempo aquella noche cuando la muerte se cruzó en mi camino; recordé cada día en el patio de la prisión, buscando en solitario un sueño; recordé a mi padre, enseñándome mis primeros pasos; recordé a mi hermano y, por supuesto, recordé a mi madre el día en que logré mi primer reto Gomera-Tenerife en 11 horas. La recuerdo tan feliz…
Aquellas cadenas de acero significaban mi moral; “una moral de hierro”, dijo la prensa. Con mis pies desnudos estaba dispuesto a demostrar que merecía una oportunidad de ser libre.
Nada más lanzarme al mar el mero contacto con el océano me produjo una sensación de tranquilidad. Bajo la tenue oscuridad apareció el sol, las estrellas se ocultaron en el firmamento, el hermoso amanecer me hacía recordar el azul penetrante de los ojos de Muriel. Era como si el sol me iluminara el camino. Allí seguía yo encadenado, nadando solamente con los brazos, encaramado a un nuevo sueño, dispuesto a invertir mis últimas horas de libertad en hacerlo realidad, al igual que ocurrió en el pasado.
Nadé y nadé, con todas mis fuerzas. Aquellas cadenas me hacían sentir la dificultad de ese desafío, mis pies empezaron a sangrar por el roce del acero, el mar empezó a mostrar su lado más temible, las olas sobrepasaban la costa… Y yo estaba solo, completamente solo en medio de tanta tranquilidad a la que muchos temían. Estaba en paz en un mar embravecido.
Observé, mientras nadaba, una paloma. Era una hermosa paloma blanca. Daba vueltas sobre mí. ¿Sería la paloma del cuento? Quién sabe…
Me sentí como esa paloma mientras nadaba, mi espíritu siempre quedó libre.
Entonces me detuve y simplemente grité:
— ¡¡¡Gracias!!!
Como el anciano del cuento que me contó mi padre. Era el deseo el que me hizo soportar la indescriptible monotonía de los días. Me mantuvo vivo, me mantuvo libre incluso en- cerrado, tal y como le ocurría al anciano del cuento.
Pero aquellas cadenas cada vez pesaban más; mi cuerpo empezaba a resentirse. Empecé a sentirme tan débil… Apenas soportaba ya el golpeo constante de las enormes olas. Sin agua, sin comida y encadenado pensé: “Si no lo logro, será porque muero. Posiblemente encontrarían mi cuerpo a los pocos días destrozado e hinchado por el golpeo de las olas”. Pero nunca pensé en abandonar, a pesar de tener esa posibilidad de fracaso. Sentía esa indescriptible sensación de saber que uno está en el camino correcto; la sentía tan dentro de mí, que estaba dispuesto a pagar con mi vida el coste de mi sueño.
Y así fue como avancé cada día en la cárcel, al igual que lo hice también en el mar. Podía oír incluso el airé de mis pulmones, los frenéticos latidos de mi corazón, como un caballo desbocado buscando una salida. Nadé y nadé con todas mis fuerzas.
Los últimos metros fueron mágicos.
El agotamiento se reflejaba en mí; tenía tanta sed… Lleva- ba casi 6 horas nadando en unas condiciones tan extremas que ningún barco se animó a salir a apoyarme. Había nadado ya tanto que no me atrevía siquiera a mirar hacia atrás. Me decía una y otra vez a mí mismo:
Puedes hacerlo, solo tienes que aguantar un poco más.
Sin haber entrenado un solo día, con esas cadenas en los pies que me limitaban no solo dentro del agua sino también fuera, solo tenía una opción: seguir adelante. No podía aban- donar; tenía que cumplir el trato que hice con Dios fuese como fuese.
El fuerte oleaje jamás cesó, como jamás cesaron los gritos de ánimos de mis abuelos que, sin saber qué era de su nieto, siempre creyeron que por algún lugar aparecería.
La multitud esperaba en Candelaria. Al ver el fuerte oleaje, insistieron en avisar a un helicóptero para rescatarme. Era in- comprensible que alguien pudiera nadar en esas condiciones, y menos encadenado.”Pero yo tenía un traje de neopreno”.
Mi abuela fue un fiel reflejo de esperanza en la costa.
— Él dijo que llegaría y aquí lo esperaremos. No llamen a ningún helicóptero porque él llegará.
Dicen que muy poco después una silueta aparecía a lo le- jos por encima de las olas; fue para todos como un milagro… Yo, desde el océano, al fin podía ver el final del camino.
Comprendí en los últimos metros que la senda que había ele- gido había valido la pena; comprendí que toda mi vida se re- sumía a ese instante.
Y yo lo había elegido.
Fue como saber que estaba predestinado a ello, desde que di mis primeros pasos al salir de la cuna en la que mi madre me cuido, arropándome cada noche entre sus manos, como cuidó el anciano a aquella paloma herida durante semanas lle- vándosela a su pecho para protegerla y darle calor con toda la ternura del amor verdadero.
En cada paso que di, “soporté”; cada aliento que exhalé, “escuché”; en cada persona que conocí, “aprendí”; cada ins- tante que viví, “valoré”. Todo me había llevado hasta ese lu- gar. Supe inmediatamente que todo era necesario para conse- guir un camino asombrosamente perfecto.
Y así fue. Miré al frente. A lo lejos divisé la meta. Eran los últimos metros; las cadenas seguían pesándome, las manos no me respondían a las brazadas, que golpeaban ya sin fuerzas el enfurecido océano; pero algo me empujaba a seguir. Algo divino se apoderó de mí los últimos metros. Aquellos demonios de las pesadillas que me atormentaron durante años se ahoga- ron en aquel profundo océano, quedaron en ese lugar casi oculto para siempre, inmersos también en mi vida y en lo pro- fundo de mis sueños.
Cuando al fin llegué, tras 6 horas 20 minutos, ni siquiera podía mantenerme erguido; mis pies ensangrentados provocaban espanto en la gente que observaba; estaba exhausto y mis piernas no me respondían, pero yo miré al frente y grité:
¡¡¡Durante 6 horas he sido un hombre libre!!!
Y rompí a llorar como un niño desconsolado.
Recuerdo que mi padre se metió en el agua y, con su ayuda, pude ponerme en pie. Luego vino mi madre y, tras ella, medio millar de personas que, asombradas, sonreían y aplaudían mi aventura.
Me abracé a ellos y les dije:
— No me rendí madre, te prometí que no tiraría la toalla jamás.
Mi madre tuvo razón:
“una entre un millón fue suficiente para lograr mi sueño”.
Mi estado de salud era óptimo. Alguien se acercó a mí y me dijo “es hora de romper tus cadenas, ¿no crees?”.
Desde luego — le respondí.
Con su ayuda quitamos esas cadenas que significaban tan- to para mí, las levanté y sonreí. Apenas con fuerzas observaba cómo muchos periodistas se alimentaron de esa imagen que mostraba la lucha y el coraje de un joven de 26 años que, a brazadas, luchaba por su mayor libertad: había creado un súper héroe real que cruzaba los océanos para dar esperanza al mundo JG. Esta vez mi escudo brillaba más fuerte que nunca, había recuperado mi identidad.
Jonathan, ¿qué le pides a la Virgen? — me preguntó una periodista.
Sonreí, esperé unos segundos y dije:
Está claro; le pido la libertad.
Una hora más tarde de caer de rodillas besando el suelo y dando las gracias, mis tres días de libertad acabaron, como acabó la angustia de no verme de mi familia y amigos, que creían que aquel día no sobreviviría a tal castigo en el mar. Y, simplemente, regresé a prisión dolorido y agotado. Nada más entrar de nuevo a la cárcel oía los gritos humillantes y despreciativos de los compañeros con los que compartía el día a día; pero eso me daba igual porque yo había conseguido mi sueño; todo lo demás era insignificante para mí en ese momento.
Mi sueño lo había creado solamente yo. Comprendí al fin que la meta no fue lo que me aportó la felicidad, sino todo el viaje, cada ola que sobrepasé, cada lagrima que derramé pidiendo a los cielos un poco más de tiempo, pidiendo la compasión suficiente para que las puertas del infierno se cerraran para siempre. Todo lo que envolvía ese instante en el que, en- cadenado, logré unir esa distancia, era el verdadero triunfo para mí. Y mi inicial en mi pecho JG seguía siendo lo suficientemente brillante como para hacerme feliz
Contra todo pronóstico, contra toda posibilidad de ser feliz,
yo indudablemente lo fui.
Comprendí que, durante cada metro que recorrí, había creado mi propio destino, mi propia historia; una historia que, a buen seguro, se había convertido en mi mejor tesoro y que, meses más tarde, ayudaría a mucha gente a seguir adelante en centros educativos, institutos, universidades, centros deportivos, etc., dando charlas a infinidad de jóvenes que, asombrados, escuchaban mi historia con la que muchos se identificaban. JG se convirtió en un ejemplo de superación y de esperanza para millones de personas en todo el mundo.
Este reto me enseñó, entre otras cosas, que la razón más extraordinaria que tenía en la vida para seguir avanzando era invisible a los ojos, aquella que inundaba mi corazón cada mañana, aquel que anhelaba durante las frías noches en mi celda. Lo más extraordinario que tuve, sin lugar a dudas, fue…
La confianza en mí mismo
Y le doy cada día las gracias a la vida por cada una de las cosas que he vivido, por las experiencias que me han hecho crear el hombre que hoy soy, por poder cambiar la vida de la gente con brazadas. Creo firmemente que es un don que Dios me ha dado.
He tenido la oportunidad de cambiar las cosas desde el interior de mi corazón, sintiendo cómo, a veces, se estruja tanto que duele como si alguien lo apretara fuertemente con las manos. Tantas desilusiones como alegrías, tantas lá- grimas como sonrisas que han envuelto ese corazón agrie- tado. Y cuando al fin creé una coraza alrededor de mí, descubrí…
Que podía cambiar de nuevo
Que podía crear un nuevo corazón;
Que podía ser diferente
y construir una persona única
que fuera capaz de convencer al mismísimo demonio de que ni siquiera el infierno
es un lugar
donde uno ha de esconderse.
Tras volver a prisión sentí la necesidad de transmitirle al mundo lo que había vivido y aprendido.
Aquí, entre los barrotes de mi celda, nace mi libro: “La libertad es poder elegir “nace mi comic y nace también la idea de llevar esta historia a la gran pantalla; un libro lleno de experiencias y sentimientos. Considero que es lo más extraordinario que he creado en mi vida, mucho más que cruzar los océanos con la ayuda, tan solo, de mis manos y ese traje de natación que dios me doto para hacer más llevadero el castigo de entregar mi vida para cambiar el mundo. Quizás porque no solo han sido mis manos las que han plasmado mi historia en este papel, sino que también lo ha hecho mi corazón. He escrito con toda mi alma buscando las respuestas muy dentro a aquellos interrogantes que sucedían una y otra vez a lo largo de mi vida; y las he encontrado. Gracias a ese traje de natación que un día dios me dio para llevar a cabo este prometido creo firmemente que es el legado del que siempre hablo a los chavales creo que es la razón por la cual vine al mundo, no me cabe duda de ello ,esta era mi misión…
“Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas,
sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás”.
NELSON MANDELA
CAPÍTULO 15
LA DESPEDIDA
de mi fiel compañero de celda
Al final, lo que pedí a la Virgen se hizo real: me hizo libre porque, nueve meses después de mi último reto, llegó mi libertad condicional.
Pero antes de irme tenía que despedirme de mi fiel compañero de celda y de su buena compañía.
La libertad me daba una nueva oportunidad de afrontar un reto aún más prometedor… El reto de la vida tras los muros.
Siempre he oído decir que todas las despedidas son tristes, pero lo cierto es que no lo fue con mi fiel compañero de celda, y no voy a poner en tela de juicio la credibilidad de mis confidencias por una estúpida mentira.
Debo reconocer que estaba contento por lo inminente de mi salida de aquel lugar. Deseaba tanto disfrutar de las cosas sencillas que nos ofrece la vida… Un simple paseo por la playa gozando al comprobar que son mis pies los que rompen la virginidad del manto de arena…
Llegué incluso a echar de menos el cotidiano buenos días compartido por cualquier desconocido, deseaba con todas mis fuerzas hacer efectivo el significado de la palabra libertad, ya que, durante toda mi condena, estuvo en gran medida condicionado por mi humilde condición de interno.
Ansiaba con toda mi alma integrarme en el anonimato de la multitud y, desde ahí, provocar la catarsis que me empujara a recuperar mi identidad.
La despedida de mi fiel compañero fue tan íntima que se puede decir sin temor a equívoco que fue todo un reto para
mí. Habíamos vivido tantos buenos y malos momentos juntos… Toda una condena juntos.
Durante esos 18 meses fue mi soporte. No solo habíamos compartido celda, sino que, ayudándonos el uno al otro, habíamos desmenuzado día a día. En esos últimos instantes fue su entereza la que me mantuvo en pie. Con su forma de ser, siempre imperturbable, me transmitió firmeza y un gran caudal de positiva serenidad.
Su saber estar doblegó mi timidez.
Fue siempre un apoyo en mis afligidos momentos en los que estuve a punto de desmoronarme…
FUE MI ÚNICA COMPAÑÍA…
Reconozco esos últimos instantes en nuestra celda con nostalgia. Percibí el final de una relación tan gratificante que superaba la complejidad generada por el sentimiento de em- patía propio de la situación.
Hice un esfuerzo por sobreponerme a la emoción del mo- mento y me acerqué a mi estático compañero, extendí los bra- zos y con las manos temblorosas abarque su rígida estructura. Sin ofrecer resistencia empezó en contener una lágrima que pugnó por brotar, como si ella también quisiera ser partícipe de aquella despedida.
Tantas y tantas cosas conversé con él, tantas cosas quise decirle que, cuando llegó el momento, no dije nada.
Nunca me falló. Siempre estuvo ahí.
Entonces me incliné y deposité bajo la metálica cruz de mi ventana una nota. En ella escribí…
“ADIÓS, BARROTE DE MI CELDA.
JAMÁS TE OLVIDARÉ”
Mi fiel compañero, “La soledad”, quedó prisionero en
aquella celda, en la misma en la que habíamos compartido 18 meses de agridulce condena.
“El secreto de una buena vejez
no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
CAPÍTULO 16
Cree en lo extraordinario
y abrirás las puertas del cielo
usto antes de salir de la prisión y dar los últimos pasos dentro de aquel reducido lugar, esa frase me acompañó como mi propia sombra. No sabía muy bien qué signifi- caba el repetitivo pensamiento, hasta que sentí la necesidad de transmitirle al mundo lo que he vivido y aprendido. Du- rante meses lo hice escribiendo letra a letra el relato que ahora
sostienen tus manos.
En un determinado momento, recordé la historia y visua- licé al anciano: ¿habría cambiado su vida desde entonces?, me pregunté. Desde luego que sí; como aprendí tiempo atrás, todo cambia, así que me esforcé en recordar cada instante de aquel día: aquel lápiz rodando hasta el anciano vagabundo, el momento en que se lo pedí al niño que me había pedido el autógrafo,… Curiosamente, recordé también que el día que recogí mis pertenencias para entrar en prisión lo llevé conmigo prisionero, a mi lado, casi como conjurando al fin lo que ocurriría con él años más tarde, como el presagio de que debía de sostener estas palabras.
Entre mis pertenencias quedaba ese viejo e inservible lápiz que el niño me había regalado años atrás. Ahora ya muy pequeño, empecé a observarlo. Era como yo, algo débil, con muy pocas posibilidades de cambiar su destino. Acabaría como cualquier otro: en la papelera, o peor aún, en el olvido pero, al observarlo detenidamente, me di cuenta de que tenía algo interior que podía transformarlo todo. En el fondo, aquel lápiz era como yo: solo había que creer en él para hacer cambiar las cosas, y lo hizo, porque fue con él con el que escribí en prisión este libro que hoy lees.
TENÍA LA LIBERTAD DE SABER ELEGIR
Durante las frías y temidas noches en soledad, creí que mi historia podía llegar más allá y no dude en coger una y otra vez ese lápiz y escribir. Volvió a obsesionarme el hecho de acabar este relato, como ocurrió con los retos en el mar. Este libro se convirtió en mi obsesión cada noche en mi celda durante más de 2 años, fue también mi vía de escape para evadirme de la realidad que tenía cada día en las solitarias con- versaciones ajenas.
Recuerdo con tristeza pasar las navidades recordando capítulos de mi vida, escribiéndolo a mano, hasta que mis dedos formaban una llaga de tanto escribir. Letra a letra, paso a paso, me maravillaba ver cómo las palabras se plasmaban en el papel como un reflejo exacto de mis pensamientos y, así, mis sentimientos fueron escritos e inmortalizados para siempre en esta obra.
Escribí con tanto amor este libro que, desde el comienzo, he creído que ese lápiz inservible ha sido una parte de mí, ha sido como la culpa que siempre me ha acompañado; por eso escribí mi vida.
Fue curioso observar que, tras mi último reto, llegaría mi ansiada libertad condicional pocos meses después. Fue el tiempo necesario para acabar el relato. Me he dado cuenta de que todo ha seguido un orden perfecto, que no supe ver en el comienzo. Gracias a aquel anciano que me mostró qué era un simple lápiz, pude ver más allá, pude observar, con el paso de los días, que podía ser un lápiz que marcaría mi vida para siempre. Recuerdo cómo estuve días enteros observando ese lápiz sin saber cómo empezar mi historia, hasta que un día, simplemente, comencé.
Cuando llegó el momento de irme de aquel lugar mi libro ya estaba escrito. Dejaba atrás momentos inolvidables, únicos, toda una experiencia contradictoriamente, como podría pensar la mayoría, enriquecedora.
Cogí la foto de mi familia, a la que tantas veces besé; cogí mi libreta en la que tenía escrito mi libro; cogí aire y pensé…
Tanto tiempo esperando esto y también se acaba.
Un simple paso bastó para salir de ese lugar para siempre.
Descubrí que, entrar en prisión, fue una oportunidad de crecimiento personal.
CAPÍTULO 17
En libertad
Cada más traspasar el umbral que separa un pensamiento de la libertad de la esclavitud monótona de la cárcel, aprendí mucho a observar la conducta inapropiada de la gente, que poseía una libertad infravalorada. Mucha gente empezó a seguir mi historia y a mandarme mensajes de ánimos y cartas a mi casa, en muestra de agradecimiento y apoyo por mis retos en el mar, por las charlas que daba a menudo en los institutos y colegios contando e incentivando lo importante que es creer en un ideal, la capacidad de ser libre y luchar por un sueño en los tiempos de crisis. Mi historia fue llegando cada vez más lejos, no solo por la importante respuesta mediática que me colocaba en portada de varios periódicos a nivel nacional e incluso internacional, sino también por el boca a boca. Había empezado a generar un cambio con mi actitud en aquellas charlas que impartía casi a diario y en mis retos en el mar. También notaba ese cambio en las personas que me rodeaban y escuchaban; también en Cris, ese ángel de la guarda que creí que me esperaría para siempre pero, al salir de la prisión, todo cambió, y los mensajes de aquellas cartas dejaron de ser lo suficientemente sólidos y la relación se rompió, a pesar de que nos amábamos. La desconfianza se apoderó de cada centímetro de nuestro corazón, doblegó nuestra fortaleza. Recuerdo cómo, en más de una ocasión, caímos arrodillados en un parque en el que solíamos vernos a menudo. Era nuestro rinconcito de amor donde siempre creímos que solo estábamos ella y yo en una burbuja en la que nada podría separarnos. Y paseábamos y nos fuimos dando cuenta, al secar las lágrimas el uno del otro, de que la relación se nos escapaba de entre los dedos, y llorábamos una y otra vez preguntándonos por qué nos pasaba eso, por qué sufríamos así. Un día, sin más, dejé de olerla, dejé de apretarla contra mi pecho; un día dejamos de llorar en aquel parque en el que nuestra relación se esfumó, como se esfuma la vida de un condenado a muerte; un día, simplemente, me levanté y una parte de mi interior murió para siempre. Se había ido la princesa de mi cuento; me había dejado a un lado sin mirar atrás y yo tampoco fui a buscarla. Pensé que, si realmente la amaba, debía de dejarla marchar; ya no soportaba verla llorar, ni tampoco soportaba ver su rostro agotado, cansado por las fuertes discusiones que generaba esa falta de confianza.
Seguí preguntándome durante semanas si volvería, esperando un tono de teléfono que jamás sonó. Así terminó la historia de amor con Cris. La echo aún de menos cada día de mi vida, todavía confieso en ocasiones sentir cómo suena el teléfono… Quizás sea mi orgullo el que grita que, en el fondo, nunca me quiso o, al menos, no de la forma que un hombre desea ser amado por una mujer. Al final fue curioso el miedo a perderla; fue lo que género que ocurriera. Lo que creí que era solo un temor acabó siendo un verdadero motivo para que, meses más tarde, nuestra relación fuera digna de estar en este libro y así mantenerme a su lado durante cada día de nuestras vidas, “siempre juntos”, como le prometí. En este libro nuestro amor se ha hecho eterno por siempre. Querido ángel de la guarda he cumplido mi promesa, ya nada nos separará ja- más, ya nada podrá romper nuestra historia de amor. En este libro me he agarrado todo lo fuerte posible a tu mano y esta vez no la soltaré mi querida Cris.
PASARON LOS MESES…
Muchas han sido las familias que han calado en mi corazón. Fue y sigue siendo satisfactorio comprobar que, con mi lucha por un ideal, he logrado cambiar la vida de mucha gente, en particular de aquellos niños que sirvo de ejemplo de superación y me ven casi como un súper héroe que cruza los mares y les da esperanza. He querido dedicarles unas palabras de reflexión y amor a todas aquellas personas que luchan a diario para salir adelante.
Para los más pequeños:
Sois como ángeles que colman de ilusión los agrios días en que la familia lucha por mantener la fe en vuestros rostros. Puedo escribir apenas sin conocerles esos pequeños grandes súper héroes de la vida a diario.. Auténticos luchadores, que, al igual que yo, jamás aceptaríais un no por respuesta.
Hoy escribo con lágrimas en los ojos tras haber compartido momentos dignos de recordar al mundo. Mi historia; sé que desde el cielo sería difícil escucharla. Quizás el cielo nos esté esperando a todos. Pero a sido una excusa para mantenerme vivo a pesar de que la vida no ha sido justa conmigo, por algún motivo, comparto con los más pequeños algo inmensamente necesario para esta sociedad la idea de creer en uno mismo
.En un determinado momento; Dicen que existen líneas imaginarias que van de un lado a otro esperando chocar con alguien especial. Las líneas de nuestras vidas se han cruzado al tocar esta obra para dejar un mensaje a cientos de personas que sabrán hoy quién fue Jonathan García González.
MI familia, siempre fiel, me recordara cada día y al contar aquellos recuerdos cuando aún conservaba cuando era un simple críos sonreirán de eso no me cabe la menor duda. Hoy escribo en mi propia memoria como si hubiera muerto para inmortalizar mi nombre. El legado que he dejado ha quedado impregnado en muchos corazones. En aquella playa en la que empecé a crear esta historia, con mi adiós, el comienzo de algo realmente hermoso.
Creo ser un hombre extraordinario y sé que desde el cielo muchos ángeles me verán cruzar los mares. Fuerte y capaz como el rugido de las olas cuando golpean bravas, tan fuerte como el corazón de la gente que te quiere cuando late al oír mi nombre. Por ello dedico este cuento que he hecho con todo mi cariño para que mi nombre llegue más lejos que cualquier recuerdo.
Cuenta la historia que hace miles de años se encontró la felicidad con el miedo y, tras años y años sin prestarse aten- ción el uno del otro, un buen día coincidieron y la felicidad preguntó al miedo:
¿Tu qué haces por aquí? Por donde pisas hace que todo vaya más despacio, que todo parezca más difícil y, con el paso de los años in- fluyes más en la capacidad de elegir de las personas. Dime, ¿cuál es tu esencia? ¿Por qué existes?
El miedo guardó silencio y bajó la cabeza en un acto de derrota y humillación.
Con el paso de los días la felicidad empezó a sentir cierta culpabilidad por esas palabras y por ser tan insensible con el miedo, así que decidió hablar de nuevo con él para clamar así su sentimiento de culpa.
Hagamos un trato: yo elegiré a una persona del planeta y le haré ver lo feliz que puede llegar a ser conmigo; tú harás lo mismo y, dentro de unos años, nos encontraremos y veremos cuál de los dos personajes que hemos elegido fue el que vivió una mejor vida.
Acepto — dijo el miedo—, será fácil predecir ese destino para ti, felicidad, aunque he aprendido que si subestimas algo crees en realidad que no es más de lo que aparenta.
Pactaron encontrarse diez años después.
Tanto la felicidad como el miedo estaban muy convencidos de poder conseguir la mejor vida para su elegido.
La felicidad no tardó demasiado en elegir a una joven mu- chacha, con grandes riquezas y con un carácter tan resplandeciente solo comparable a su enorme belleza; podía conquistar a cualquier hombre que deseara y, además, era sumamente inteligente y muy coqueta.
La felicidad estaba tan segura de que ganaría con su elegida que dejó pasar muchos años esperando, muy segura de su éxito.
El miedo tardé mucho más en escoger a su elegido pero, un día de primavera, oyó una hermosa canción. Provenía de una guitarra lejana. Sigilosamente se acercó y observó a un jo- ven que tocaba apartado de todos, escondido, donde sabía que tan solo su soledad podía escuchar esa melodía tan hermosa que hacían resurgir sus dedos de entre las agrietadas cuerdas de su angosta guitarra.
El miedo supo inmediatamente que ese sería su elegido. Era un joven solitario. Carecía de buenos amigos y tenía un gran potencial en su interior, el cual le daba miedo mostrar a los demás. Era de pocas palabras y provenía de una familia muy humilde que apenas le permitía caprichos o regalos en fechas señaladas. Escribía a menudo canciones y las guardaba en lo más profundo de algún cajón de su humilde habitación.
Un día el joven muchacho recibió una muy mala noticia: una grave enfermedad pondría fin a su vida; el reloj de arena empezaba a agotarse para él y el miedo se apoderaba aún más de cada paso que daba. Las lágrimas empaparon su rostro, como ocurre cuando uno cree que ha tocado fondo. Así se volvió más aislado, dejó de expresarse con su guitarra; la apartó, como apartó cada gesto de alegría en su joven imagen. Sus ánimos cayeron de forma tan repentina que apenas dio tiempo de asumir que ya no era el mismo joven. Su cabello se debilitó, al igual que se debilitaron sus ganas de luchar…
Poco a poco el joven esperó con temor un tiempo de vida que, casualmente, coincidía con el pactado entre la felicidad y el miedo: 10 años.
Pasó el tiempo…
Transcurridos ya 7 largos años, el joven seguía esperando con temor que su tiempo llegara a su fin. Todo a su alrededor empezaba a ser agobiante. Sin embargo, el miedo seguía con- vencido de que su elegido era el mejor candidato.
Por el contrario la felicidad gozaba de una muchacha que, durante esos 7 años, había obtenido todo tipo de riquezas y caprichos. No dejaba de sonreír; no había ninguna duda de que era realmente feliz. Había cosechado un futuro brillante gracias a su elevado estatus. Sin embargo, durante ese tiempo buscó en los brazos de diferentes hombres alguien que la amase de verdad, sin importarle sus riquezas. Frustrada, no comprendía el porqué de todo aquello e hizo llamar a su pa- dre una fría noche de otoño.
Papá —le dijo—, he tenido a miles de hombres rendidos a mis pies, les he llenado de riquezas… Pero me gustaría encontrar a un hombre de verdad, que me ame sin impórtale mi dinero, con el corazón, sin pedir nada a cambio.
Al padre se le ocurrió que podría ofrecer el amor de su hija mediante un llamamiento que atrajera al hombre ideal.
Se busca hombre con corazón verdadero para mi preciosa hija
— anunciaba el rey.
No tardaron mucho en presentarse en las puertas de su palacio apuestos hombres procedentes de todos los rincones de la nación; fue curioso cómo esperó, habló y conoció a to- dos y a cada uno de ellos creyendo, por algún motivo, que ninguno de ellos tendría la llave de su corazón. Sentía que ninguno era realmente adecuado.
Decepcionada y triste corrió calle abajo gritando…
— ¡¿Dónde estás?! ¡¿Dónde está el verdadero amor de mi vida?!
Entonces el miedo empezó a observar a la muchacha y consideró que llevaba cierta ventaja sobre la felicidad.
La casualidad o el destino hicieron presencia esa noche. Al cruzar una esquina se cruzó con un muchacho. Este la miró un instante y, tímidamente, apartó su mirada por miedo a incomodarle y pasó tan cerca de ella que pudo oler el dulce aroma de su perfume. Pensó en lo hermosa que era la muchacha. El miedo, que estaba a su lado, impidió que dijese nada, así que, simplemente, la dejó marchar.
La muchacha rompió a llorar desconsolada. La felicidad no mostraba ante su elegida gesto alguno y guardaba silencio comprobando su impotencia.
El joven oyó a la preciosa joven llorar y no tuvo el valor suficiente para acercarse y hablarle; se fue a su hogar y, enfada- do y muy triste, se preguntó qué podía provocar el llanto de algo tan hermoso. No dejó de darle vueltas y vueltas a esa situación…
La hermosa joven, horas más tarde, regresó a su palacio. Indignada dejó de lamentarse y siguió con su vida de lujos de aparente felicidad.
El joven muchacho, a su vez, durmió en su incómoda y fría habitación y tubo un sueño precioso y revelador.
A la mañana siguiente unió fuerza suficiente y, aún ceñido como un niño, dejó el miedo atrás, se armó de valor y se pro- metió así mismo hacer algo extraordinario y hermoso por sus seres queridos antes de su partida para que así lo recordasen siempre con una sonrisa.
Simplemente, esa mañana recorrió cada hogar del pueblo colocando papeles en blanco bajo la puerta. En una cara indicó: “escribe tu mayor riqueza y vuelve a colocar el papel bajo la puerta”. El joven, al día siguiente, recorrió de nuevo cada puerta y comprobó que algunas personas no se habían molestado en escribir nada. “Qué vida tan triste para dejarlo en blanco”, pensó. Pero otros sí escribieron: su coche, su casa, su familia… Pero alguien entre todos ellos escribió algo que asombró al joven: “la mayor riqueza es poder ele- gir”.
El joven llamó puerta por puerta preguntando quién era el autor de tan brillante idea; preguntó a unos y a otros hasta que, al fin, llegó a la mansión de la joven. Por sus harapientas ropas los mayordomos lo hicieron esperar fuera. La joven muchacha pudo verlo tras su ventana y corrió a él.
¡Eres tú, el joven que me crucé en el camino hace unos días! — exclamó ella sorprendida.
¿Has escrito tú esta nota? — preguntó él mostrando el trozo de papel.
La muchacha, algo ruborizada no pudo evitar la sorpresa.
Sí, he sido yo — respondió por fin.
¿Y por qué crees que la mayor riqueza es elegir? — añadió el joven.
Porque, mírame, tengo todo cuanto deseo, sin embargo, no puedo elegir al hombre de mi vida. Por eso no soy feliz, porque no puedo elegir que me amen ni puedo elegir ser amada por el hombre que sueño.
Tras esta conversación el muchacho comenzó a visitar cada día a la joven sin temor alguno y empezaron a sentir que am- bos se estaban enamorando. La primera caricia dio pronto paso a un beso y, en cada beso, el destino de ambos era en- vuelto en una extraña mezcla de resplandor y oscuridad; por una parte el amor de estos jóvenes se hacía más fuerte; por otra, a pesar de que eran felices, el miedo hacía mella con la escasez de tiempo.
¡¡¡No temas, ya nada podrá separarnos jamás!!!, — le dijo el joven en varias ocasiones.
Tengo miedo — afirmó ella.
Todo había cambiado y la felicidad y el miedo parecían desvanecerse. Así que ambas volvieron a reunirse en un acto desesperado para dar solución a la situación.
A la felicidad se le ocurrió que, llenando la vida de la mu- chacha de nuevos regalos y riquezas, esta sería feliz de nuevo y ganaría el desafío. El miedo, por su parte, quiso inundar al muchacho de pesadillas y de temores. Pero nada sirvió, ella no sonreía y empezaba a sentir temor al saber que el hombre de su vida se iría para siempre; el joven sonreía y era feliz al haber encontrado a la mujer de sus sueños; aunque fuera por un tiempo limitado, en las pesadillas despertaba sonriendo y agarrado a la mano de su amada.
La felicidad y el miedo aprendieron una valiosa lección: debían de ir unidas, como el sol precede a la noche, como la tormenta a la calma; todo debe de estar en perfecto equilibrio, lo demás siempre se podrá construir. La felicidad debe medirse por la alegría del corazón, no por las posesiones; esa es la lección que aprendieron la felicidad y el miedo. La vida es un milagro que se agota. Hay que sujetarla fuertemente y sonreír, incluso cuando haya miedo. Afrontar las cosas tal y como vienen determinará nuestra vida para siempre. Mejor vivir son- riendo que aterrado y llorando.
Siempre la vida nos dará esa oportunidad de crecer
Hay dos maneras de vivir:
Una es creer que no existen milagros, la otra, que todo es un milagro.
ALBERT EINSTEIN
No midas nunca tus riquezas por las cosas que poseas sino por las cosas que no puedas comprar con el dinero. Hay que preguntarse de vez en cuando en ese sentido cuánto tiene uno, para ser más humildes y a la vez más ricos. Aquello que nunca perderás es tu verdadera esencia y, si descubres cuáles son tus auténticas riquezas interiores, jamás tendrás miedo a perder, porque vivirás siempre en armonía y en paz. Dicen que el amor es la fuerza más asombrosa del universo, que nada puede ser vencido ni derrotado si hay amor. Yo desde mi humilde opinión, creo que se ha perdido esa magia y que, aun así, encontrarla hoy en día es el mayor tesoro que un hombre pudiera desear. El amor es algo que escasea, pero que brilla sobre todas las cosas.
Así fue cómo la historia de un joven llamado Jonathan subió a los cielos para transmitir un mensaje de esperanza al mundo, para enseñar una valiosa lección: escuchar no es lo mismo que oír. No hay nada más poderoso que el amor, que sobrepasa incluso los límites de la muerte. También que el mejor legado que puede dejar uno de su paso por este mundo es que la gente te recuerde.
Aprendí desde que escribí esta obra que debía de tomar mis decisiones de forma inmediata, porque el reloj de la vida se puede acabar en cualquier momento.
APRENDER A DECIDIR
Pocas personas aprecian el significado de esta palabra: DECIDE; poder elegir con entereza algo que creemos firmemente. Hay personas que se conforman con tener una vida idéntica a la de cualquier otra, otras no se atreven jamás a abrir la puerta a una nueva opción, no eligen, no deciden; otras, a mitad de camino, creen que su elección no ha sido la más idónea, que ya vendrán tiempos mejores, y se apartan del camino.
Hoy, mientras observaba en un bar, con mi taza de café aún caliente, un niño se acercó a su padre.
Papi, ¿por qué eliges trabajar cada día en ese trabajo si apenas tienes tiempo para nosotros?
El padre contestó para mi asombro:
¡¡¡Para dejarles algo a ti y a tu hermano para cuando seáis mayores!!!
El niño guardó silencio y corrió a seguir jugando solo con su pelota.
Me pareció un argumento tan endeble… Ante una respuesta tan injustificada “decidí” pagar mi café, levantarme y dirigirme al hombre.
¡¡¡El mejor recuerdo, el mejor legado que le puedes dar a tu hijo… ES ESTE MOMENTO, porque es el único que tienes seguro!!!.
Me fui, ante el asombro de ese hombre y, al cruzar la calle y volver la vista hacia atrás, descubrí que el hombre había dejado de trabajar y se había puesto a jugar con su hijo.
“Decide y cambia la perspectiva de tu vida”
PORQUE HOY, AHORA, ES LO MEJOR QUE TIENES.
VE SEGURO Y APUESTA POR LO QUE AHORA TIENES:
“ESTE MOMENTO”.
CAPÍTULO 17
31 horas, 18 minutos:
“El camino hacia la libertad”
Pasaron los días, las semanas, los meses y así, sin más, un agradable día de otoño, andaba por la calle. De pronto escuché una frágil melodía a lo lejos, una canción que me hizo recordar momentos enterrados ya en la prisión. Esa bonita canción penetró lentamente en mis oídos hasta recorrer mis venas y llegar a mi agrietado corazón, como si del más mortífero veneno se tratara.
Y llego a mi memoria otra vez la prisión. La solía escuchar, lejana, cuando corría con mis pies bañados en sangre dando vueltas al patio, en busca de un sueño que ahora formaba parte de un pasado y de mi propia identidad. Resonó tan fuerte esa dulce melodía en mi interior, que me hizo volver a aquel lugar durante unos instantes y recordar cómo viví casi esclavizado por una situación del pasado que no podía controlar, durante los que debían de haber sido, como para cualquier joven de mi edad, los mejores años de mi vida. Corrí en el abismo de mi soledad durante más de dos años en aquella cárcel, angustiado por un entorno que no merecía; eso hacía a aquella música especialmente conmovedora para mí.
Poco a poco aquella dulce melodía me hizo recordar a aquel joven del cuento que tocaba su triste guitarra apartado de todos y supe que haría ver al mismísimo Dios lo muy im- portante que había sido luchar a contracorriente durante gran parte de mi angustiosa vida. Y así fue como esa melodía resonó una y otra vez en cada reto, en cada verso que escribí con esperanza, hasta darme cuenta de que podía cambiar mi vida y la de los demás tan solo con un objetivo fijo. Decidí, de pronto, que podía encontrar un modo de representar mi libertad. Se me ocurrió sumar los tiempos de duración de todos mis retos y el resultado fue 30 horas. Ese era el símbolo.
A menudo aquella melodía sonaba como algo divino, haciendo llegar de nuevo a mi vida auténticos milagros, haciendo ver a los demás con buenos actos al buen ángel que siempre llevé dentro. Seguí luchando una y otra vez, cansado pero ilusionado, para hacer un nuevo reto como redención final y pensé que uniendo durante otras 30 horas casi los 70 kilómetros que separaban Santa Cruz del barrio costero de El Médano, podría quitarme, por fin, el sentimiento de culpa que siempre tuve sobre mí y también cumplir con el trato que le hice Dios al dotarme con un traje para cruzar enormes distancias a nado.
Aún llevaba en el pie la anilla que me recordaba a diario que perdí la libertad durante 3 años y seis meses. Mi identidad de interno, de preso, me hacía ser señalado constantemente unas veces como súper héroe y otras como un esclavo. Quería cambiar eso en mi vida, recuperar el honor de mi familia, conseguir que nadie pudiera decir jamás a mi querida madre que su hijo era un simple recluso, y sabía que hacer que todo cambiara. Pero primero, para cambiar las cosas, tenía que cambiar yo; quería simbolizar mi libertad nadando durante 30 horas. Comprendí que era una forma hermosa de hacer valer a mis padres todo lo que habían pasado, sabía que los retos eran importantes, que los sueños también lo eran, pero asumir esto tendría que poner, sobre todo, mi vida a prueba. Físicamente me había quedado muy delgado y mi cuerpo tenía muy pocas energías, por lo que la noche era el mayor hándicap.
Llamé a muchas puertas buscando apoyo para este nuevo reto.
El día señalado, equipado y preparado, tomé aire, miré al cielo, me persigné y dije:
Durante 30 horas seré un hombre libre.
Y comenzó mi sueño: más de 70 kilómetros, y unas 30 horas a nado; aproximadamente 160.000 brazadas; así era el camino que simbolizaba libertad.
Cuando empecé a nadar parecía que el mar se abría ante mí y las primeras horas transcurrieron casi sin cansancio. Cuando calló el sol empecé a ver que la odisea era mucho más compleja: el frío se apoderó de mí, como se apoderó de mí una sensación indescriptible de no abandonar; las olas, a medida que pasaba la noche, eran mayores; seguía luchando en cada brazada, seguía adelante, metro a metro, olvidando todos los condicionantes. Avancé poco a poco. Aquella tormenta en forma de desierto de sal hacía vislumbrar el azul claro de los ojos de Muriel en el océano y en aquel amanecer recordé el cabello y el olor de Cris, la mujer de mi vida, la mujer de mis sueños, y avancé, dejando atrás muchas cosas, y no me rendí al recordar aquella oscuridad en la primera noche que pasé en ese incesante nado y, bajo el asombro de mi propio corazón, escuché una voz que me gritaba…
¡Sigue adelante, JG; ahora no te puedes rendir!
Y descubrí entonces, cuando llevaba muchas horas nadando, que esos demonios que me atormentaban se habían ahogado, al igual que mis ganas de volver a mirar atrás. Respiré hondo una vez más, empujando con más fuerza que nunca cada metro de agua, y una vez tras otra fui observando el horizonte a mis espaldas. Esta vez no pretendía alcanzarlo. Casi podía creer que huía de él; me había cansado de luchar y de intentar demostrar que era un hombre digno de conservar la felicidad en mi rostro, la esperanza en mis ojos, que antaño habían perdido su brillo; sentí que era merecedor de un amor verdadero, un amor como el de mi madre, como el de mi abuela. Y así pasaron las horas, recordando por qué estaba ahí sintiendo, por qué seguía en ese mar, que era como un espejo que esta vez no reflejaba mi soledad, sino mi interior con gran amplitud, con esa tranquilidad que ahora me caracteriza mí. En esas 30 horas no creé un record ni una identidad; lo que estaba creando era mi propio interior, mi alma, esta vez tan limpia como el aire que exhale durante esas 30 agonizantes horas en las que sentí que mi vida era el mayor regalo de los regalos.
Cada hora me hacía recordar cada vuelta que di en aquel patio de la cárcel. No sé cómo avancé durante tantas horas sintiendo que mis brazos no me respondían. El hombro se rompió, como se había llegado a romper; nadé con una mano, sufriendo metro a metro, pero esta vez estaba feliz del camino que había elegido y no estaba dispuesto a rendirme ni a tirar la toalla.
Recuerdo que habían pasado 18 horas nadando sin descanso. Había caído la noche. Un notario de la federación española de natación certificaba mi desafío sin sujetarme ni subir en ningún momento al barco de apoyo; comía y bebía en el agua porque tan solo tenía un minuto cada hora.
Solía gritar “¡¡¡equipo!!! A los compañeros que me seguían con los barcos, pero la noche hizo estragos en mi fortaleza física. La hipotermia hacía temblar cada centímetro de mi cuerpo, mis dedos ya habían tomado un color violeta por la falta de calor. Aún así gritaba:
¡¡¡Equipo, equipo!!!
Cada vez que paraba un minuto para hidratarme y comer, temblándome la voz y sintiendo mis dientes chocar unos con otros, mordía constantemente los dedos para poder sentir el tacto de la comida; mi lengua se partió, mi cara se hinchó, las llagas del traje hacían ver lo difícil que sería ter- minar esta odisea a nado,… Pero ahí seguía yo, sonriendo a pesar del dolor, a pesar del frío y de las llagas. Supongo que no era comparable ese dolor con el que había pasado durante toda mi vida, luchando contra un problema tras otro. Pensé que en mi vida había tenido tantas cosas en contra pero que había conseguido, de alguna manera, equilibrar la balanza. Podía haber elegido cualquier otro camino, sin duda, pero elegí este porque era el mejor para mí. Seguí adelante, a me- nudo dándome ánimos a mí mismo.
“¡¡¡Vamos Jonathan, un poco más!!!”
, solía decirme.
En medio de la oscuridad se reflejó un rayo de luz que me iluminó el camino. Fue el rayo de la esperanza, me pregunté si sería el mismo que me iluminó aquel día en aquella playa cuando rogué compasión a los cielos y una oportunidad. No estaba solo, esta vez no. Al cruzar frente a la costa de aquel oscuro océano, grité, con una fuerza que aún no sé de dónde salió, yo era aquel joven que debía ahogarse en ese inmenso océano para subir prematuramente a los cielos en aquellas oscuras aguas:
¡¡¡Va por MI… esta vez nado por mi!!!
Comprendí que no había llegado mi momento. Mi padre era quien se encargaba de la comida desde la embarcación de apoyo. Decía que era incomprensible y sorprendente mi actitud. Llevaba casi 28 horas nadando en ese momento y no tengo ninguna duda: algo se había apoderado de mí algo mágico. Mientras nadaba observaba a cientos de personas que me seguían por la costa animándome, gritándome y suplicando que soportara un poco más. Hacían sonar el claxon de los coches y encendían las luces una y otra vez para hacerme entender que mucha gente nadaba conmigo aquella noche.
Y así salió el sol mostrándome el faro de Fasnia. Lo recuerdo como un milagro, un presagio que ante, la oscuridad de vivir atormentado, devolvía la luz a mi vida. Se iluminó el faro de Fasnia con los primeros rayos de luz del amanecer. Casi había logrado mi desafío. El sol se resistió a alumbrarme con la misma intensidad con la que lo había hecho los días anteriores, a darme calor; ese día, Dios, a quien tiempo atrás había suplicado compasión, envió viento y frío, pero yo no me rendí. Mi hombro estaba destrozado y mi lengua apenas podía soportar ya tragar un poco de agua. Los roces del traje mostraban ya una llaga sangrienta que dolía muchísimo, pero yo seguía adelante. Una fuerte corriente me obligó a acercarme a la costa y nadar a pocos metros de los acantilados y las rocas; era la única manera de avanzar. Llevaba 28 horas nadando y estaba tan agotado…
Seguía asumiendo mi reto con actitud positiva; metro a metro veía a mis padres y a mis abuelos, al igual que a muchísima gente, gritarme a pocos metros que siguiera adelante; eso me dio energías y fuerzas, pero lo cierto es que estaba agotado. Dicen que hubo un momento en el que paré a comer y tenía la vista perdida, a punto de perder el conocimiento, pero seguí adelante. Cuando miré al frente allí estaba mi libertad: aquella montaña de El Médano, a 70 kilómetros del lugar de partida, a 31 horas a nado sin descanso; allí estaba el final del camino, pero yo demasiado agotado.
Todavía hoy admito que aquellos últimos metros fueron muy duros; mi músculo dorsal se partió y nadé la última hora solamente con el impulso de un brazo, al partirse la dorsal el notario de la federación española de natación me dijo tras 26 horas en el agua:
-JG ya has nadado 26 horas tu dorsal se ha partido no puedes seguir nadando ya te has convertido en un héroe tenemos que detener la prueba.
Respondí, temblando de frio al borde de hipotermia:
-cómo voy a rendirme si doy ejemplo a cientos de jóvenes a diarios en institutos y colegios, y universidades y les digo que no se pueden rendir que tienen que luchar hasta el final…
”NADARÉ CON UN BRAZO,
Coreado por los gritos de cientos de personas. Avancé los últimos metros; una ambulancia y un equipo increíble de seguridad me esperaban. Los últimos metros fueron terribles; entre poco a poco en la playa, sin apenas poder, mirar al frente, pero podía ver a la gente llevarse las manos a la cabeza y emocionarse ante un joven que lo había dado todo por un sueño.
“Manos blancas, manos libres”
Nadé hasta que el agua me llegaba a la cintura. Todos esperaban a que me pusiera en pie.
Pensaba
“en la vida hay que luchar hasta el final, un metro más y otro…y otro”.
Todos gritaron mi nombre y se estremecían. Cuando llegué a la arena, me detuve, miré a los cielos y apreté los puños en un gesto de rebeldía; golpeé el agua, insinuando así a la multitud que siempre merecí una segunda oportunidad de ser libre, que al fin mi lucha había terminado en aquella playa de El Médano.
Me había convertido para bien o para mal en un súper héroe que cruzaba los mares para dar esperanza al mundo así me veía el mundo pero lo cierto es que yo seguía mirándome por las noches al espejo y no veía más que un joven normal y corriente que solo quería cumplir con su palabra nunca vi un traje de súper héroe nunca vi súper poderes en mí. Pero la gente si lo hacía y observaba que tenía un don si el don de poder transformar cada vez que tocaba el agua para nadar …para sufrir…como el mundo se detenía y ocupaba de magia las portadas de los periódicos y ocupaba los hogares de las personas que anteriormente no hacían más que hablar de problemas y crisis económica por la atravesaba el país y tenían a la sociedad muy aislada limitada y preocupada llena de hastío y falta de propósito sentía que tenía el don de poder empapar a las personas durante las horas o días que nadaba de ilusión ese es el poder que siempre vi claro que tenía y eso me hacía sonreír y dormir en paz cada noche porque mi alma estaba tranquila a pesar de haberme equivocado y aun lo hago me equivoco cada día mil veces y lo seguiré haciendo pero podía transformar mi castigo en esperanza para la gente y eso me hacía sentir muy afortunado.
No podía ponerme en pie, no tenía fuerzas siquiera para abrazar a los míos. Estaba aterido de frío, casi morado después de 31 horas y 18 minutos nadando, un reto que dediqué a la mujer que más amo: a mi madre. Dicen que en ocasiones era yo el que animaba a seguir adelante a los chicos de las embarcaciones. En volandas me ayudaron a salir del agua QUE AUN SEGUIA ARDIENDOME. Allí estaba Cris para abrazarme, siempre estuvo hay esperándome. Mi sueño se había hecho realidad. Como un ángel de la guarda cuidaba de mí en aquella playa del Médano casi prediciendo como un brujo que mi alma siempre estaría a su lado.
Algo seguía moviéndose aún dentro de mí
LAS PALMAS-TENERIFE, A NADO:
UNA PROMESA CUMPLIDA
Pero mi promesa seguía siendo unir Gran Canaria y Tenerife a nado. Podría haber recorrido el mundo entero nadando pero, ese reto, esa distancia concreta, era el que más añoraba era la que haría terminar el pacto que hice con dios y así al fin poder quitarme el traje que tanto me presionaba para recuperar mi identidad
Así fue como creé JG una parte de mí, una parte luchadora y conmovedora, que haría estremecer a brazadas al mundo en- tero con mi historia. Como un leve recuerdo de lo que un día fui —un guerrero casi rendido, una batalla casi perdida— en el silencio de mi soledad descubrí que aquel llanto de mi madre no era comparable al dolor de aquella familia, al de aquella madre en la oscura carretera en la que la muerte se apoderó de mi alma para siempre. Aún podía oír en lo más profundo de mi corazón aquel llanto angustioso.
En la playa de LAS CANTERAS estaba yo, fundido en mi traje, dispuesto a nadar durante 48 largas e interminables horas, en aquel paraíso cristalino, en la intimidad de la arena.
Había una razón para cambiar el dilema de hacer o no lo correcto. Esta vez me encontraba tan agotado que esa distancia era una odisea casi imposible. Los permisos y autorizaciones no llegaron a tiempo y mi sueño se hacía añicos. Recordé, curiosamente, algo que no valoré hasta años más tarde: cada vez que, de niño, otros me dijeron que no llegaría a nada. Pero yo luché día tras día por recuperar mi honor, por romper las cadenas de mi libertad. Allí seguía yo, como un guerrero, metido en mi traje de súper héroe, dispuesto a afrontar la batalla más dura de mi vida. El dilema moral era hacer o no hacer, crear o no crear pero, hiciera lo que hiciera, mi vida cambiaría desde ese instante. Caminé hasta la arena, cogí aire, respiré profundo y miré al horizonte. Pude escuchar en el silencio de mi corazón una palabra…
¡¡¡Basta!!!
Había desaparecido el sentimiento de culpa, el impulso de nadar para compensar el daño causado. Aprendí a escuchar; aprendí a elegir. Y cuando me di cuenta, mis ojos se rallaron y las lágrimas empezaron a formar parte de ese manto de agua que cubre el océano. Entonces dije:
— Llegar hasta aquí es ya una victoria; saber elegir, saber decidir el rumbo de mi vida.
Di media vuelta y grité:
¡¡Ya lo he logrado, ¿qué diablos voy a demostrar?!!SOY EL EJEMPLO PARA EL MUNDO SIN AUTORIZACIONES ¿QUE EJEMPLO DARIA?
Caí de nuevo de rodillas sintiendo cómo el lastre de la culpa dejaba de presionarme; un alivio casi instantáneo recorrió mis venas llegando a mi atemorizado y dolorido corazón. Desde ese instante respiré como si tuviera un tercer pulmón. Observé entonces que mis pasos eran de nuevo determinantes. Recordé también mi llegada triunfal en cada reto y, en cada parpadeo de mis agotados ojos negros, una imagen se reflejaba en mi retina: la imagen de una madre que nunca se cansó de estar agradecida, la imagen de un padre que nunca dejo de luchar y trabajar día tras día, mi propia imagen, fiel reflejo de un joven que, contra todo pronóstico, luchó por un sueño, por una idea tan simple como la libertad.
Y al fin lo había conseguido.
Deslicé mis dedos sobre una hoja en blanco y comencé a escribir mi historia con el lápiz de aquel niño que dejó caer como algo prescindible y carente de valor; escribí, en ocasio- nes, con lágrimas en mis ojos, recordando momentos que quedaron ocultos en mi corazón y que hoy desvelo al mundo. Cuando comencé estas líneas supe que era algo de lo que me sentiría orgulloso toda mi vida.
He creado algo extraordinario, Mami, y no me ha hecho falta esta vez cruzar los mares. Ahora tengo la oportunidad de marcar un nuevo rumbo en mi vida y en las vidas que eligieron leer este hermoso libro, y poco a poco avanzarán y recordarán mi historia como un pudo haber sido y no fue, de un joven que se quedó a las puertas de un sueño, o quizás como aquel joven que supo elegir su mayor libertad, o presumible- mente podrán recordarla como la historia de un joven que contra viento y marea luchó por un sueño…
“Y eso al fin, lo hizo libre”.
3 años más tarde
“Costes de una deuda,
una promesa y un sueño”
A lo largo de mi vida me he preguntado mil veces en cómo sería el final de mi historia y de mi paso por este mundo, que ocurriría, como sería ese instante en el que uno cierre los ojos por última vez, aprendí en cada brazada que di rogando a los cielos y a la sociedad compasión ,rogando en ocasiones perdón por mis errores cometidos no como súper héroe si no como un ser humano de a pie con sus más y sus menos con sus virtudes y sus defectos así era JG así era yo…un ser humano normal de a pie al que mi madre dio a luz con toda la esperanza y el amor que una madre trae al mundo a un niño, antes de escribir este relato que tantas lágrimas y sentimientos ha dejado inmortalizados por siempre, me preguntaba cada noche si mi mision había acabado, si las puertas del infierno se habían cerrado para siempre, creo que todo era absolutamente necesario cuando leáis esta obra quedara claro mi adiós, creí que debí caer ese abismo nadando distancias gigantescas con tan solo corazón ,arriesgué todo por cumplir mi objetivo pero observaba que aún no era mi momento que aún tenía que hacer algo más…elegí el título de mi obra y enseguida supe que no era casual …la libertad es poder elegir ese era el mensaje oculto que ocultaban estas letras en mi primera obra …poder elegir el final de tu vida es algo de lo que pocas personas pueden hacer quizás esa era la libertad que los cielos me dieron, que mi padre me enseño, todo me empujaba a elegir pensaba si puedes elegir es que eres libre…no todo el mundo puede elegir su final y si tu final ayudara a millones de personas y si tu historia llegara a ocupar los titulares de la prensa a nivel mundial, y si los niños dentro de unos meses leen este libro transformado en un comic y sonríen, y si acaba en película y ayuda al mundo comprendí enseguida que dios me había dotado de un don mayor que ese ese traje, por esa mision lo vi tan claro el coste de mi deuda era dormir para siempre…mi mision nunca fue nadar hasta morir mi mision era trasladar mi historia al mundo esa era mi deuda la comprendí inmediatamente…ya no me quemaría más el traje ya no tenía que pedir más perdón por que lo habría hecho para siempre en esta obra… pero aun así pido por última vez perdón a todas las personas que haya podido hacer daño en algún momento de mi vida, a aquellas personas a las que no pude salvar de una caída libre hacia una mejor vida, pido también perdón a mi familia por haber entregado mi vida al mundo ahora debéis defenderla y protegerla es el legado por el que vine, no pretendo convertirme en leyenda, ni ser un héroe nunca quise eso, sólo he querido contagiar al mundo con algo hermoso mama …papa creo que es un don sin duda lo que dios me ha dado, habéis creado un ser extraordinariamente único, capaz de conmover al mundo, he cumplido papi con mi promesa, ha sido una victoria para mi haber tenido la posibilidad de elegir el final del camino…cuando este libro libro salga a la luz…JG quedara inmerso en los corazones de millones de personas ,el precio que page esta historia siempre fue excesivamente alto…siempre lo supe te lo avise papa en aquel baño aquel día en el que descubrimos que había sido el elegido para una obra divina en esta tierra…estoy muy orgulloso de mi he sabido pedir perdón tal y como me enseñaste en aquel cuento, me ha dado tiempo Dios me dio el tiempo suficiente, he hecho estoy seguro más bien que mal he cambiado la vida de miles de niños a mejor…por eso quise al escribir esta obra alimentar al mundo con momentos únicos en mi corazón ,la he escrito con el alma en mis agrietados dedos, tan transparente como el día que la presente en aquel lugar lleno de periodistas que veían a un joven “desnudo” frente a una obra literaria “descalzo vine al mundo y descalzo presento lo más importante de mi vida” eso fueron mis palabras mientras caía un caudal de lágrimas por mis mejillas ya que sabía perfectamente el coste de hacer publica mi vida…así nació esta historia sin absolutamente nada más que un traje de neopreno y descalzo, he querido transformar un mundo contaminado ante los problemas diarios en algo hermoso y he elegido el mar y las letras para hacerlo, poco después de escribir ese relato quise añadir esta segunda obra porque hay seguía yo intentando recuperar mi vida de alguna manera “nunca pude “me desnudo una vez más para contar que es lo que siento al escribir esta despedida” y por qué lo hago…cuando cruzaba por la calle todo el mundo veía a JG todo el mundo reconocía al súper héroe que cruzaba los mares con un traje de natación a pesar que yo en mi subconsciente no quería verme así todo el mundo me veía como lo que había creado un súper héroe que cruzaba los mares para dar esperanza al mundo y cumplir una promesa a pocas personas le importaba si pasaba frio al entrar la noche o si seguía quemándome el traje de natación al entrar en contacto con el agua, perdí todos mis amigos, perdí el amor de mi vida por cumplir el acuerdo que hice a Dios a la misión que me había encomendado me obligaba incluso a dormir al raso para conseguir autorizaciones para poder nadar de forma legal ante una sociedad que cada vez limitaba más a aquellas personas que querían cambiar el mundo, quizás la gente solo veía un súper héroe cruzar los mares pero ha sido mucho más que eso, ahora mientras escribo contaré como JG un chico normal y corriente de a pie con sentimientos y emociones, con temores y errores como cualquier joven, consiguió hacer su sueño “su obsesión” y su promesa a ese Dios que le había dotado de un traje para trasladar un mensaje y por supuesto también dejare inmortalizado por siempre el precio que estuve dispuesto a pagar para que mi mensaje llegara a cada rincón del mundo como una vacuna necesaria para el mundo…mi historia indudablemente cambiara la vida de miles de personas esa sin ninguna es la razón por la cual vine al mundo esa fue siempre mi misión.
Seguiré pues contando la historia…Las iníciales de mi taje de súper héroe brillaban muchísimo tanto que la gente al pasar lo reconocía enseguida “ese es JG” decían los niños ilusionados, a menudo me invitaban a tomar un refresco si me detenía a tomar algo, cientos de millones de mensajes de ánimos en redes sociales impregnada mi vida a diario, cartas, regalos, cestas, todo hacia predecir que ese joven con traje conseguiría una vez más una increíble hazaña pero,… contaré toda la verdad…
JG no podía costearse toda la aventura y vendió todo cuanto tuvo una vez más, aun sin decírselo a nadie para costear los costes de prueba endeudándose incluso para poder pagar el guion de esta obra y poder trasladarla aún más lejos ese súper héroe que todo el mundo aclamaba y lo creían con un buen estatus económico ya que la gente deducía que salir en televisión era sinónimo de ganar dinero, jamás cobre un solo centavo por una entrevista y de no ser por algunos patrocinadores jamás hubiera nadado de forma legal, mi casa siempre a estado inacabada en bloques aun en bloques, ya que no teníamos medios para arreglarla y pintarla, también debería de contar como tras publicar mi primera obra solía ir a las firmas de libros cargados con carteles y cajas de mi obra a veces incluso en autobús para poder conseguir los fondos necesarios para pagar mi aventura y cumplir la promesa que le hice a mi madre y a Dios ,JG también lloraba y lo hizo en más de una ocasión en capitanía marítima, días, semanas y meses rogando una autorización que le permitiera cruzar los océanos de forma legal porque me había convertido en un ejemplo para el mundo para los jóvenes que visitaba a menudo en diferentes centros educativos haciéndole llegar el mensaje que Dios quiso que trasladara…pude conseguir mas ayudas para organizar la aventura los llamados ángeles de la guarda que ayudaron de forma económica a pagar las embarcaciones y cuando todo estaba ya preparado bajo normas de seguridad a menos de 24 horas la autorización definitiva no llegaba …mi sueño volvía a hacerse añicos y mis iníciales dejaban de ser lo suficientemente fuertes para sostener los problemas burocráticos de una sociedad totalmente controlada y orientada hacia el fracaso emocional, pero mi misión era la de cruzar esa enorme distancia tenía una gran responsabilidad y un gran poder divino que me hacía pensar que incluso sin entrenar podría conseguir algo tan grande…
A 48 horas de la prueba decido coger una manta e ir a capitanía marítima y dormir en aquel lugar en las puertas y no moverme de ahí hasta conseguir ese permiso y así fue no me moví hasta que amaneció y cuando lo hiso y los guardias que me habían visto ir un día sí y otro también me dijeron:
-JG por dios que haces durmiendo en el suelo?
Le mire mientras sentía una lagrima caer y dije.
-soy el ejemplo de superación para millones de personas míreme míreme le prometí a mi madre y a Dios que cruzaría los océanos que lo compensaría todo, por favor no me obligue a encadenarme y comenzar un huelga de hambre y ayúdeme creo que el mundo necesita esto por favor ayúdeme
-pero Jonathan no es tan fácil hay unas pautas y a falta de 48 horas para la prueba es complicado…
Interrumpí inmediatamente
-¿complicado?
No me diga lo que es complicado yo le diré lo que es complicado…he cruzado océanos con un simple traje, he visto una familia alimentar a varios hijos con un sueldo que apenas alimenta a uno solo, he visto aprender a un joven con síndrome de daw el piano y sonreír cada mañana por haber aprendido a tocar un nuevo acorde, veo a súper héroes sonreír cada día con cosas realmente complicadas no me diga que un simple papel es complicado por dios estamos locos…
Deme esa autorización ayúdeme por favor estoy agotado ayúdame
Seguí llorando…
Sentí como le había llegado el corazón pasado unos minutos descolgó el teléfono:
-hare unas llamadas no depende de mi hace que no te prometo nada JG
Y esperare en la sala de espera…
Pasaron 4 horas y seguía sin moverme de aquel lugar hasta obtener una respuesta.
El capitán marítimo salió se dirigió a mí y me dijo con una media sonrisa.
-¡¡¡tus padres deben estar muy orgullosos de ti no he visto a nadie defender una idea como lo has hecho tu…enhorabuena JG al fin tras tres años luchado por esta autorización nadas Tenerife Gran Canaria. ¡¡¡lo has conseguido¡¡¡
Salte de alegría llorando de emoción llame a mi madre rodeado de cámaras y medios de comunicación que hacían de ese instante el momento más feliz de mis últimos años…
Llame también a mi padre y le dije y le dije
-Papa ¿quizás tras cumplir la promesa ya pueda quitarme este traje verdad? papa ya lo cumplo mi acuerdo y podré tener una vida como cualquier otro al fin podre salir con amigos como un ciudadano normal verdad papi ¿verdad padre?
Mi padre respondió:
-claro hijo mío tras esto tú ya has cumplido el acuerdo con Dios podrás quitarte esa JG y seguir viviendo como un ciudadano normal pero debes terminarla vale, yo estaré contigo pase lo que pase recuerdas somos un equipo hijo lo recuerdas?
-claro papa y además con este traje entonces no me importa que apenas haya entrenado he dedicado demasiado tiempo en preparar esto pero da igual eso porque este traje tiene súper poderes que me harán conseguirlo como siempre a que si papa¡¡¡ somos un equipo te quiero papa.
-te quiero hijo claro que si no te preocupes eres JG lo conseguirás ya lo veras Dios te ayudara.
y colgó el teléfono.
Sabía perfectamente que apenas había tenido tiempo para entrenar unos pocos días y que esta vez la distancia era aún mayor que todas las demás juntas era extraño ver como ese traje estaba cada vez más desgastado y yo creía más que nunca en él, pienso que fue una estrategia que cree en mi mente para estar tranquilo y afirmar como una increíble locura que sin entrenar pero con ese traje de súper héroe podría conseguir cualquier cosa por imposible que pareciera…los hombros ya mostraban grietas y cuando intentaba quitármelo un poco cada vez costaba más y más despegarlo de la piel, a medida que se acercaba el día de la gran prueba el traje más se adhería a mí así que acabe por dejármelo puesto día y noche.
Y así llego…
El momento que tanto espere al fin podía recuperar mi vida esa que tanto merecí desde pequeño y esta vez solo tenía que nadar por última vez una enorme distancia 110 kilómetros.
A las 9 de la mañana me encuentro en esa orilla que tanto hacia predecir una auténtica batalla entre el océano, Dios y yo.
A los medios de comunicación y a mi familia ya les había advertido de lo que se presagiaba:
-Debéis estar preparados para ver a un JG destrozado…
Esa fue la frase que les dije a todos antes de salir a la aventura.
A mi padre en aquella playa al abrazarlo antes de partir hacia la aventura le grite…
Prométeme que pase lo que pase no pararas la prueba prométemelo padre prométemelo…Bajo ninguna circunstancia la prueba se detiene…
Mi padre guardo silencio y trago saliva…
Prométemelo padre aslo.GRITE.
Mi padre me miro a los ojos y dijo:
-¡Te lo prometo hijo mío¡.
A mi madre la abrase y le dije:
Madre espero que estéis orgullosos de mi cambiaré como le prometía Dios la vida de millones de personas el día hoy.
Y sin más preámbulo mire al cielo y dije a los chicos de las embarcaciones que ya esperaban en barcos de apoyo desde el agua a que empezara a nadar.
-si se me parte un brazo nadare con el otro, soy el ejemplo de superación para el mundo no existe la derrota hoy JG nadará esos 110 kilómetros la distancia más larga jamás imaginada por un ser humano, y cuando llegue a esa horilla la balanza estará a mi favor y podre al fin quitarme este traje de neopreno que tanto tiempo he deseado para tener una vida como cualquier joven. Al fin seré un hombre libre
¡¡¡Hasta las Canteras¡¡¡
Al tocar el agua descubrí que esas gotas que impregnaban mi piel y mi traje era una muestra de dolor que sentía al nadar ya que cada vez que me lanzaba al océano lo hacía para sufrir para con mi dolor dar esperanza y fe al mundo…
Y como un súper héroe JG se lanzó al océano por delante una abismo en forma de desierto de arena y sal con inmensos animales y enormes tormentas tras el golpe de la primera ola en el rostro vino la segunda y la tercera y la cuarta y haci pasaron las horas hasta que JG empezó a debilitarse y a morderse los dedos para no entrar en hipotermia debido al frio tan intenso que estaba expuesto ya su traje de súper héroe estaba demasiado desgastado para protegerle de esas bajas temperaturas pero seguía nadando con todas sus fuerzas una y otra vez, hay estaba mi padre a un lado gritándome y rogando mientras se resinaba y miraba al cielo que no me abandonara ese dios que me había dotado de un traje de neopreno de súper héroe para que su hijo lograra ser un hombre libre al llegar a esa playa de las Canteras.
Al caer la noche y brazada a brazada en medio de aquella oscuridad empecé a recordar…lo mucho que me había costado transformarme en ese súper héroe para la sociedad lo mucho que había costado ser aceptado y adaptado por el mundo…Gracias a ese don divino que Dios me doto cuando le rogué en aquella playa que me diera fuerzas suficientes para salir adelante e hice aquel pacto que me comprometía a terminar mi parte del acuerdo. Oía desde el agua como casi había cumplido parte del contrato con dios todas las emisoras y canales de televisión emitían reportajes de JG y colapsaba las redes sociales en un esplendor de esperanza. Unas veces señalado otras criticado e incluso envidiado por situaciones del día a día que a cualquier joven pasarían por alto pero que a JG no…pero de lo que si estoy muy seguro es que paralice el mundo mientras nadaba toda la sociedad en cualquier parte del planeta, desde México, Irlanda, Suecia Inglaterra ,Alemania, Dubái, Los Ángeles, Italia… millones y millones de personas pendientes a JG sentí inmediatamente que ya solo tenía que terminar el camino una parte del acuerdo ya estaba cumplida ahora solo tenía que llegar a la arena de la playa de las Canteras y cada brazada estaba más cerca de ella. De cumplir de una vez por todas y para siempre mi prometido.
También recordé en aquella oscuridad algunas caras de aquellos niños a los que visitaba en esas charlas y sorprendidos asentían con la cabeza.
Y así vi pasar los recuerdos de mi infancia, esa infancia tan evocada a estar solo una soledad que solo era comparable con la que sufrí en todas esas horas que pase en el mar cruzando océanos, los gritos de mi padre apenas ya resonaban en lo más profundo de aquel inmenso infierno…
Pare un segundo y grite sintiendo como las cuerdas bocales quebraban mi garganta…
-Esto es lo que querías verdad, ya lo tienes ya lo tienes,esto va por las miles de personas a las que he cambiado la vida a mejor ahora al llegar a la playa….quiero ser un hombre libre…
Mi padre seguía animándome desde aquella embarcación…nunca se rindió como tampoco lo hice yo…
Y seguí y seguí cayo el sol y salió la luna y de nuevo volvió a amanecer y así me encontré casi al borde del abismo que quería saltar casi ya lo había conseguido me separaban tan solo unas horas y mis fuerzas estaban al borde del limite.Los últimos metros fueros los más duros de mi vida sin duda, recuerdo perfectamente como un helicóptero me escoltaba los últimos metros siendo coreado por embarcaciones y otros nadadores que acompañaban a JG los últimos metros de esta aventura
-¡¡¡No puedo no puedo más¡¡¡
-Vamos .gritaban todos
-No puedo¡¡¡
-Vamos JG no te rindas solo te quedan 30 metros grito uno de los chicos que me acompañaban en esos últimos metros.
Sin duda alguna fueron los 30 metros más duros de mi vida parecía que jamás llegaba oía una vocecita que decía en mi interior…
-Ahora que has cambiado la vida de millones de personas JG estas a escasos 30 metros de poder recuperar tu vida…cuando llegues a esa orilla todo habrá terminado…serás un hombre libre. Lo has conseguido JG ya está en 30 metros todo habrá terminado
Mis fuerzas flaqueaban como jamás lo habían hecho la vista empezaba anublarse las brazadas ya no se coordinaban, ya golpeaba el agua ya no serbia el impuso de mis brazos ya había gastado todas mis fuerzas y JG estaba destruido por el agotamiento tras 33 horas 27 minutos sin descanso nadando esos 110 kilómetros recuerdo como me abrace al primer socorrista que velaba en esa playa de seguridad le dije
-Me desmallo me desmallo abrazarme no puedo mas
Así fue me desmalle…mientras los médicos intentaban quitarme ese traje de natación…
-Maldito sea no se rompe gritaban quítale ese puñetero traje hay que cogerle una vía urgente rómpele el traje
Con tijera intentaron romperlo otros tiraron fuertemente de el…pero nadie podía romperlo…
-Maldito seas rómpele el traje hay que evacuar a JG.
La ambulancia encendía las alarmas los médicos me monitorizaban…JG entre en parada delante de 60.000 personas que vieron llegar a un súper héroe a la playa de las canteras tras 33 horas 27 minutos nadando…
-Rómpele el traje.
Seguía oyendo como una voz en eco….
Entonces entendí inmediatamente algo.
Mi padre dijo justo antes de nadar 33 horas 27 minutos antes, no le había prestado atención hasta ese entonces
-el traje que llevas hijo mío no es un traje de neopreno es así como te ve el mundo siempre has sido un joven normal y corriente y cuando no podías mas era yo el que gritaba desde el barco no dios era yo quien te colocaba el traje cuando no podías ponerte en pie por las fuertes depresiones por aquel accidente, por aquella pelea con tu hermano,,….por la prisión que tan mal lo pasaste en ese lugar…hijo mío llevas intentando quitarte ese traje desde hace mucho …jamás jamás jamás podrás quitarte esa JG jamás podrás arrancarte esas iniciales. Porque da igual lo que hagas a donde vallas y el tiempo que pase que siempre serás Jonathan García.
tras oír eso pude dormir en paz para siempre jamás salí de aquella ambulancia dicen que algunos súper héroes deben morir para que su mensaje llegue a cada rincón del mundo …mi padre tenía razón en todo lo que dijo la identidad es algo que queda adherida a la piel como un traje de neopreno solo aveses tenemos que implorar y buscar algunas respuestas a esos interrogantes que aparecen a menudo a los problemas que la vida nos trae pararse a escuchar esa vocecita que nos susurra en nuestro interior , pero jamás sin renunciar a lo que somos por que como bien me enseño papa siempre siempre siempre seré Jonathan García. El joven que entrego su vida para cambiar el mundo a brazadas.
fin
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Acest articol: El súper héroe real [310308] (ID: 310308)
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